Teatro El Pálpito: La gente pobre necesita coraje

Tarecos para Irina

Teatro El Pálpito propone "Tarecos para Irina", monólogo de Maikel Chávez, en el Bertolt Brecht / Foto: Diana Castaños.

Hay muchas maneras de tener coraje. Como hay muchas maneras de ser pobre. Tarecos para Irina, monólogo que presenta teatro El Pálpito, dice pobre cuando quiere decir víctima; y coraje cuando quiere decir lucha.

La gente que ha sido en algún sentido víctima, necesita rebelarse contra ello. Rebelarse contra la injusticia, contra los que tienen el poder, sea el poder que sea. Basta de poner la otra mejilla, de bajar la cabeza, de “no importa, a mal tiempo buena cara”. ¡No! Incluso, basta de resucitar de nuestras desgracias; y basta de –maravilla exótica de nuestra cultura- hacerlo a paso de conga y tumbadora.

Hay que llorar, lamentarse, para luego luchar. La risa es un escudo que conlleva a la inercia. Y hay –también- que reconocerse. Una víctima no es necesariamente alguien sin culpas: el coraje del pobre suele tener límites. Porque el pobre suele echarle la culpa a los demás de sus miserias, y con ello les otorga a los otros una condición omnipotente, que quizás ni sueñen tener.

Tarecos para Irina cuestiona como pocas obras contemporáneas las partes negligentes –totalmente escurridizas- de la sociedad cubana. Hay conflictos filosóficos en el guión de Maikel Chávez y reflexiones contundentes –subterráneas- sobre términos complejos, como el libre albedrío y la libertad. Pero no una libertad que otros nos han robado, sino una que dejamos caer aquí, dentro de la cotidianidad de una Cuba que vivimos hace más de medio siglo. Porque también dentro de la Isla somos seres humanos y sucumbimos debajo de las miserias antropológicamente intrínsecas, ya saben, la envidia, el egoísmo, la desidia. También dentro de la silueta de nuestras costas somos víctimas… y victimarios.

Norah Hamze
Norah Hamze interpreta a Irina en la obra de Teatro El Pálpito / Foto: Diana Castaños.

En la obra que presenta Teatro El Pálpito el mundo teatral vuelve a exponerse como un reflejo del contexto social. Pero lo corajudo de la propuesta es que el guión de Chávez transita por líneas muy poco tratadas. No quiere repetir cánones ni esquemas; no quiere reírse de nuestras desgracias, sino –algo más coherente- lamentarse. Porque existen. Porque duelen.

Norah Hamze (la hemos visto en su personaje de la Nana de Tío Vania, obra de Chéjov que adaptó Carlos Celdrán para su Argos Teatro), sube con sus penurias –las propias, y las del personaje que interpreta ¿hasta qué punto serán las mismas?- y cala hondo con su soledad y su condición de víctima. Quienes tenían el poder han decidido sobre ella. Han decidido sobre su carrera como actriz; sobre su vida. De alguna manera la han bajado del escenario para colocarla entre cuatro plantas secas, y la han destinado ya para siempre a regarlas. Metáfora desmenuzada, ¿quién no se siente identificado con eso? ¿Quién no ha sido alguna vez víctima? ¿Quién no lo es, en algún sentido, ahora mismo?

Y también los pobres son injustos. También ellos cometen errores. Y cuando los pobres cometen errores, ¿qué sentido tiene la vida? La obra está plagada de intertextualidades. Como al Sergio –oda a Corrieri, de paso- de Memorias del Subdesarrollo, como a los intelectuales cubanos que vivieron entre el 71 y el 75, Irina sufrió la suerte –más bien desgracia- de que otros decidieran por ella su destino. Esos otros tenían el poder, podían hacerlo, y lo hicieron, y los personajes que fueron sus víctimas se quedaron sin sentido en sus vidas. Excepto que a veces no son personajes, sino personas.

Hasta cierto punto, está arraigado entre los cubanos reírnos de nuestras desgracias; es cultura. Pero ninguna persona quiere ser un tareco. Nadie quiere que, como a un objeto inanimado, lo muevan a voluntad. Por eso el pobre necesita el coraje para salirse incluso de su idiosincrasia. Necesita coraje para no reírse, (¡porque no es gracioso!); coraje para levantarse por encima de la desidia y la negligencia. Aunque sea la propia.

 

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