Cuba en el Clásico Mundial: la hora de los mameyes

¿Podrá Cuba sonreír en el IV Clásico Mundial? Foto: Trabajadores.

Foto: Trabajadores / Archivo.

Si en el deporte se ganara solo con entusiasmo, Cuba podría aspirar quizás a una actuación destacada en el IV Clásico Mundial de Béisbol. Digo quizás, porque el entusiasmo es algo imposible de medir y el resto de los equipos involucrados seguramente no entraran al terreno arrastrando los pies.

De hecho, una selección como la japonesa –nuestro primer rival en la justa– se caracteriza lo mismo por su disciplina táctica y concentración que por la energía contagiosa de sus peloteros. Tanto ellos como sus seguidores parecen ser expertos en transmitir inspiración, en sonreír y darse ánimo hasta en los momentos más extremos.

Peligros para Cuba en el IV Clásico Mundial

Y si hablamos de sonrisas y alegría en el juego, los jugadores latinos son la apoteosis. República Dominicana ganó la edición anterior apoyada no solo en la incuestionable calidad de sus hombres sino también en su disfrute del torneo. Parecían muchachos de barrio jugando por placer y no beisbolistas que cargaran en sus espaldas la esperanza de todo un país.

Cuba mostró una cara semejante en el primer Clásico. A pesar de la presión, de la carga extradeportiva que enrarecía el ambiente, la selección antillana jugó sin complejos, con una soltura que sorprendió al mundo, quizá porque muy pocos apostaban un peso a que llegara hasta donde llegó.

Pero de aquel equipo, en cuerpo y alma, queda hoy muy poco. No hablo solo de nombres –bien se sabe que Frederich Cepeda y Jonder Martínez, incorporado a última hora, son los únicos sobreviviente– sino de la confianza asentada en la autoestima, en el amor propio. Porque aunque ya por entonces faltaban figuras, la sangría disparada en los últimos años ha dejado a la Comisión Nacional con poco, muy poco trigo para recoger. Y eso pesa en la conciencia colectiva.

No pongo en duda el talento y los deseos de quienes conforman hoy la nómina del equipo cubano. Están ahí por méritos propios, al margen de cualquier subjetividad y suspicacia en la selección. Pero está claro que algunos de ellos no estarían allí si otros tantos no hubiesen tomado las de Villadiego. O, mucho menos, si se hubiese conseguido el dream team unificado que tantos dentro y fuera de la Isla deseamos.

Este panorama, vislumbrado con bastante antelación a la competencia y acentuado en los últimos tiempos con la partida de promesas como José Adolis García, Héctor Mendoza y Luis Robert Moirán, rebajó hasta el subsuelo las expectativas de no pocos fanáticos y especialistas.

En camino del Clásico fracaso

Pero la victoria del equipo Granma en el más reciente campeonato cubano y su posterior desempeño en la Serie del Caribe, revivieron la esperanza. Los alazanes de Carlos Martí dieron la cara, jugaron con precisión y desenfado, y ante la cercanía del Clásico hicieron pensar en que, después de todo, una buena actuación sí era posible.

Ante la alegría por sus resultados, nadie o casi nadie cuestionó que Martí fuera ascendido hasta el puesto de timonel de la selección cubana –algo que nunca antes le había sido confiado en su prolongada y meritoria carrera–, ni que el equipo que jugó en Culiacán se “trasplantara” prácticamente en pleno a la nómina que viajaría rumbo al Tokio Dome.

Nunca en los últimos años hubo tanta complacencia en torno a un team Cuba, tan pocas críticas a los métodos y los nombres. La vida, sin embargo, termina colocando todo en su justo sitio.

Tras varios partidos de confrontación en Asia, el entusiasmo ha vuelto a menguar. O, cuando menos, fue tomado responsablemente de la mano por la cordura. Una victoria, un empate y cinco fracasos alcanzan para “bajarle los humos” a cualquiera.

Al respecto, el mentor cubano ha sido claro: “como preparación la gira fue buena, pero el resultado ha sido malo”.

En Japón, Taipei y Korea las huestes criollas debieron enfrentar a peloteros curtidos y en sus predios, tal como sucederá ahora en el Clásico. El impacto de topar con profesionales de este nivel pudo haber hecho mella en los cubanos, en especial en los menos acostumbrados a vestir la franela nacional.

No pueden desdeñarse por igual factores derivados de la geografía, como el cambio de uso horario y los kilómetros de viaje. Tampoco el hecho de que el director probara –acertadamente sin dudas– a todos los hombres en más de una alineación posible, en lugar de casarse con un roster único, inamovible.

Sin embargo, también pudiese estar pesando la camiseta, el interiorizar las cuatro letras que lleva su uniforme. Agotado el impulso de la serie nacional, que sirvió todavía de combustible en Culiacán, el saberse en tamaña responsabilidad puede haber golpeado a algunos como un ladrillo.

El Clásico, a fin de cuentas, no es la Serie del Caribe. Una cosa es con guitarra y otra con violín.

El gran aburrimiento (con perdón de Bogomil Rainov)

Ojalá, no obstante, me equivoque.

Ojalá mañana, cuando rivalicen con Japón, y luego con Australia y China, vuelvan a disipar los temores y a cebar nuestro cada vez más escuálido orgullo beisbolero.

Ojalá no se confíen con los supuestos débiles y se miren en el espejo de Corea del Sur que en la jornada inaugural del IV Clásico fue derrotada por el equipo israelí. Sí, por Israel, y no por Holanda o Taipei de China, en apariencia los más fuertes en esa llave.

Ojalá Cepeda demuestre que no cree en lesiones, Despaigne acabe a batazos a los lanzadores contrarios –como acostumbra a hacer en la liga del país del sol naciente–, Yoelkis Céspedes confirme que merecía la titularidad por encima de otros jardineros más hechos, y Carlos Benítez sea nuevamente el mismo que brilló en México y no el que ha palidecido en la otra mitad del mundo.

Ojalá Noelvis Entenza haga quedar bien a Carlos Martí, que lo anunció como abridor frente a los nipones, y Lázaro Blanco, Vladimir García, Liván Moinelo y compañía hagan la tarea en los demás partidos con el necesario respaldo de sus compañeros madero en ristre.

Ojalá aunque no ganen el Clásico, o ni siquiera lleguen a las semifinales, se batan como mosqueteros, hagan rodar más de una cabeza coronada, y caigan, cuando lo hagan, con las botas puestas.

Llegó la hora de la verdad. En solo unos días sabremos si todos los cubanos, de aquí y de allá, tenemos razones para gritar de emoción y celebrar que la pelota siga siendo nuestro deporte nacional. O, por el contrario, para bajar la cabeza y rumiar nuestras penas viendo en televisión el fútbol de Europa.

Bienvenida la hora de los mameyes.

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