Rosa Ileana Boudet: Cuba va conmigo

Aunque el silencio la cubra en medio de la lejanía, quizás muchos cubanos conozcan cuán importante es el nombre de Rosa Ileana Boudet para el mundo de la crítica teatral cubana, y en sentido general para esta manifestación artística.

Ella dirigió las revistas Tablas y Conjunto dedicadas ambas a la creación dramática, sus gentes y escenarios. Además de su jefatura en la redacción de la conocida Revolución y Cultura durante los 70, ha colaborado con publicaciones de Estados Unidos, Latinoamérica y España.

Pero si de algo hemos de hablar es de su publicación personal en Internet: Lanzar la flecha bien lejos. El blog de esta periodista ha regalado a los amantes de la cultura cubana un espacio informativo, opinativo y, sobre todo reflexivo. Rosa Ileana ha conseguido que la saeta de su teclado lleve a una buena distancia el quehacer y la historia teatral de nuestro caimán.

Basta leer uno de sus comentarios o crónicas para darse cuenta del dominio que tiene sobre el tema de las tablas. La experiencia editorial la respalda. Exhibe varios títulos entre los que destacan El Vaquerito, a cargo de la Editorial Gente Nueva; Este único reino y Ensayo Teatro nuevo: una respuesta, ambos del sello Letras Cubanas; y Potosí 11, dirección equivocada, de la Editorial Unión.

Desde el 2000 reside en Santa Mónica, California. Comenzamos a escribirnos cuando hace unos años atrás busqué su opinión para una pesquisa sobre la primera escuela de arte creada por la Revolución, de la que egresó en plena adolescencia. Así, de vez en vez, en los buzones de ambos asoma algún e-mail con nuestros nombres como Asunto.

En cierta ocasión hablé con un periodista que fue compañero de curso de Rosa Ileana en la Universidad de La Habana. Cuando mencioné aquel nombre, el anciano dejó de teclear y me dijo en un susurro –como medio asustado- que ella tuvo problemas y por eso se había ido.

Rosa Ileana me pareció una mujer crítica, inconforme con lo mal hecho y las injusticias, vinieran de donde vinieran. Alguien que no retardaba su voz para denunciar sinrazones. Estrictamente eso.

Tiempo después supe que su nombre no se publicaba en Cuba -casualmente- desde hacía casi una década. ¿Qué ocurrió para que Rosa Ileana estuviera fuera de las imprentas cubanas? ¿Decisión propia o ajena? ¿Qué problemas tuvo? Yo me hacía estas preguntas hasta que tiempo después regresó a mi correo un e-mail con nombre de mujer. Llegaba desde la orilla del Pacífico, con el Caribe adentro.

Podríamos definirla como una periodista que cultiva la crítica teatral apasionadamente; pero también se ha lanzado al terreno de la dramaturgia.

Periodista. Y crítico, cuando pensé que había que profundizar e investigar. En la dramaturgia no he incursionado propiamente.

Escribí un monólogo para mi hija –cuando una tiene cierta edad le gusta un poco jugar– por si le gustaba. Resulta que a Yvonne López Arenal le gustó, hubo una lectura dramatizada en Miami y por eso se conoció. Se llama Una rosa para Catalina Lasa y tiene sólo un valor sentimental. Hoy buscas en Google y hay una nota hablando muy mal del texto cuando ni siquiera está publicado. Como le cogí el gusto, estoy escribiendo otra obra. Pero respeto mucho a los dramaturgos y no me considero uno ni aunque escriba diez obras más.

Publicó, junto a Graziella Pogolotti y Rine Leal, un libro que se titula Teatro y Revolución. ¿Cómo transcurrió el proceso editorial a seis manos?

El libro es una selección y formé parte de su comité editorial junto con Rine Leal. Aunque hubo discusiones para elegir los textos, la voz cantante fue Graziella Pogolotti que hizo el prólogo. Mi papel en un trío donde estaban Graziella y Rine fue muy menor.

Rine Leal, ¿qué significa ese nombre para nuestro teatro y para usted?

Un estudioso y un gran escritor que desbrozó el monte del teatro cubano. Sus libros pueden leerse por la frescura de su prosa y no sólo por los datos históricos.

Para mí es un amigo escritor que no presume y siempre tiene un chiste para desdramatizar.

En una ocasión me dijo que prefería no hablar sobre Rine en una entrevista, ¿por qué asumió esa actitud?

No quiero hablar más de Rine porque con el tiempo se corre el riesgo de banalizar los sentimientos. Donde quiera que esté, tiene que saber, que hay algo suyo en todo lo que escribo.

Sé que a Felipe (su actual compañero) y a usted los volvieron a unir rumbos de telenovela.

Felipe y yo fuimos compañeros en el Instituto Edison, él ya estaba en el bachillerato. Emigró a los Estados Unidos en 1961 y no nos vimos más. Cuando tuve la oportunidad, empezamos a escribirnos. Siempre tuve ganas de decirle que había saqueado muchas de sus cartas y era un «personaje» ausente en mis libros. En 1998 Sonia Rivera Valdés me invitó a una conferencia de escritoras en Nueva York; vine, nos reencontramos y empezó a visitarme en Cuba hasta que nos casamos en el 2000.

¿Emigró a Estados Unidos por eso exclusivamente? Escuché de alguien que fue producto de desavenencias políticas.

Vine a los Estados Unidos en el 2000 con una visa de fiancé para casarme con Felipe. Me despedí de todo el mundo, de mis antiguos empleadores, de mis  compañeros. Necesité presentar una carta en la que se certificaba no tenía adeudos con el Estado y se la pedí a Retamar, que fue muy amable. No fue un secreto.

En más treinta años de vida laboral activa, te imaginarás cuántos desacuerdos tuve con otros y otros conmigo, de cuántas cosas discrepé, por una o dos me sancionaron, por otras me dieron una medalla, pero nunca hubiese emigrado si no fuera porque Felipe y yo convinimos en que era la mejor de las variantes ya que todas implicaban alguna renuncia.

Y sus relaciones con el mundo intelectual cubano, ¿cómo se encuentran?

Las relaciones formales no existen. Por otra parte, cuando viajo a Cuba no me da tiempo a hacer las gestiones que se necesitan para mantenerlas vivas porque me concentro en mi casa y cuando más en las biblioteca, porque la última vez que fui al teatro fue en el 2006. No tengo nada que ofrecer. No enseño en una universidad, no puedo invitar ni organizar intercambios ni tengo influencia alguna en ningún medio.

Lo primero que intenté, la colaboración con un teatro de Hollywood que dirige Paul Verdier por el que vinieron Nara Mansur y mi hija en 2003 –y se leyeron y tradujeron dos obras de Nara cuando no era la dramaturga reconocida que es hoy– fue prácticamente un acto clandestino a los efectos cubanos.

Del dossier de Primer Acto con entrevistas a seis autores en el 2006, el primero en muchos años en esa publicación, que es muy prestigiosa, no recibí ni una nota, aunque fuese una opinión desfavorable. Algunas personas queridas se negaron a ser entrevistadas para el blog. En cierto momento –creo que después del blog- algo pasó, no lo sé bien, una suma de incidentes que alguien no vio bien. Desiderio Navarro armó un show por una simple reseña y escribió algo bastante ofensivo en el que decía que me quedara con los miamenses.

Es decir, no hay que ser muy inteligente para darse cuenta que intentarlo era una imposición, por no contar mi desencuentro con una funcionaria cubana en la oficina de Washington. Fue devastador. En otras ocasiones, como con La Gaceta, que siempre me pidieron colaboraciones, he sido yo quien se alejó porque sin estar dentro, es muy difícil saber cómo puede insertarse lo que escribes e iba a terminar de obituario en obituario.

Cuando escribí la biografía de Luisa Martínez Casado se la ofrecí a Cienfuegos, por ética elemental. No pudo ser. Te estoy hablando del 2011. La sensación que tengo es que los colocaba en un compromiso, una situación que para mí es demoledora porque casi todo lo que hice –mal o bien- fue promover a otros. Como te digo esto, debo hacer un aparte con muchos intelectuales de los que he recibido siempre el mismo afecto. Nada más te voy a mencionar dos que ya no están, Albio Paz y Héctor Quintero, porque las listas tienen sus problemas y la mía es larga. Ahora mi satisfacción sería que alguien comprase Ediciones de la Flecha en una librería de viejos.

¿Volverá a publicar narrativa?

Nunca he dejado de escribir narrativa. Otra cosa es que no se publique. Cuando llegué a los Estados Unidos en 2000, terminé un libro testimonial con muchos e-mails intercambiados entre Felipe y yo que se titula Visa de fiancé. Quedó muy largo, necesita poda y una mirada ajena; es muy posible que no tenga ningún valor. No lo he vuelto a tocar.

Seguí con los cuentos. Uno de ellos fue finalista en el concurso del Tren de los ferrocarriles españoles y se publicó en España: La Habana noir o iré a Bejucal. Tengo entre manos dos noveletas medio terminadas y muchos otros relatos. Lo que sucede es que no puedo insistir. Los que me conocen lo saben. Postales a la maga, que obtuvo mención en el Juan Rulfo de París, demoró más de seis años en ser publicado. No le caigo atrás a nadie.

Para suerte mía, Mirta Yáñez y Marilyn Bobes me incluyeron en Estatuas de sal y uno o dos de mis cuentos han tenido por eso un gran recorrido con traducciones al inglés. (La edición londinense de Mango Press, es de 2004). Claro, con el ritmo impresionante de los autores jóvenes –que publican todo lo que tienen escrito– seis años es mucho tiempo.

Y la actuación, ¿la ha echado a un lado?

Me encantaría hacer un papel en una película. No pierdo esa ilusión.

Basta navegar un poco para darse cuenta de que su blog personal ha sido muy bien acogido por los internautas interesados en el teatro cubano. Cuénteme un poco de la experiencia al frente de Lanzar la flecha bien lejos. ¿Es un refugio para continuar escribiendo?

Empecé el blog cuando comenzaron casi todos, hace seis años. Pensé, «si otros lo hacen, ¿por qué no yo?». Así que con la tecnología de blogger, que al mes resulta muy fácil de dominar, ha sido muy natural. Me lo tomo como una redacción casera y no remunerada. El incentivo está en que a través del blog encuentro amigos y enemigos, admiradores y detractores, pero sobre todo mucha gente deseosa de compartir sus experiencias. Es una terapia magnífica y como se ha dicho, la lírica de la internet. No hay más, ni refugio ni nada. Juego y oficio.

¿Por qué surge Ediciones La Flecha?

En doce años en los Estados Unidos, investigando como nunca antes –siempre tuve trabajos de más de ocho horas– tuve la necesidad, dado que al parecer no le interesaron a nadie más, de publicar mis propios libros. En 2004 la editorial Gestos, de la Universidad de California, publicó En tercera persona…, una despedida de la crítica puntual, que  había entregado a Tablas antes de salir.

Cuando creí que el primero de los libros, Teatro cubano: relectura cómplice, estaba más o menos terminado, puse en Scribd muchos capítulos y tuvo muchos lectores. Tenía entonces otro título. Hice varios intentos sólo digitales hasta que los imprimí en papel a partir del 2010.

He publicado cuatro libros. No quiere decir que salieron como chorizos, sino que se gestaron durante más de diez años. Me pareció más que suficiente la espera. Si alguien que trabajó con editores, escritores y autores en revistas y medios de prensa, no despertó la menor curiosidad por lo que hace en tantos años, debe ser porque los libros son muy malos o dejó muy mal recuerdo. Entonces hay que lanzar la flecha.

El libro autopublicado tiene mala fama en la academia, no es lo ideal. Te privas de trabajar con los editores que siempre benefician los textos porque aquí es algo imposible de costear. El trabajo es tremendo. Eres correctora, impresora, diseñadora y los libros se resienten de ese aspecto no del todo profesional.

Pero creo que, en mi caso, era y es la única salida. Para alentarme, pienso en los muchos autores que se publicaron sus obras en los años cuarenta y cincuenta. Y sobre todo en las bibliotecas que por suerte atesoran manuscritos.

Lanzar la flecha bien lejos es una frase que me dijo Lezama Lima en una entrevista de 1970. Las Ediciones recuerdan esa flecha que intenta dar en el blanco.

Desde su partida, ¿cómo hace para mantener bien cerca a Cuba?

Vivo entre Santa Mónica y La Víbora porque allá está lo que más quiero. En la biblioteca encuentro más libros cubanos de lo que puedes suponer. En mi casa Felipe tiene más música de Cuba que la que oí en toda mi vida. Si quiero algún otro libro, aparece cuando menos te lo esperas. Viene con un amigo o un conocido aparte de los muchos autores  cubanos, norteamericanos y de otros lugares con los que mantengo relaciones muy cordiales.

Por las noches, hablo con Francisco Morín. Me imagino estamos en Galiano y San Rafael y hemos salido de una función de Prometeo. Cuba va conmigo.

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