Ver lo nunca visto: José María Vitier, inmersivo, en una noche insular

Los franceses saben lo que hacen: respaldarán la música de un compositor deslumbrante y sentimental, con una visualidad sin trucos baratos. Los espectadores se llevarán la gran sorpresa.

Foto: Silvio Rodríguez / Cortesía del Festival Jazz Plaza.

José María Vitier vive días estresantes, pero felices. Esta entrevista telefónica con OnCuba consume media hora de su precioso tiempo, pero “vamos a hacerla ahora, porque la experiencia me dice que dentro de un rato puede ser más difícil”, dice, magnánimo, olfateando nuevos cuellos de botella.

Cuando hablamos lo separan apenas tres días del concierto Noche insular, solo tendrá una sesión de ensayo, el viernes, y hace sólo un par de horas que un avión de Air France aterrizó con la logística del espectáculo del fin de semana. “Están desmontando ahora los equipos y yo voy a parar una reunión que tengo en casa para hablar contigo”, explica del otro lado de la línea uno de los músicos vivos más importantes de Cuba, tal vez el más renacentista de todos.

En sus partituras cabe, de algún modo, la historia de la música. Desde los ancestrales tambores africanos batá hasta los timbres electrónicos del rock o el jazz. Entre esas puntas se acomodan la música sacra, de cámara, coral, para piano, las canciones del buen amor o de la desventura del amor, la incidental para cine o teatro y ballet y, por supuesto, todo el portacontenedores que carga con las músicas de la isla, cuyos géneros siempre interactúan en un mestizaje gozoso e imparable en los fluidos de la nación.

El ajetreo no parece disgustar del todo al compositor de la música para Fresa y chocolate (1993), la única película cubana que ha acariciado de cerca un Oscar. Recién cumplidos los 70 años, José María no para de componer, viajar, tanto dentro como fuera de frontera, y aceptar, bajo el entusiasmo del deslumbrado, las novedades de la tecnología, como esta, la inmersiva, que impactará en la retina y las mentes de los que acudan al Teatro Nacional el fin de semana.

Allí se verán cosas que solo ocurren en los sueños. Estarán sustentadas en “una técnica visual/digital, sorprendente y romántica… Cabe mencionar las olas del Malecón que envuelven el piano de José María Vitier entre relámpagos y truenos. ¡Magia pura!”, promociona la nota del espectáculo dirigido por el francés Dominique Roland.

Viejo conocido de los artistas cubanos, Roland es el director del Centro de las Artes de la ciudad de Enghien-les- Bains, en las afueras de París. Con gran éxito, ya estrenó esta aventura cultural con José María y su pequeña banda en la capital gala el 10 de noviembre de 2023 en las jornadas del Festival Jazz au Fil de l’Oise.

Enghien-les-Bains forma parte de la Red de Ciudades Creativas de la Unesco en la modalidad de las artes digitales.

Pase lo que pase en la sala Avellaneda, la estrella del espectáculo será la música, capitaneada por uno de sus más talentosos y honrados defensores. A capa y espada.

Foto: Silvio Rodríguez / Cortesía del Festival Jazz Plaza.

Un viejo conocido y una propuesta trasatlántica

¿Este espectáculo es una reedición del visto en Francia o supone modificaciones adaptativas considerando las oportunidades que brinda la sala Avellaneda del Teatro Nacional?

Este espectáculo se preparó y se estrenó en la sala de conciertos del Centro del Arte Digital, un centro de referencia en Europa, y uno de los lugares más interesantes que hay para el procesamiento de imágenes digitalmente para espectáculos, en tiempo real. O sea, son técnicas bastante novedosas y este es un centro que desarrolla y colabora con este tipo de espectáculos, y concurrió el hecho de que su director, Dominique Roland, es un conocido mío de hace muchísimos años.

En el siglo pasado invitó a mi grupo de entonces a un festival en Burdeos, y se quedó de alguna manera enganchado con mi trabajo, y lo ha seguido. Después nos volvimos a ver en ocasión de la exposición de mi esposa, Silvia Rodríguez Rivero, en la sede de la Unesco en París y yo, aprovechando ese viaje, ofrecí un concierto en ese centro de arte digital en Enghien-les-Bains.  

Cuando salimos del concierto Noche insular, en noviembre, ambos convenimos que debía verse en La Habana, porque es un espectáculo muy inspirado en La Habana. Las imágenes que se proyectan y se manipulan en tercera dimensión sobre el escenario son básicamente de La Habana; imágenes en movimiento, no fotos.

Todo ha sido muy rápido, ¿no le parece…?

Sí, teniendo en cuenta que hay que traer una tecnología específica y un software que hace que cada número tenga una visualidad diferente. Ese ha sido el trabajo de la parte francesa. Y es asombroso que lo hayamos logrado, todavía no lo creemos mucho porque es costoso, sobre todo en el caso nuestro. Traer los medios para hacer el espectáculo ha sido hasta hace muy poco parecía una cosa del imposible; pero ahí han surgido los apoyos de ambas embajadas, en Cuba los centros de la Música de Concierto y todos nosotros, los músicos, trabajamos ahí; el apoyo de Air France, que ha transportado hasta aquí la logística necesaria para poder reproducir, lo más fielmente posible, el espectáculo tal cual lo hicimos, aunque hay algunas pequeñas diferencias.

Franceses encantados

¿Qué recepción tuvo en Enghien-les-Bains el espectáculo?

Aparte de los invitados lógicos que había y mis pocas amistades y la gente de la embajada que se acercó, el personal cubano que trabaja allí, básicamente era un público francés. Ese 10 de noviembre estábamos en el marco de un festival regional de jazz, básicamente francés, con algunos invitados extranjeros, y nosotros fuimos parte de ese festival.

A pesar de que el repertorio era un recorrido por mi música con independencia de los géneros, como suelen mis conciertos —en los que casi siempre hay jazz, pero también latin jazz, tradición cubana, alguna lírica, épica y algún que otro tema derivado de mi música para cine—, ese eclecticismo tuvo una recepción estupenda, muy agradable.  

Además, el espectáculo fue toda una novedad para mí. Es que me he pasado muchísimos años escribiendo música para las imágenes, pero estos señores y estos técnicos franceses hicieron el proceso a la inversa: hicieron imágenes para mi música, y yo no participé en ese proceso; o sea, yo casi me sorprendí junto con el público o desde los ensayos con un fenómeno visual que ellos crearon con apenas algunas indicaciones mías verbales y, por supuesto, teniéndoles la música, los demos; en algunos casos los demos para los ensayos que estaba haciendo aquí en Cuba los mandaba y con eso y con grabaciones de audio ya hechas, ellos se hicieron una idea visual. Fue como revisitar, o releer la música, o reescuchar la música con un ingrediente nuevo. En todos los casos, creo, con mucho acierto.

Foto: Silvio Rodríguez / Cortesía del Festival Jazz Plaza.

Música e inmersión: ¿Un plano inclinado?

Ahora que lo menciona, José María, esto puede ser polémico: digamos que lo artificioso del espectáculo podría llevar la música a un plano menor, como de chaperona de las imágenes. Y no quedar un plano de igualdad entre lo visual y lo musical, ¿o se ha trabajado por una imbricación equilibrada de ambas variables?

Mira, es bastante fácil y bastante frecuente que un espectáculo de este tipo o de otro de corte audiovisual, la visualidad tenga un predominio. Eso tiene que ver, incluso, hasta con la percepción de los sentidos. O sea, se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras y a veces una imagen vale más que mil sonidos también. Y no es una imagen, sino 24 por segundo.

Es un discurso narrativo que no es anecdótico, sino que es, como la música, básicamente poético, porque no es como en una película que detrás hay una historia. Aquí lo que hay es una recreación visual de los sonidos, por tanto, se mueve básicamente en el mundo sensorial y ahí los sentidos se comunican entre ellos. Depende mucho de cada espectador, ¿no? Habrá quien se fijará más en las imágenes y habrá quien escuchará mejor la música.

Silvia no está, pero está

¿El talento tanto gráfico como plástico de su esposa, Silvia, aparece de algún modo incorporado a esta experiencia inmersiva?

El talento de mi esposa está presente, pero sobre todo en mi música. En este caso, ella participó conmigo en la preparación, en todas las sugerencias, incluso en la fundamentación estética de cada pieza, que eso sí lo mandamos por escrito. Así que ella siguió este proceso paso a paso, y Dominique tuvo muy en cuenta su opinión, por supuesto, porque saben que Silvia está en la raíz de todo el fenómeno este; en cuando al sonido y la música.

Yo la eché de menos, te digo sinceramente, y echo de menos el no haber contado como suelo hacer últimamente, sobre todo, con la visualidad que dan sus cuadros en la escena; pero los franceses tenían ya planificadas las imágenes.

Todo ya estaba cocinado…

Primero, el hecho de no haber estado juntos en el proceso; de haber estado alejados, ellos allá y nosotros acá. Segundo, que Dominique tenía ya ideas muy pensadas y elaboradas, que las consensuamos y las colegiamos Silvia y yo también.

¿Y qué opinión le merecieron esas ideas francesas?

Realmente nos parecieron hermosas y nos pareció suficiente; también que había respeto por el sonido, por la intensión de la música y ni siquiera creo que hubiera una intención protagónica de Dominique. Creo que lo hizo con humildad y con muchísimo talento; o sea, que estábamos contentos con el resultado.

De todas maneras, hace rato que no me presento en un teatro grande sin los cuadros de Silvia, sin la visualidad de sus retablos y sus cuadros. Realmente son las imágenes en las que más me reconozco y reconozco el vínculo, porque no son cosas que se juntan puntualmente para un concierto, sino que nacieron juntas.

ADN y asombros compartidos

Conozco que ustedes trabajan en un diálogo de creación…

Normalmente ella está pintando, mientras yo compongo, y viceversa, por lo tanto las cosas nacen con un ADN muy parecido, y eso no se logra en poco tiempo, sino que es el resultado de muchísimos años y creo que es ideal y lo seguirá siendo.

Esto lo que es muy novedoso, y yo pensaba que había un factor de ingenuidad isleña de descubrir el agua tibia, pero las personas que ven el espectáculo, tanto en Francia, como después que lo mostramos en otros lugares, en España y también en Estados Unidos, amistades y todo el mundo pregunta asombrado cómo lo hicieron.

El espectáculo hecho con delicadeza tiene la fuerza que dimana de lo que se proyecta, o de lo que se transmite; me parece que es más exacto, a través de las pantallas, del espacio virtual; que es muy verídico, que es muy real,  porque se trabaja entre dos pantallas, una que está entre el público y los músicos y otra que está en el fondo, y esas pantallas además tienen unos sensores que recogen las intensidades y los cambios de la música, y se disparan un poco también los efectos al ritmo de los cambios y de las intensidades.

Todo eso le otorga una gracia en tiempo real; no es un efecto que proyectas, no es poner imágenes de una película en una pantalla, que sirve de escenario o de fondo, pero que ya está hecha. Esto es una cosa que se hace, que se decide en el momento en que se está tocando; es cuando realmente ocurre el efecto; o sea, no es igual siempre. Todo lo contrario, es una cosa que es diferente siempre.  

Qué software más interesante…

Sí, porque es sensible a los  cambios del contenido musical que estás tocando. Tampoco puedo decirte mucho más, en términos técnicos, pero sé que las variables del sonido son interactivas, tienen un efecto en el resultado visual; aunque ellos tienen determinados marcos establecidos para cada pieza, los márgenes en que van a moverse las imágenes ya tienen seleccionadas previamente.

Hay un juego que se produce en cómo se iluminan las pantallas; aparecen y desparecen las imágenes; y también el trabajo de luces, que es fantástico y muy interesante y espero que hayan podido traerlo también.

Vamos a reproducir la experiencia aquí y estamos muy ilusionados porque es algo novedoso y que tiene un energía positiva , lo cual es algo siempre bien recibido y especialmente espero que el público así lo sienta.

¿Será trasmitido por streaming en alguna plataforma?

Estos señores son los dueños de la producción y estoy seguro de que harán lo posible por sacarle partido. De hecho, ellos tienen terminada la película del concierto en noviembre de Enghien-les-Bains. No se qué va a pasar. Tengo la aspiración de que al menos Cuba registre el concierto. Además, como van a ser dos días, se podrá tener  bastante material para editarlo todo muy bien, lo más perfectamente posible. Es la aspiración nuestra.

Quiero añadir que tenemos una invitada especial, que es la soprano Bárbara Llanes. En el concierto estaremos los que fuimos protagonistas en París: Niurka González en la flauta, Yaroldy Abreu y Abel Acosta en percusión y el bajo también, y yo en el piano. Pero aquí en La Habana, a sugerencia nuestra y estuvieron de acuerdo porque la conocen (también ha cantado en Francia), va a estar Bárbara Llanes, quien se va juntar con nosotros al final y creo que todo el mundo lo va a agradecer muchísimo. Eso va a hacer la diferencia con el programa de Enghien-les-Bains.

Foto: Silvio Rodríguez / Cortesía del Festival Jazz Plaza.

Un sobreviviente frente al tiempo

Recientemente ingresó al territorio de los 70 años. Para un pianista esa edad puede ser un enemigo a vencer, pensando en la destreza técnica, en la digitación. ¿Cómo lidia con el paso del tiempo?

Bueno, dicen que el tiempo no pasa: el que pasa es uno.

Seguro. El tiempo es eterno. Nosotros no.

Pues… yo un poco asombrado quizá. No lo digo por malo, pero tampoco del todo por bueno; porque, en realidad, por cosas de la vida, del grupo humano que constituía la gente más cercana a mi vida, que todos eran artistas y familiares de mi generación, sobre todo los varones, ninguno vivió 70 años. Ni mi hermano, ni mis primos hermanos, que eran los hijos de Eliseo Diego y de mi tía Bella, que eran más que primos, más que hermanos; éramos nuestros mejores amigos, además. Y realmente, como creo que dice el libro de Job, “Y solo quedé yo para contarlo”; pero gracias a Dios lo veo como una oportunidad que tengo de seguir trabajando lo más que pueda.

La perspectiva es diferente cuando ya uno tiene cierta edad, porque ya yo, por ejemplo, estoy más interesado en perfeccionar algunas cosas, ¿no? Me he pasado la vida explorando formas de tocar y formas de componer; pero al final uno no sabe hacerlo todo bien, o nadie sabe hacerlo todo bien, ni lo logra. Uno, al final, hay solo algunas cosas que puede hacer mejor, que a lo mejor no eran todas las que uno pensaba al principio, y hay que tener la honestidad —y en cierto grado el valor también— para concentrarse en esas cosas, esas cosas que si no las haces, nadie las va a hacer y no son muchas.

Cuando cumplí los 70 empecé a pensar en esta dirección y todavía hay bastante energía y deseo para enfocarme en lo que te acabo de decir, de concentrarme en las cosas que mejor se me dan, en la que escritura pianística, en la música sinfónica; incluso tengo obras en curso que estoy escribiendo ahora, algunas ya están terminadas.

¿Dentro del sinfonismo?

Sí, estoy haciendo una especie de suite para cuerdas, que ya tengo adelantada, y tengo una obra a punto de terminar, que nunca había podido concluir, que se llama Laberinto, también para cuerdas. Quisiera escribir un poco más de música coral, que es un género que me gusta tanto y al final no tengo tanta obra coral como quisiera.

Y en cuanto a las canciones estoy bastante tranquilo. Nunca fui compositor de canciones, hasta un momento en que me dio por escribir muchas, pero casi todas las logré grabar, con los mejores intérpretes imaginables y por lo tanto ese territorio me deja tranquilo. No quiere decir que no haga una canción más, pero no estoy apremiado con las canciones. Más lo tengo con lo que te he dicho y sobre todo con la música para piano, donde me quedan todavía bastante cosas, sobre todo por dejar escritas, porque uno graba y uno toca frecuentemente; sin embargo, no está anotado, y eso es lo importante para que alguien más las toque, en el futuro.  

Me siento afortunado porque he grabado casi toda la música que he escrito. Alguna música no la grabé nunca, y alguna se perdió en el camino, porque yo el año que viene cumplo cincuenta años de carrera oficialmente y en esa trayectoria inclusive, y sobre todo antes del mundo digital, cuando yo empecé, los papeles que ahora rescato apenas si se ven. Ahora, en esta era digital, las cosas pueden registrarse de forma un poco más permanente. Puedo sacar partido de eso, y sacar partido, sobre todo, de la indudable ventaja que consiste en seguir vivo.

Por supuesto.

Eso hace la diferencia, realmente.

El proyecto de la casa y los dos apellidos

La Casa Vitier García-Marruz, que en algún momento parecía padecer de una demora faraónica, se inauguró felizmente. ¿Cómo marcha el proyecto?

Es muy difícil, lo sabíamos, porque es un proyecto muy ambicioso en sus metas espirituales y artísticas, y lo complicado es que hay que combinarlo con actividades que de alguna manera contribuyan a financiarlo, para que pueda desarrollarse la misión estrictamente cultural que tiene.

Como no está basado en un capital material, sino que está basado en un capital inmaterial, en un patrimonio poético, y de pensamiento, con líneas intelectuales precisas, pues ahí está, digamos, el secreto de poder seguir avanzando. Porque se está avanzando. Mi hijo José Adrián, que está al frente, lentamente está logrando determinados objetivos. Él reconoce que no le va a alcanzar la vida para hacer todo lo que está pensado hacerse, desde el punto de vista de la preservación documental de la obra de mis padres y de la familia en general y del círculo de amigos de la familia, del grupo Orígenes… En eso hay muchos vasos comunicantes de muchos saberes y de pensamiento y de cosas que tienen que ver con Cuba, que fue realmente la obsesión de mis padres, sobre todo en sus últimos años, y todo ese legado hay que tratar que se trasmita y que no se pierda, porque todavía tiene mucho que decir en la idea de país que uno tiene.

La casa arrancó en un momento muy complicado; pero pasa como esta entrevista, que si me la pides un poco más tarde el momento hubiera sido peor. Con la Casa es igual. Pudimos haberla hecho después, pero quién nos garantiza que después iba a ser mejor. Así que la hicimos cuando teníamos que hacerla. Eso creo. Con esas cosas no se puede esperar el momento mejor. El momento mejor es cuando tienes una necesidad imperiosa de hacer las cosas y ese impulso es el que no se puede desaprovechar. Así que tengo mucha fe en ese proyecto que estoy seguro de que mi hijo y sus colaboradores sabrán llevar hasta sus últimas consecuencias.

Lezama, tutelar, merodea

El espectáculo suyo toma una parte del título de un enorme poema de Lezama, “Noche insular: jardines invisibles”, en el cual dice que nacer aquí es una fiesta innombrable. Por cierto, aparece como epitafio en su tumba. ¿Promete que su concierto será así: una fiesta innombrable?

De momento no es innombrable. Se llama Noche insular. Tampoco hay que exagerar la relación de ese nombre, que es la primera frase del gran poema de Lezama; no me atrevería decir que hay un nexo más allá del nombre con la poesía de Lezama. Sería muy pretensioso de mi parte. Creo que es un nombre bonito y creo que es un nombre que quiere decir más de lo que dice, que son las noches de la isla.

El nombre se nos ocurrió realmente para el concierto en Francia, y lo mantenemos aquí en Cuba porque es el nombre del proyecto. Siempre que hacemos un proyecto le ponemos un nombre, que es una manera de poner como una luz en el dintel de una puerta para iluminar la entrada a un lugar. Después la música sigue sus propios caminos, ¿no? Pero siempre con esa conciencia de lo insular, y aspiro que lo que vamos a presentar merezca el título de Noche insular. Ojalá.

Que así sea, entonces. Muchas gracias por su tiempo.  

 

Dónde: Sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba

Cuándo: 20 y 21 de enero de 2024, 9:00 p.m.

Cuánto: 100 CUP en lapapeleta.cu

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