El país ideal de Lili Rentería

Converso / conozco a Lili Rentería en una pequeña mesa del Pain de París. Ella, cuando vio Antigonón, un contingente épico se quedó llorando, paralizada en la butaca, me decía: esto es muy fuerte. Yo, ante ella, siento la misma sensación. ¿Cómo puedo apresarla? Y veo a Lilian Llerena, con un texto de la Electra: “¿Cómo se atreve con la luz una muchacha de veinte años?” Porque en los ojos con lágrimas de su hija, está la misma pregunta.

¿Cómo me atrevo yo/cómo puedo yo, Lili, hacerte llorar?

Lili es una soga que atraviesa aquel momento histórico del estreno de Electra Garrigó –a través de su madre–, pasa por espectáculos cimeros de Roberto Blanco –que también estuvo en aquel estreno– y traspasa las fronteras cubanas de aquí y de allá, para aterrizar a Ana en el trópico en el Trianón.

Ella cree mucho en los astros. Yo quiero subir la cabeza y verla en Mariana, atada a la cola de un caballo, a la tramoya del Mella, a la historia dolorosa de un país.

Y entonces se rompe la soga y no hay muerta en el patíbulo. El patíbulo es una ficción. Y como toda ficción es construida y a veces no hay que mirarla. Ella, Lili, está tirada en el tabloncillo de un teatro y se siente actriz, mujer, madre, novia para siempre.

Y me regala su alegría / su país: “¡Pero qué bien entiendo lo que dice esta luz! / ¡Amor, amor, amor y eternas soledades!1

¿Por qué te vas de Cuba?

Yo tenía muchos deseos de conocer el mundo pero por otro lado aquí estaban pasando cosas que no me gustaban para nada. Y cuando a Roberto Blanco en Teatro Irrumpe, no le quedó más remedio que reunir a un grupo de personas para decir que teníamos que unirnos para crear las Brigadas de Acción Rápida, a mí eso me llenó de terror. Yo pude lidiar con muchas otras cosas pero no con eso. Ese fue el detonante. Yo considero que el conflicto es para el drama y el drama merece ser representado no vivido. Y siempre prefiero irme, dar la espalda porque la violencia organizada la detesto.

Estaba en Venezuela. Fui invitada a unos talleres internacionales de teatro que organizaba el difunto Carlos Jiménez que había visto en el Festival de La Habana, Mariana y Los enamorados. Y me fui quedando poco a poco. Allí hice telenovelas y eso me permitía sobrevivir y ser independiente. Después me voy a Argentina para tener a mi hija Mariana. Y cuando quiero regresar a Cuba, en un momento determinado, me dicen que yo estoy castigada por nueve años y no podía entrar. Primero me pidieron una carta de autorización de Abel Prieto y otra de Alfredo Guevara, que las pedí y me las dieron. Pero por alguna extraña razón, el señor de la embajada cubana en Argentina me dijo, sencillamente, que no, que ellos lo habían intentado pero alguien del Ministerio del Interior no lo permitía.  Me acuerdo que mi frase fue: ustedes han querido entonces que yo sea una gusana. Y me fui a Miami.

Allí pasé mucho trabajo al principio. Y después acabé armando un teatro2 y un colegio3.  Descubro la docencia que es algo maravilloso. Y me armé un inxilio. Yo sé que esa palabra no existe. Pero yo misma me inxilié. No salí en todos los medios cubanos de televisión, no fui al Canal 21, no me metí en nada. Me quedé dentro del teatro y del colegio. Y ahora estoy muy tensa con eso porque el cofundador, quiere el poder absoluto. Y yo no tenía bien amarrados los papeles. Porque ese es un mal del cubano en cualquier ismo, querer el poder.

¿Cómo te vinculas al proyecto de Ana en el trópico?

Yo tenía una gran deuda con Carlos Díaz. El rey Lear4 lo cocinamos en el cuarto de mi casa, con María Elena Diardes y Lola Pedro. Él era asistente de Roberto Blanco y ni soñar con tener un teatro. Mi mamá un día le dijo: “Roberto no te va dejar dirigir”. Y cuando él hizo La trilogía yo ya me había ido.

Cuando fue a Miami con Las amargas lágrimas de Petra von Kant y Calígula yo fui para allá y le dije: Carlos, ¿cuándo vamos a hacer algo juntos? Él me decía: ya llegará el momento, Lili.

Y un día me llaman Carlos Miguel Caballero y Ever Chávez de Fundarte, que son personas que respeto mucho por la labor que han hecho, y me lo proponen. Me dicen que faltan todavía algunos meses. Y yo les dije que cuando se concretara, me avisaran. Porque es algo que aprendí  en la vida: los sueños, tenlos, pero no te obsesiones con ellos, déjalos volar porque los rompes.

Y en el mismo instante en que ese señor cubanoamericano, cofundador del colegio conmigo, me echa injustamente, aparece la concreción de Ana en el trópico.

Yo sé, a estas alturas del partido, que hay gente que tiene la capacidad, como Carlos Díaz, de convertir cualquier cosita en una maravilla. A mí el texto me parece interesante, que tiene buenos momentos, pero hay textos que los tienes que hacer crecer porque si no, no van para ningún lado. Como Mariana Pineda, que es el peor texto de Lorca, y mira lo que pasó en la puesta de Roberto. A mí lo que más me importaba era el pretexto para reencontrarme con Carlos.

Aunque los primeros encuentros se hicieron en Miami, con Nilo Cruz, con Mabel Roch y contigo, fue con los actores cubanos que Carlos armó la estructura escénica de la obra, ¿te fue fácil entrar en una dinámica tan rápida de ensayos?

Yo entro a ese salón de ensayo y respiro de felicidad. El trabajo con Carlos es fabuloso. Siempre lo comparo con el vino. No es lo mismo un vino de reserva. Y no era lo mismo trabajar con Roberto Blanco que con otro director. Y Carlos mantiene ese espíritu. Yo llevo una semana que no paro de soñar con la obra, a mí se me había olvidado eso. Carlos me dice: qué pasó con tus manos que están aguantadas, suéltate, vuélvete loca. Yo creo que el cuerpo es el instrumento fundamental del actor. Y yo, para sostener la estructura de todo lo otro, lo había abandonado. Aquí todos son una divinidad. Hay muchos actores que no conocía. Y al final el teatro es como un planeta. Los teatreros tenemos que conocernos y no hay por qué estar separados.

¿Qué significa para ti regresar a La Habana?

Cuando Ever y Carlos Miguel me dicen: Habana. Yo dije: por qué no. Yo nunca he tenido problema con estar aquí. De hecho soñé que venía a La Habana en uno de esos carritos de las montañas que se mueven por cables. Habían creado algo así entre aquí y allá. Y cuando estaba montada veía el mar y los delfines. Y mi novio me decía: yo me voy nadando. Y yo le dije: nadando no llegas. Y él que sí. Y, fíjate, al día siguiente sale la noticia de la señora de sesenta años que cruzó nadando.

Y después que tú estás en Argentina, en España, y pasa el tiempo y el tiempo y un día vienes directo de allí para acá, tú no lo puedes creer. Que haya tanta, tanta barrera con una distancia tan pequeña. El avión despega y en lo que te tomas un refresquito, vuelve a bajar. Es el viaje más corto. Yo me decía: por qué  tiene que pasar todo esto.

Yo no soy americana. Yo soy una cubana que vive en cualquier parte del mundo. Para nosotros es un gran tema. Pero a mi hija le cuesta entenderlo: madre cubana, padre venezolano, nacida en Argentina, y crecida y educada en Estados Unidos. Para ella le queda pequeñito, lo respeta pero dice: “¿cuándo van a salir de esa tragedia?” Pero los cubanos tenemos una enorme vocación trágica. Nos hace falta una evolución espiritual. Darnos cuenta de verdad, que se puede vivir en paz. A lo mejor yo no lo veo, mi hija ya lo ve dentro de ella. A ella le preocupa el tema global, la supervivencia de todo el planeta.

¿Crees que vayan a cambiar las relaciones entre Miami y Cuba, si continúan proyectos como el de Ana en el trópico?

Me gusta que hayas dicho Miami porque no creo que el problema sea con Estados Unidos. Es con Miami. Mira, yo pienso que van a cambiar. Y para mí venir es una manera de decirle a la gente: ¿hasta cuándo? Con mi actitud, no con mis palabras. Una cosa es hablar y otra cosa es hacerlo. Como diría Virgilio Piñera: hechos. Y aquí estoy. Y haría falta que no solo viniera yo o gente de teatro sino artistas más populares como un Willy Chirino. Ojalá pudiera ver esto. Pero si no lo puedo ver lo estoy haciendo. Por lo menos lo veo en mí, lo veo conmigo.

Yo quisiera que todos los que colaboraron aquí con Ana el trópico, fueran para allá y colaboren allá. Aunque no se queden en el gran hotel, nos los llevamos para las casas, no sé. Las vibraciones del teatro, históricamente, han sido más realistas, más pobres, por así decirlo. Hace un rato, estaba pensando que en medio de tanto desastre, el teatro es como salir del mundo. Y en Miami, para justificar tanto dolor, existe una visión exagerada de esta realidad.

Pero hay miles que darían cualquier cosa por venir. Incluso esos que te están diciendo “¿cómo es posible que tú…?”, en el fondo, yo sé que lo desean. Porque otra cosa que he aprendido en la vida es que cuanto más alguien protesta con dolor más blando es adentro.

A veces pienso que el dolor nos hace hablar. Porque sí hay una historia de dolor. Hay mucha gente que fue lastimada. Y cuando esa gente habla yo no los juzgo. Yo cierro los ojos y les pongo un paño gigante de cuarzo morado para sanar ese dolor. Respeto mucho eso. Pero no lo  entiendo en alguien que se fue de aquí el otro día y después te sale con una de esas.

Fíjate, por ejemplo, Radio Martí no ha dicho nada en contra de mi actitud y la de Mabel con el proyecto. Y es que este país es nuestro también y nosotros tenemos todo el derecho del mundo de venir cada vez que nos dé la gana y hacer lo que nos dé la gana y actuar como queramos. No nos morimos por haber cruzado el charco, sobrevivimos.

Y hay que ver cómo hay cubanos, en otras partes, que se subrayan como cubanos. Yo soy más cubana ahora que cuando vivía aquí. Cuando te vas, es muy sutil, pero te gusta remarcar tu identidad. Porque al final, ¿qué cosa es la identidad? Es esto, es conocernos es querernos, es mi familia, mis amigos, mi novio y vuelvo a Mariana, ¿de qué estamos hablando? Del planeta.

¿Cuál es el país ideal de Lili Rentería?

Cuando mi mamá me dijo que los reyes magos no existían, yo cogí todos mis juguetes y me pasé toda la noche limpiándolos y lavándolos y me los puse alrededor y por la mañana le dije: mira, mami, lo que me trajeron los reyes magos. ¿Qué te quiero decir? Que si no existe, yo me lo invento. Existe en nosotros, en la selva virgen que tenemos que conquistar aún, que somos nosotros mismos. Yo sueño con fundar una ciudad relacionada con la educación y el arte. Tengo un nombre y todo: Paxia.

Y aunque cada día soy más consciente de mi invento, a veces me sorprende. Hay seres que me superan mis inventos y de los cuales me aprehendo. El otro día conocí a un muchacho llamado José Adrián Vitier. Él pertenece al país que yo quiero. Es todo paz. Ojalá pudiéramos llegar a ese tiempo en que podamos representar cómo era el hombre antes, con tantos conflictos.

En este momento, mi país ideal es mi familia, mi casa, mi novio y mi hija Mariana.

1 Mariana Pineda, de Federico García Lorca.

2 Teatro Abanico.

3 Arts & Minds Center.

4 Este proyecto de montaje, Carlos Díaz se lo enseña a Roberto Blanco, para dirigirlo dentro de Teatro Irrumpe, y Roberto le aconseja a Carlos, armar su propio grupo de teatro.

Salir de la versión móvil