Gigantería, una planta que aspira a ser árbol

Una crisis de espacio obliga al grupo de teatro cubano Gigantería a crecer entre límites y peligros. Hace 14 años anima las calles del centro histórico de la capital de la isla con actores y músicos, a pie y en zancos, disfrazados con un estilo que recuerda a los juglares del Medioevo. El conjunto desanda La Habana en son de fiesta, algunos pudieran creer que proviene de algunos de los castillos coloniales, nunca imaginan el cuartucho de cuatro metros cuadrados donde 18 artistas almacenan sus ampulosos vestuarios y los instrumentos de actuación y música, entre otras pertenencias.

“Tenemos una crisis de espacio que necesitamos traspasar para seguir creciendo, somos la imagen del árbol grande sembrado en una maceta, impedido de crecer mientras esté sin tierra firme. Un árbol con una gran potencialidad contenida por unas paredes de barro”, conjetura el director del grupo, Roberto Salas, quien gusta verse a sí mismo como el elefante líder de una manada, viva gracias a la perseverancia.

La riqueza del grupo proviene en parte de las formaciones diversas de sus integrantes, uno graduado de artes plásticas, otro de percusión, otros –como Salas- de teatro. Cada cual aporta iniciativas desde su rama y además de los estudios, el director reconoce el valor del autodidactismo en años de experiencia en la calle, en una modalidad de teatro que se desarrolla en constante interacción con el público.

Según el directivo, más de tres mil intervenciones públicas revelan a los actores direcciones de trabajo sobre ellos mismos, sus habilidades y capacidades, la práctica sido clave en el proceso de formación.

Gigantería anima fiestas y eventos con malabares, danzas con fuego, estatuas vivientes, interpreta obras y, cuatro veces a la semana, realiza los populares pasacalles, siempre con música en vivo.

Los utensilios: zancos, vestuarios, la muñequería, todo, lo elaboran los propios artistas en las cuatro paredes de un cuartico situado en el segundo piso de un edificio de viviendas en la esquina de las calles O’Relly y Tacón, en plena capital. El grupo se precia de ser uno de los primeros conjuntos profesionales en Cuba, que después de la Revolución de 1959, vive 100 por ciento de la autogestión.

“No recibimos dinero estatal por lo que hacemos y hemos sido reconocidos como una experiencia local sustentable, gracias al apoyo afectivo de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Nosotros vivimos por lo que hacemos, trabajamos y pedimos dinero en la calle. Somos posiblemente el primer grupo en Cuba que lo ha hecho de manera legal desde hace 13 años, reconocido por las autoridades del gobierno. No es nada nuevo, ha sido un fenómeno natural en todos los artistas de calles del mundo durante siglos; pero en este país no se hacía, y 14 años de experiencia nuestra demuestran el éxito, pues el proyecto artísticamente no ha dejado de crecer”, explicó este graduado del Instituto Superior de Arte.

Un apoyo muy valioso ha sido el brindado durante años por los trabajadores del Castillo de la Real Fuerza, quienes le permiten ensayar en los jardines de la otrora fortaleza militar. Pero la institución tiene horarios propios, el grupo no puede entrenar a cualquier hora y los procesos creativos no tienen agenda, recuerda Salas.

“Muchas veces estamos obligados a trabajar en la habitación de 4 x 4, el mismo sitio donde preservamos el material para las producciones, el patrimonio generado en 13 años ininterrumpidos de trabajo. Y como es lógico, con el apiñamiento todo el equipo de Gigantería se está echando a perder, porque no hay dónde poner ya la muñequería, ni los vestuarios, y pese a esto estamos ensayando y soñamos con un espectáculo nuevo”, sostiene.

Esa es la principal limitante para el montaje de más obras teatrales. Mientras esperan la concesión de una sede, el conjunto refuerza otras aristas expresivas como los espectáculos itinerantes o pasacalles que los identifican en esta parte de la ciudad.

De acuerdo con el maestro, ejecuciones como los malabares pueden practicarse en cualquier lugar, lo mismo en un escueto espacio de casa que en una azotea, no así los entrenamientos con zancos e instrumentos musicales, debido a complejidades específicas.

“Hemos generado más de tres mil intervenciones públicas desde este pequeño cuartico y cuando queremos ir al baño tenemos que caminar dos cuadras. Apenas queda espacio para acumular más ropa, pero es nuestro lugar de reunión, el sitio donde mantenemos nuestro proyecto, lo único que tenemos”, reafirma.

Gigantería ha llevado su arte a otras provincias de Cuba como Isla de la Juventud, Pinar del Río, Matanzas, Santiago, Granma, Holguín y países como Italia y Ecuador. Salas en representación del conjunto actuó en México y Estados Unidos.

El grupo pertenece al catálogo de la agencia de representaciones artísticas Caricato y ha participado en la animación de numerosos eventos culturales junto a músicos como Leo Brouwer y orquestas como Van Van e Interactivo.

El director confecciona un álbum con las notas de anuncio y carteles donde aparece cualquier mención de la compañía. Según dice, solo le resta esperar pues ha tocado a todas las puertas posibles en busca de un apoyo con la sede. Ese espacio soñado sería además de un sitio añadido de presentaciones, un centro para talleres con niños a fin de mantener viva una tradición teatral de más de un siglo y medio en la capital.

“A muchos niñas y niños les encanta montar zancos, por ejemplo, y nos sorprenden a veces en la calle cuando se nos unen a las presentaciones espontáneamente. Sabemos que no somos los únicos, por suerte desde fines del siglo XX a lo largo de toda la isla otros proyectos comenzaron a trabajar los zancos y a actuar en los espacios públicos. En Granma Teatro Andante, en Matanzas el Mirón Cubano, en Ciego de Ávila D’Morón Teatro, aquí en La Habana estaba Tropa Trapo y un grupo de células que se unieron hace 14 años en el mes de abril para dar nacimiento a Gigantería”, rememora.

Este alumno de Vicente Revuelta asegura que La Habana Vieja fue tierra fértil para el teatro callejero, por eso se replantea continuamente cómo dialogar con la ciudad desde las propuestas teatrales. Con el tiempo, entre todos los artistas fueron descubriendo cómo combinar armoniosamente colores, líneas, figuras. Tal vez los maquillajes más complejos, por el nivel de elaboración, son los de las estatuas vivientes, que de acuerdo con Salas, le dan un toque de distinción muy peculiar al espacio público, y en Cuba apenas se conocían hasta hace poco.

“La nuestra es una experiencia insustituible, en cuanto es el resultado de la vida de un grupo de personas”, observa el director que se ve a sí mismo como un ojo crítico dentro del proceso. “No soy el teatrólogo que se sienta a contemplar solo lo que los demás hacen y evaluarlo críticamente, formo parte como una conexión más”, expone.

Actualmente, Salas se encarga de la reescritura dramática de un guión colectivo para una obra teatral titulada Tierra Santa. El argumento gira en torno a la idea de la vida como un viaje mágico hacia la muerte. “En realidad es sobre viajar hacia adentro y hacia afuera. El significado del viaje en la historia de una familia: un hombre, una mujer y una niña, que cada cual quiere hacer viajes diferentes. A partir de ahí comienza un juego para que los espectadores tomen una decisión durante la puesta sobre qué les gustaría más: viajar hacia afuera o hacia adentro”, relata.

“El espectáculo intenta plantear que lo importante no es viajar a otra parte, sino abrir la puerta del corazón para que todos los caminos entren y salgan de él. Tú eres el viaje, cualquiera puede ser el viaje”, manifiesta el teatrólogo.

Por las limitantes mencionadas el proyecto se ha retardado en el tiempo. El último gran estreno de Gigantería ocurrió en el año 2007. “Se preguntarán cómo es posible que un grupo de teatro se demore tanto en producir, y la respuesta está aquí, en las condiciones, la crisis de espacio vital que limita los proceso creativos, no tenemos prácticamente dónde ensayar, producir y almacenar”, subraya.

Los mantiene vivos el cariño y la euforia con que los recibe la gente en la calle desde hace 14 años en una urbe tan peculiar desde el punto de vista cultural, social e histórico. “Pero indudablemente necesitamos ayuda porque si no vamos a desparecer”, dice mientras ayuda a un compañero a decidir cómo guardar una jirafa de muñeco dentro de un estuche fabricado a mano para preservarla todo el tiempo posible.

Foto de portada: Beatriz Reyes

Foto: Aryam Rodríguez
Foto: Aryam Rodríguez

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