Messi: por eso es mejor no ser líder por un día

Harry Winks, de Tottenham, disputa un balón con Lionel Messi, líder del Barcelona en la victoria 2-4 en la Liga de Campeones (Reino Unido). EFE/ANDY RAIN

Harry Winks, de Tottenham, disputa un balón con Lionel Messi, líder del Barcelona en la victoria 2-4 en la Liga de Campeones (Reino Unido). EFE/ANDY RAIN

Ser un líder no está relacionado con ser el jugador más talentoso, ni tampoco con el goleador infalible. El líder es quien logra sacar lo mejor de sus compañeros o, por lo menos, imponerse en un momento de crisis. Javier Mascherano fue uno toda su vida; sin anotar goles, con su entrega y su capacidad para luchar cada balón como si fuera el último, se convirtió en un capitán, sin importar si llevaba el brazalete sobre el campo o no. Lo mismo Sergio Ramos. Un defensa transformado en leyenda a base de goles en el descuento. Es la actitud de no rendirse lo que cuenta, no confundir con esos futbolistas que corren y corren como si no existiese un mañana, pero poco o nada aportan a sus selecciones (sí, hablo de Ariel Ortega, Ángel Di María, entre otros).

A Lionel Messi siempre se le ha acusado de no ser un líder en la grama, como si eso fuese una decisión y no una actitud ante la vida, algo con lo que se nace. Esa aura desprendida por tipos como Mascherano, Ramos, Rummenigge, Donovan, es espontánea, nada impostado, nada que uno pueda aprender. Usted no puede educar a un líder, el líder surge y se gana el respeto del resto de forma natural. Y Lio, a pesar de su talento, no es uno de estos hombres. Y los oportunistas lo aprovechan para compararlo con Maradona e intentar dañar su imagen.

Por eso Cristiano Ronaldo sale airoso en muchas de las tediosas comparaciones entre ambos. Él tampoco es un líder, pero su capacidad goleadora, egoísmo y necesidad de superación, lo convierten en un Hércules que arrasa con todo a su paso. Y si a sus espaldas hay un equipo colgado, que vive de sus goles, a quién se le ocurre pensar que no es él la bujía del club. No más miren al Real Madrid, sin un sustituto capaz de echarse encima a los merengues. Quizás ahora alguien esté dudando sobre la entrega del premio The Best a Luka Modric. Es una suposición, nada más.

Lo jodido está cuando un día Messi asume el rol de líder como si fuese lo más normal del mundo. Ahí están aquel partido donde marcó un hat-trick ante Ecuador para clasificar a Argentina a la Copa del Mundo Rusia 2018, o la noche del tres de octubre del 2018, frente al Tottenham, en Wembley, cuando presionó más que nadie, indicó dónde debía ir cada pase, y (¡sorpresa!) no se amilanó cuando dos disparos suyos al poste dejaron mudo a uno de los estadios más emblemáticos. Ese Messi es el que desea ver cada hincha cuando Lionel viste la albiceleste, y partidos como estos son los que provocan tantas dudas y odio en Argentina hacia uno de los futbolistas más grandes de la historia.

¿Por qué a veces sí y otras no? Quizás si nos limitásemos a disfrutar de lo que hace y no pedirle ser alguien que no es, no fuese necesario hacer esa pregunta. Messi y Cristiano, y el Barça y el Madrid, rompieron un equilibrio que debía existir en el mundo de fútbol. Cuando pasan unos partidos sin marcar o sin el mejor puntaje posible, todo el mundo habla de crisis, cobardía, no sentir la camiseta, expulsión de técnico, refuerzos necesarios, fin de ciclo. Perder dejó de ser normal. Ganar debe ser el pan de cada día, da igual cuán absurdo pueda sonar.

Y de la misma forma, ser el líder, el foco de atención, el mejor, el hombre que decide cada encuentro, es ahora la norma. La culpa la tienen ellos, por ser tan maravillosos y espectaculares. Y también el periodismo, necesitado de vender titulares, sumar la mayor cantidad de lectores, sin importar mucho los medios empleados. Ese cambio de paradigma junto a la distorsión de la realidad, nos ha hecho creer que lo imposible, es lo normal, y lo normal es un Messi capaz de decidir cada partido.

Por eso, cuando no lo hace, todas las críticas van hacia él, y pocas veces hacia otros jugadores, o peor, a la mala gestión de una directiva o las pésimas decisiones del entrenador y su cuerpo técnico. Y aun cuando es el mejor en la cancha, el futbolista que siempre deseamos ver, aparecen las dudas, la ausencia de raciocinio, y la pregunta de por qué no juega así siempre. Por eso es mejor no ser líder por un día. Te puede costar un buen número de detractores.

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