Alejandro Milián se desnuda antes de la función

Yo conocí a Alejandro Milián haciendo de mujer en Escándalo en la Trapa. Un personaje impresionante, vestido de cartón. Y luego volvimos a vernos en Chicago, donde él volvía a actuar travestido y cantaba y bailaba y (me confesó luego, cuando el grado de amistad se lo permitió), se tomaba par de cervezas en el intermedio. Un día me aparecí en su casa a buscar fotos para una multimedia sobre la decadencia del teatro musical cubano. Me las dio entre confesiones de su vida, apasionantes historias de su abuela y un montón de malas palabras que desgraciadamente no caben en esta historia.

Ha pasado tiempo. Alejandro se metió a poeta, a dramaturgo y a director de teatro para niños, no estoy muy segura del orden. Protagonizó otras puestas, publicó un libro en Brasil y se encaprichó aún más con el teatro musical. Pero nunca dejó de intrigarme. Tal vez por sus ojos amarillos, o sus desmesurados gritos mientras dirigía, que contrastaban con el Ale poeta que también conocí.

Me aparecí en un ensayo, una hora antes de la función que dirigía y lo interpelé. Tienes que darme una entrevista, ahora mismo. Me miró extenuado. Pregunta. O mejor no. Te digo lo que me dé la gana.

“Yo sentí un dolor muy fuerte en el pecho como si fuera un infarto y no sabía qué era lo que pasaba, hacía el personaje de Enriqueta Faber completamente vestido de cartón y no sabía lo que pasaba. Eso ocurrió en la función del viernes. Salí del escenario cuando me tocaba y casi tuve pánico de entrar otra vez. Pero entré. Y el sábado. Y el domingo. El martes descubrieron lo que tenía: un neumotórax. El setenta y cinco por ciento del pulmón derecho comprimido. El médico me dijo que dos días más aguantando me hubiera ido del aire. Por eso es un personaje que respeto mucho. Después de eso cuando he vuelto a hacer Escándalo en la Trapa, antes de entrar al escenario y a esa escena donde me dio el dolor, respiro profundo tres, cuatro veces y me encomiendo a las cinco mil vírgenes, digo: «Enriqueta, por favor, ayúdame» y salgo al escenario”.

-¿Ese fue el personaje más difícil?

 -No. El más difícil de toda mi carrera fue la Reina Isabel de Inglaterra, porque era un homosexual vestido de mujer. Fue difícil por su carácter, por ser un personaje muy inteligente. Pero además físicamente era un desgaste, yo tenía cinco metros de tela en cada mano, andaba en tacones, con una saya de cuero que pesaba mucho, y más que todo eso el trabajo psicológico que llevaba la reina. Me hizo librarme de muchos prejuicios que yo tenía como actor, como persona. Tony Díaz, el director de la compañía Mefisto Teatro, quería que ese personaje lo hiciera alguien con una mente muy abierta, muy desarrollada. Y yo tenía apenas veintiún años y entonces conocí a Francisco Ors que era el autor de la obra y Francisco me vio y dijo: «ah, tú eres la Reina Isabel… bueno, ya te veré en el estreno». Al acabarse la función se subió al escenario me tomó la mano y me la besó. Me gustaría mucho hacerlo de nuevo con la madurez que tengo ahora, porque no es como los demás personajes que uno siente que ya los gastó. Yo nunca he tenido la oportunidad de experimentar con ella. Por eso tengo en mi casa una foto de la Reina Isabel.

-¿Cuándo comienzas en la actuación?

-Yo empecé en la actuación en el año ´96 con La Colmenita y ahí fui dando mis primeros pasos hasta que entré en la Escuela Nacional de Arte en el 2001 donde me gradué con la profesora Liset Siverio Valdés que era en aquel entonces la directora de la escuela. En el 2004 fui  a trabajar con José Milián, pero duré con él un mes nada más porque me sacó de quicio. (ríe) Por eso lo primero que aclaro cuando cuento estas cosas es que no somos familia. Después me incorporé a la compañía Rita Montaner bajo la dirección de Gerardo Fulleda León y Tony Díaz como director artístico. Con ellos hice mi primera obra como profesional que fue Escándalo en la Trapa, luego Contradanza… Y es cuando Tony Díaz decide separarse y crear Mefisto Teatro. Y me fui con él. Fui uno de los fundadores. Y ahí sigo hasta la actualidad.

Un día me dio por experimentar con cámaras de video. Hice tres cortos de ficción: Humo I y II, y Sombras, pero todos me los censuraron en la muestra de nuevos realizadores. Entonces conozco a Jennifer Almeida, la directora del Coro Estrellitas quien luego fue mi pareja y ella me da una obra que se llama Un concierto para Blanca Nieves que nunca se la había querido dirigir nadie, y lo hice. Me di cuenta de que servía, que a la gente le gustaba. Una de las cosas que hace Mefisto Teatro es permitir a los actos jóvenes que dirijan, Tony Díaz le dio la oportunidad a mucha gente pero nadie quiso dirigir nunca y yo un día levanté la mano y dije que yo lo iba a hacer, «¿Qué vas a dirigir?», «Cats», «¿Cats, tú puedes?», «Sí, con niños»… Y lo hice.

Luego Réquiem por Mercedes una obra escrita por mí, en homenaje a mi abuela, y luego Vaselina, un arreglo mío. Más adelante quiero montar Molino Rojo a la francesa pero muy cubano a la vez. No me miren así, que lo voy a hacer. Sí, ya sé que el teatro musical es un ABC: actuar, bailar y cantar… Hace poco yo estaba viendo conceptos de teatro musical y decía: uno, talento, dos, producción, tres, dinero. Desgraciadamente yo nada más tengo el talento artístico. Tengo a los muchachos y otros jóvenes con los que me reúno para trabajar, además desgraciadamente todo el mundo te pregunta «¿cuánto me vas a pagar?». Y no hay presupuesto, porque es un género que se ha perdido producto a eso mismo.

-Alejandro, yo sé  que tu abuela representa mucho para ti y para tu carrera. Háblame de ella.

-Mi primera directora fue mi abuela. Cuando yo tenía tres años me montó el poema La bailarina española y me gané un premio y todo. Desgraciadamente cuando yo tenía cuatro años ella falleció y yo ocupé su cuarto. Creo que su espíritu está conmigo en ese cuarto…

Mercedes García Ferrer, que así se llamaba mi abuela, fue una poeta cubana y directora del grupo de teatro La Giraldilla. A mi casa en 21yN iba Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Adolfo Llauradó, Daisy Granado, Serrat… Era como una gran casa de farándula, pero era mal vista, porque era la época de los ´70, los ´80, y ella cayó en ese saco. José Milián era como un hijo para ella, en todas sus obras hay algún personaje que la representa o habla de ella. Salió de Camajuaní, con 14 años, llevaba una jabita de papeles blancos y siete pesos en el bolsillo para enfrentarse con La Habana y se dio cuenta que La Habana se la tragaba porque era muy inocente. Luego regresó con diecisiete a comérsela ella. Dicen que cuando actúo tengo muchas cosas de mi abuela, sobre todo cuando hago los personajes de mujer, por eso me quedan bien). Y sé que sí, que ella está, y cuando la gente ve cómo dirijo dicen que se acerca mucho a lo que ella hacía, a un gran nivel de exigencia. Algo curioso es que mi abuela trabajaba con jóvenes que no tenían escuela y hoy son grandes actores y yo trabajo con niños y jóvenes que no tienen ninguna formación profesional.

-El teatro es un medio complicado, menos popular que otros medios y más difícil, no sé  si por lo efímero del arte teatral…

-Mi vida es el teatro, muero por hacer teatro, siento mucha envidia cuando dirijo una puesta y me quedo sentado, porque siento que se está disfrutando mucho. Dicen que una obra de teatro es como un niño, la pares, sale de ti. Por eso peleas tanto, porque quieres que salga perfecta, porque tienes una visión desde que empiezas a soñarla. Las puestas que he dirigido han sido muy atrevidas. Yo lo sé. Por los referentes que la gente tiene de las versiones cinematográficas. Hasta ahora me ha ido bien, pero…

-Pero…

-…el fracaso. En Réquiem por Mercedes hay un texto en el que Mercedes le pregunta a la cartomántica «¿a qué le tengo miedo?, al fracaso» y la cartomántica le responde: «el fracaso… qué es esa palabra, uno nunca ha fracasado si donde está es feliz». Y sí chico, le tengo temor, pánico a fracasar, pero uno tiene que confiar en sí mismo y yo aún no he tenido la desgracia de fracasar. A mí me gusta el riesgo, por eso con doce años me hice bombero porque quería probar el riesgo del fuego, deslizarme por el tubo, el espectáculo… La vida es un riesgo y hay que arriesgarse. No hay nada más parecido a la vida que el escenario.

Salir de la versión móvil