Rusia 2018 en cinco claves políticas

Una bandera con el logo de la Copa del Mundo 2018 ondea frente a la Catedral de de San Basilio, en Moscú. Foto: Pavel Golovkin / AP.

Una bandera con el logo de la Copa del Mundo 2018 ondea frente a la Catedral de de San Basilio, en Moscú. Foto: Pavel Golovkin / AP.

El Mundial de Fútbol, todavía sin conquistar del todo India y China, no es el evento deportivo más visto, le ganan el Mundial de Cricket –todo el Commonwealth se paraliza– o los Juegos Olímpicos; pero sí es el que más pasión genera.

El Mundial concentra la atención de grandes mayorías de casi todo el globo, no solo en los 32 países que participan; Cuba es testigo de esto. El fenómeno se extiende a los rincones más recónditos: la película La Gran Final retrató cómo en la estepa de Mongolia, el desierto de Niger y la selva amazónica por ejemplo hacen lo imposible para poder ver la final en vivo. Para Eric Hobsbawm, el fútbol es a tal punto tema de conversación entre cualquier mortal, que ya es toda una “lingua franca”.

A Jorge Luis Borges el fútbol no le gustaba porque, decía, eran “22 tipos corriendo detrás de una pelota”. Una pipa puede no ser una pipa, como pintó Maigret o, como escribió Freud, ser solamente una pipa. Un abrazo puede ser solamente el choque entre dos cuerpos: pero nunca es solamente el choque entre dos cuerpos. El fútbol, el deporte de los abrazos, es un fenómeno que moviliza miles de millones de almas a nivel global. La sede de la FIFA en Zurich tiene más banderas nacionales flameando en su puerta que la de la ONU en Nueva York. Y cada cuatro años tiene su gran fiesta.

En un mundo cada vez más regido por la Economía de la Atención, donde contenidos y pantallas compiten para que neuronas cada vez más quemadas le presten un poco de la concentración que les queda, millones de personas solo harán una cosa durante un mes: sentarse a mirar 22 tipos corriendo detrás de una pelota.

Todo eso tiene un contexto político, que podemos resumir en 4 claves y un poco de fútbol:

1- Aprovechar la Copa

Muchos gobiernos se aprovecharán de que la atención del gran público estará desviada hacia la pelota.

En Argentina, donde se está aplicando un fuerte ajuste económico, con altas alzas de tarifas y regreso al FMI, el Mundial es la distensión perfecta para Mauricio Macri.

Algo similar sucede en Brasil, con Lula preso y Temer cada vez más deteriorado, el fútbol relaja por 30 días la “situación dictatorial”, como la calificara el candidato presidencial colombiano Gustavo Petro. La verdeamarelha es, como siempre, uno de los principales candidatos. Si la victoria argentina en el Mundial de 1978 le dio un poco de aire a la dictadura de Videla, ¿por qué no va a suceder algo similar en Brasil con Neymar levantando la Copa?

Sin embargo, el rédito político por un buen resultado en el Mundial suele durar poco. Volvamos a poner el ejemplo de Argentina: 4 años después de ganar la Copa de 1978 la dictadura cayó; 1 año después de ganar la de 1986 el gobierno de Raúl Alfonsín perdió las elecciones legislativas. Por otro lado ni Dilma ni Merkel cayeron por que sus equipos lo hicieran en semifinales en 2014 y 2006 respectivamente. Más que un rédito el Mundial trae, o no, efervescencia.

2- Lamentar la Copa

Otros gobiernos, como el de Piñera en Chile, el de Lenín Moreno en Ecuador o el nuevo gobierno nacionalista italiano lamentarán que sus equipos nacionales no hayan clasificado y pedirán a consultores que salgan a medir en encuestas si el mal humor que eso genera impacta en sus gestiones.

No participar en el Mundial implica algunas pérdidas económicas para los países que habitualmente asisten: el evento suele fomentar algunos mercados como el de los televisores y, según Goldman Sachs, las victorias o derrotas de países importantes tienen consecuencias en las Bolsas de Comercio de esos países al día siguiente.

No formar parte de la gran fiesta del fútbol tiene también consecuencias morales: el estado de ánimo general. En Italia –el campeón del mundo ausente de esta Copa– hay comentaristas que toman el fracaso de la clasificación al Mundial como el reflejo del “fracaso de la sociedad italiana para avanzar a la modernidad”.

3- En el medio de la Copa

El Mundial se colará en el contexto de eventos políticos relevantes. Dos días antes del inicio, Trump se reunirá con Kim Jong Un en Singapur. Justo en el momento en que Vladimir Putin estará en el centro de escena por organizar la copa, Trump le disputará agenda mediática.

En Colombia el Mundial coincidirá con la segunda vuelta de las elecciones, el 17 de junio, entre Gustavo Petro e Iván Duque. Nuevamente la economía de la atención: el público escuchará menos discursos políticos en campaña electoral y más relatos periodísticos en partidos de la Copa. El Mundial hará que la campaña termine el 13 de junio; luego las mentes entrarán en transe futbolero.

En México sucederá algo similar con elecciones similares: serán el 1ro de julio. Aunque el Tricolor podría ya haber quedado eliminado para esa fecha si no supera la difícil primera ronda contra Alemania, Suecia y Corea del Sur.

La algarabía por seguir adelante o la desazón por el fracaso mundialista (nunca se sabe) pueden influir en el voto en tanto apuesta por el cambio o la continuidad. El fútbol cada cuatro años despierta o apaga nacionalismos y eso, en un contexto electoral, es sensible. Las dirigencias políticas a veces no gobiernan personas, sino estados de ánimo.

4- La Copa es política

Más allá de lo que el Mundial incida en las coyunturas políticas, en sí misma es un evento político. La Copa ocupa el lugar de las antiguas Ferias Universales, que concentraban tanto dinero y atención, que obligaban a los anfitriones a lucirse: fue así como, por ejemplo, Francia mandó a hacer en 1887 la Torre Eiffel en París.

La Copa fue siempre política: desde 1934 cuando Mussolini organizó el Mundial en Italia, hasta 1978 cuando lo hizo la dictadura argentina. Aunque no solo para regímenes de excepción: en 2002 sirvió para unir a Japón y Corea, y en 1998 para licuar las tensiones racistas en Francia.

Rusia por su parte fue un imperio que hace todo lo posible para seguir mostrándose potencia y el Mundial sirve para eso. Qatar, en plena sanción y guerra comercial con Arabia Saudita y sus aliados en el Golfo Pérsico, tendrá en su polémico Mundial de 2022 una pequeña revancha. Los escándalos de la FIFA denunciados por el FBI en 2015 se destaparon luego de que Estados Unidos no fuera elegido en 2010 para organizar la Copa de 2022 que, a fuerza de sobornos, ganó la petrolera Qatar.

5- Dinámica de lo impensado

Entre los cuatro principales candidatos a quedarse con la Copa hay dos sudamericanos, los de siempre: Brasil y Argentina. Sin Italia, el cuarteto lo completan Alemania y España. En un segundo lote llegan el Portugal de Cristiano Ronaldo, la Francia de Antoine Griezmann, la Bélgica de De Bruyne, la Inglaterra renovada, y un poco más abajo otro latinoamericano: el Uruguay de Cavani y Suárez.

Todos los pronósticos se esfuman tras cada silbatazo inicial: el fútbol, escribió Dante Panzeri, “es la dinámica de lo impensado”.

Alemania sabe que es un Mundial de transición, apenas 8 de los 23 campeones del mundo en 2014 jugarán en Rusia. Pero aun en los mundiales de transición, como en 2002 o 2010, llegó a la final. En algún punto el fútbol, como decía el goleador inglés Gary Lineker, “es un deporte de 11 contra 11 en donde siempre gana Alemania”.

Los equipos latinoamericanos irán con diferentes ambiciones. Argentina le apuesta todo a Lionel Messi. Sin él el porcentaje de efectividad baja rotundamente y hasta se expone al ridículo como cuando perdió 6-1 frente a España en abril. Tiene un grupo a priori accesible (Islandia, Croacia y Nigeria) aunque con rivales ásperos que pueden complicarle el trámite de los partidos. Si todo sale bien en segunda ronda enfrentará a Dinamarca o Perú y su camino hacia los 8 mejores estaría allanado.

Brasil armó un equipo sólido en defensa y ataque alrededor de Neymar, que quiere tomarse revancha de la derrota sufrida en casa hace cuatro años. Con un grupo que no debería generarle problemas –Suiza, Costa Rica y Serbia– los brasileros quieren volver a enamorar.

Uruguay tiene una estrategia bien definida: una defensa férrea, la famosa garra charrúa, con Godín como emblema, y la dupla Cavani-Suárez en el ataque. Su camino a octavos de final no debería ser complicado: comparte grupo con el local Rusia, la Arabia Saudita de Antonio Pizzi y el Egipto del lesionado Salah.

Colombia tiene el mejor equipo de su historia. Su plantel está jugando en las mejores ligas y tiene encima la experiencia de Brasil 2014, donde casi pisan semifinales. Además, los colombianos tienen muchas posibilidades de ganar su grupo (lo comparten con Senegal, Polonia y Japón). José Pekerman sueña con las semifinales.

Perú, lleno de alegría no solo por volver a una Copa tras 26 años, sino por poder contar con su estrella Paolo Guerrero (la Justicia ordinaria de Suiza lo habilitó tras el doping en un caso sin precedentes) sueña con pasar la primera ronda. Con Francia como gran candidato a ganar el grupo, el segundo puesto estará bien peleado entre peruanos, australianos y daneses.

Está todo por verse: serán 64 partidos desde el 14 de junio y durante 30 días. El foco de atención mundial volverá a estar en Moscú: no lo estaba desde la época en la que la Unión Soviética mandaba perros a la Luna.

El Mundial es un gran negocio para la FIFA y las grandes multinacionales como Coca Cola o Adidas. Una ficción en la que mucha gente decide creer. Nada que no sean la religión, la democracia o el arte. Pero como publicó el argentino Leandro Antonio Sosa en sus redes, la Copa Mundial de la FIFA es uno de los pocos eventos globales en los que se socializa el disfrute: “el pequeño puede volverse gigante, aunque sea por un segundo, aunque sea ilusoriamente”. Y eso es algo más que una ficción.

 

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