Semen

Toda obra de teatro tiene, cuando menos, dos o tres verdades. Hay pésimas obras de teatro, sublimes obras de teatro, triviales obras de teatro, obras de teatro ni tan sublimes ni tan triviales que se mantienen en un condenado punto medio, pero la mayoría de las veces algo se le pude salvar a la obra. Un movimiento de la luz, un grito cortado de la actriz, algo, un silencio en la sala, algo, la locura hermosa de un personaje, o el actor que te diga: “No se puede ser mala persona y llorar con un orgasmo al mismo tiempo”.

A las diez de la noche en la ciudad de Matanzas, el grupo de teatro El Portazo acaba de hacer su puesta número nueve de Semen. El Portazo no se parece a ningún otro grupo de teatro por razones artísticas y por razones de recursos. La razón artística es que El Portazo, dicho así, parece la reunión de un grupo de aficionadísimos amantes del teatro. Y la razón económica, es que no he visto otro grupo de teatro que en el entreacto pase una gorra para que le gente eche algo de dinero, porque ellos no tienen, ni tienen una institución que les dé, y están encaprichados, muy encaprichados en actuar.

Han representado Semen, un texto de Yunior García bajo la dirección de Pedro Franco. El Portazo, creado en 2011, concluye con esta obra el ciclo de la trilogía En zona, la cual también contiene en el repertorio los títulos Por gusto y Antígona.

La puesta no es una memorable puesta. Cuenta los conflictos de dos hermanas –también amantes-, un padre, un muchacho vendedor de drogas, y de ahí las historias que los conectan a unos con otros, y de ahí el drama, y la inestabilidad, y la irresponsabilidad, y el desorden de todo. Hay en la obra buenas actuaciones –ninguna excelente, a mi entender-, hay regulares actuaciones y actuaciones muy malas, que son básicamente las que te arrojan a pensar en lo de un grupo de aficionados. Pero Semen guarda, como cualquier obra, tres parlamentos y una escena estremecedora.

“El semen huele a limpio”, dice una actriz.

“Hacerlo con condón es como bañarse con sombrilla”, dice también esa actriz.

Y luego agrega la verdad más cierta de la noche: “No se puede ser mala persona y llorar con un orgasmo al mismo tiempo”.

La escena estremecedora de Semen es en la que Jany- personaje interpretado por Maria Laura Germán, actriz invitada de Teatro de las Estaciones- comienza a hurgarse debajo, entre una pierna y otra, comienza a hundir el dedo suavemente, y le va gustando el recorrido del dedo, y el dedo se mueve en círculos, y el dedo entra y sale despacio, y vuelve a hundirse en el lodo vaginal, y el dedo va haciendo justamente lo que su cabeza quiere que haga, si la mente de Jany quiere que el dedo ande rápido el dedo obedece, y si quiere que se detenga en un punto fulminante el dedo lo hace, y el dedo para cuando la mente de Jany quiere que pare, y Jany ha disfrutado de todo esto, un jadeo tras otro, una carcajada, un calambre entre los muslos, un retorcimiento en las caderas, Led Zeppelin de fondo, y la vida parece perfecta en ese instante.

Esos son los parlamentos y esa es la escena. Punto y aparte son las condiciones en que se dicen los parlamentos y en que se hace la escena. El Portazo no se ha presentado en un teatro con escenario e hileras de asientos, sino en un local de una calle céntrica en Matanzas. Un local viejo y decadente, que ha perdido trozos del techo y está mal pintado y mal habilitado, sin una adecuada iluminación, pero que les permite entrar al menos a unas treinta personas, ubicar sillas en un espacio no muy grande, que algunas personas se sienten en las sillas, y otras en el piso, y otras permanezcan de pie. El teatro, de por sí, es un arte pobre, pero El Portazo lo es aún más. El teatro en el mundo ha sido subsidiado siempre por hombres de dinero, tienen tanto pero tanto dinero que saben que el teatro, más que proporcionarle, les va a restar presupuesto, pero pese a esto levantan un edificio y lo nombran sede de algún grupo. No sé cuánto recaudarán las grandes compañías después de las grandes temporadas de grandes puestas, pero al menos en Cuba los grupos invierten a veces sumas que no superan luego con los tickets vendidos por los precios de cinco y diez pesos cuando, en el mejor de los casos, el teatro se replete.

Pero ni siquiera esta es la situación de El Portazo. Ellos pertenecen a la Asociación Hermanos Saíz, y no a una institución de las artes escénicas que los subsidie, por esto han decidido interrumpir la obra, y en medio de la escena colocan un termo y unas tazas de café, y comienzan a vender café a un peso, y los actores venden también los posters de las obras, y venden condones, y pasan una gorra para que la gente eche dinero y recaudar algo para futuras funciones.

Semen –una vez que todo termina piensas en esto- no es una gran puesta, pero algo durante la obra estremece, te retuerce un poco. No sé qué es, si la pobreza del arte o la pobreza que nos desborda, no sé si el alarido de la actriz por el orgasmo cumplido, o la complicidad en la voz de Nancy Sinatra, o el olor del café, tan fuerte el café, tan negro, tan delicioso el café.

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