Muerte en el bosque: Mefisto apuesta por el misterio

Mefisto Teatro no ha sido un grupo de grandes aciertos en la escena cubana. Tal vez porque Tony Díaz no logra resignarse a la decadencia del teatro musical cubano como género, y se empeña en llevar a las tablas superproducciones como Chicago o Cabaret con poquísimos recursos. El resultado unas veces es desastroso. Otras, intrascendente.

Pero, de vez en cuando, Mefisto descarta el musical y lleva a escena otro tipo de obras. Muerte en el bosque es la más reciente de ellas, la versión que Tony Díaz escribiera de la novela Máscaras, de Leonardo Padura Fuentes, y estrenara en 1999 con la Compañía Rita Montaner.

Mefisto toca tres veces para ver morir a un joven vestido de Electra Garrigó en el Bosque de La Habana. Sobre un tablero de ajedrez, que pierde el sentido luego de las primeras escenas, se desarrolla la investigación guiada por Mario Conde y su ayudante Manolo, al amparo de las informaciones de Alberto Marqués, teatrista homosexual parametrado en los ´70, con quien vivía el difunto Alexis Arayán.

A partir de entonces, el investigador se adentrará también, sin proponérselo, en el oscuro pasado del movimiento artístico cubano del Quinquenio Gris, y en el grotesco mundo de los travestis de La Habana, y este va a ser, entre líneas si se quiere, el verdadero propósito de la obra.

Alejandro Milián le da vida a Mario Conde con una singular maestría. Con la maestría que puede poseerse a los veintiséis años, después de haber encarnado reinas, periodistas, mujeres vestidas de hombres o alabados barberos, y dirigir a un grupo de niños sin formación teatrológica en dos o tres musicales. A medida que la obra lo exige, Alejandro pone al descubierto la sensibilidad de un policía-escritor, otrora católico y convencionalmente escéptico. Analizándolo desde hoy, posiblemente el personaje más fabulado de la trama.

El misterio arrastra consigo varios sospechosos: el amante, el intelectual solícito, el padre…Y he aquí que el desenlace, que falla a favor –o en contra– de este último, viene a justificar el tema de la puesta. Porque Faustino Arayán estaba cansado de ser señalado por los demás funcionarios del cuerpo diplomático a causa de la homosexualidad de su hijo. Eso y las amenazas de Alexis de contar los fraudes del ilustre funcionario lo “obligaron” a estrangularlo con una pieza de seda roja.

La madre no aparece hasta muy avanzada la obra. Francamente, después de asistir a la magistral clase de actuación que ofrece Leidis Díaz, en Matilde, me pregunto por qué. “Usted no sabe el dolor que siente una madre cuando se entera de que su hijo es homosexual”, dice, y las manos le tiemblan y los ojos destilan un dolor profundo, imperturbable, bañado por unas lágrimas que comienzan a aparecer y no caen nunca, se van estancando entre los párpados y le emponzoñan el alma de culpas. Algunas veces, incluso, deseó que muriera, “por la vergüenza”, dice, y termina el monólogo pidiendo perdón a gritos.

Otros personajes estuvieron más o menos a la altura, el mencionado Mario Conde (Alejandro Milián) y Alberto Marqués (Jorge Luis de Cabo). Me refiero, obviamente, a uno de los elencos. Dudo que Carlos Pérez Peña, Heidy Villegas o Rayssel Cruz decepcionen en la puesta.

De forma general, Tony Díaz logra sintetizar la novela de Padura en una obra entretenida y no poco reflexiva, eso sí, desordenada a ratos y con varias gratuidades comunes ya en su repertorio. Los temas musicales en demasía y poco relacionados con la trama –aunque sean cantados por un travesti–, demoran o ensombrecen el desarrollo de la puesta. Pareciera que Tony tratara, por todos los medios, de tocar el musical, aunque esta vez decidiera apostar por el misterio. Mejores resultados le han deparado, a mi juicio, estas alternativas.

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Por: Diana Ferreiro Hernández

Fotos: Yuris Nórido

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