Volver a Ibar

Foto: Del autor

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José Ibar Medina sigue en Cuba. De sus 43 años de vida todos los ha echado aquí, en esta isla del Caribe, rodeado de agua por todas partes. Nunca “se ha ido”, eso me dijo. Y esta mañana de miércoles, en un antiguo pueblo minero de Pinar del Río, su vida gira alrededor del béisbol.

Ya no lanza más, eso es cierto, ahora entrena, por lo que, digámoslo así, se mantiene sobre el box pese a la memoria colectiva, pese a la indiferencia culpable de muchos de nosotros.

Unas libras de más tiene el atleta retirado. Luce una camisa de su desparecido equipo Habana, zapatillas deportivas y short, pero ya no vive en San José. Vive en las Minas, un pueblo predestinado a encontrarlo. La verdad es que Minas de Matahambre y José Ibar comparten muchas cosas. No solo es el dolor, o el paso inevitable de la cumbre al abismo, la decadencia. Es ese algo sin rostro llamado olvido aunque José Ibar, en justicia, carga con cientos, miles de recuerdos.

Matahambre es su hogar, el refugio perfecto para el pitcher. El poblado que tuvo primero un estadio para llorar de alegría que la Iglesia para rezar sus penas. Aquí, en la tierra de los famosos Verdugos, unas de las mejores novenas amateurs de las que había en Cuba antes de 1959, todavía muy pocos le conocen. Casi nadie podría ver en la figura que dirige el entrenamiento matutino, al hombre de las 20 victorias en una temporada -récord para una Serie Nacional-, o al lanzador que abrió el juego del equipo Cuba contra los Orioles de Baltimore en marzo de 1999.

Mirar a Cheo hace pensar en las grandes torres de metal que someten los pozos de la mina clausurada, porque aunque a uno se le olvide, por más que se les abandone, los pozos siguen estando allí y se ven desde muy lejos, como una definitiva advertencia contra el tiempo.

Ibar es un hombre tranquilo, buen conversador. Se me hace un hombre consecuente. El estadio casi vacío. Sobre la grama, unos desconocidos entrenan. Hay, por el jardín derecho, una loma de tierra informe que turba el trazado de la cerca. Sobre ella -aunque no se ven de aquí-, permanecen las grandes torres de metal.

Foto: Del autor
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¿Cómo llega a la pelota?

Llegué mediante las captaciones que se hacían en las escuelas. Un día, en el horario de receso, vinieron unos profesores e hicimos swines, tiramos pelotas y nos citaron a algunos para el área especial.  Al otro día nos probaron por áreas y desde ese día fui lanzador. Tenía unos nueve años. Me escogieron por la estatura, las manos grandes y la fuerza que tenía en el brazo.

Ibar es santiaguero de nacimiento. ¿Te imaginas haber jugado jugado por Santiago de Cuba en Series Nacionales y no con el equipo Habana?

No, para nada. En el campo donde vivía se jugaba pelota todos los domingos, ese era el espectáculo nuestro. En un potrero, en La Maya, entre equipos de barrios y en el mío estaban mis tíos. Todo giraba en el montesito aquel alrededor del juego de pelota del domingo. Para ese día se guardaba la mejor ropa. Pero de ahí a ilusionarme con ser pelotero de primer nivel pasó mucho tiempo, hasta que tuve unos 14 o 15 años (ya vivía en La Habana).

¿Y el equipo Cuba?

Siempre tuve la intención como pitcher de mejorar cada día, igual que ahora como entrenador. Cuando me tocara lanzar buscaba que no me vieran igual. Esa era mi ilusión, pero integrar el equipo Habana, después el Equipo Cuba Juvenil y el de mayores fueron cosas inesperadas.

Muy joven llegas al equipo Habana…

Fue algo muy bonito, los primeros años fueron una escuela. Desde la pelota provincial en la cual empecé siendo un niño coincidí con hombres que fiestaban y tenían otras costumbres. Ellos me ayudaron a salir adelante y me decían: “Dale, vamos, esto es pelota de hombres, no de niños”.

Se habla de que aquellos equipos Habana, en los cuales tú estabas, tenían una tanda temible de bateadores y en correspondencia el pitcheo era más débil, por eso no pudieron ganar una Serie Nacional…

La correlación de los equipos en aquel tiempo era distinta. Sí teníamos buenos bateadores de fuerza, buenos sluggers, pero también había buenos lanzadores. Lo que pasa es que la pelota de aquellos tiempos era distinta. Organizar un cuerpo de lanzadores con resultados, alrededor de un equipo con problemas defensivos, es complejo.

Conmigo no pasaba así, no sé si tenía más suerte -sonríe-, los aficionados decían que cuando lanzaba yo el Habana era otro, jugaba distinto. Quizás era que yo buscaba meterlos en el juego. Hablaba con los jugadores de cuadro, como Macías en la segunda, Millán en la primera, o Manuel Morales en el short, y les preguntaba: “¿Cómo le pitcheo a este? Eso me dio buenos resultados porque los metía de lleno en el juego, los mantenía pendientes.

Sí es cierto que éramos un equipo bateador, pero como te dije la correlación era distinta. Vegueros era un equipo tan bateador como nosotros y tenía un pitcheo superior, también Henequeneros, Industriales, Villa Clara, Santiago. Entre esos estaba el ganador, incluso pronosticar cuál sería era difícil. El equipo que se colara por encima de esos cinco era por un año loco.

Entonces había más calidad que ahora…

En aquellos tiempos llegar a la Serie Nacional era más difícil. Debías tener el respaldo de las facultades, la calidad y haber vivido muchas experiencias. Un pelotero nacional se reconocía en la provincial desde lejos, en el terreno, por su proyección distinta a los demás, por encima de todos.

La Serie Nacional era una escuela, el lugar a donde se entraba con mucho sacrificio, pero delante de ti había otro que también se sacrificó. Existía una rivalidad grande porque los nuevos querían el puesto y los viejos también, y eso provocaba el desarrollo. Eso se frenó en Cuba y en el equipo nacional, cuando pusieron el tope de edad y algunos peloteros fueron a jugar a Japón, Nicaragua, Colombia, hasta a Ecuador, y entonces, a esa generación de jóvenes que venían esperando y pujando hacía rato, de repente, se les abren las puertas.

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En el equipo Cuba había que demostrar una y otra vez para que te tuvieran en cuenta. ¿Integrarlo de novato? fueron muy pocos los que hicieron eso.

Era una pelota muy agresiva. No desacredito esta época, pero sí era más difícil escalar cada nivel. Había más nivel en el pitcheo, en el bateo, otro somatotipo en los peloteros y se lanzaba mucho más que ahora, por las reglamentaciones.

¿Cómo se solucionarían los problemas del bésibol nuestro?

No creo que haga falta jugar en otras ligas para elevar el nivel técnico. Ese nivel lo adquieres aquí. Las habilidades, la maestría competitiva, las posibilidades, eso es otra cosa. Tenemos muchos problemas en nuestro béisbol actual. Pero el nivel técnico se adquiere trabajando aquí, porque lo tuvimos hace tiempo. Motivos hay muchos.

Tenemos que mejorar antes y no ya a nivel de selección nacional. Imagínate, si a esas alturas existen deficiencias… Este torneo que se juega ahora  con esta estructura, con la calidad concentrada, técnicamente deja mucho que desear.

En qué momento de su carrera ya en Series Nacionales José Ibar se sintió capaz de pararse en el box ante cualquiera sin preocupación

Fui atrevido siempre. Con José Miguel Pineda aprendí una filosofía que me acompañó. “Tú no tienes que preocuparte ante ningún bateador y bajo ninguna circunstancia de juego. Tu problema es contigo mismo. El bateador es quien debe preocuparse por ti, para batear lo que tú tires y donde lo tires”.

Así fui yo, pero sí, llegué a un tope de madurez deportiva alrededor del año 1995 cuando gano 14 juegos en una Serie Nacional se 65 juegos. Hubo cambios en mi repertorio que influyeron. Cambie la forma de lanzar. En los inicios era un pitcher lateral, con velocidad máxima de 85 a 86 mph y pasé a tirar por encima del brazo y llegué a 95 o 96 mph.

De quién fue la sugerencia

Mejoré con mucha preparación. Tenía poca velocidad y sí problemas técnicos al comienzo porque el lanzador lateral tiende a deformar la técnica. Cambiar todo después de años es difícil. La sugerencia vino la primera vez que hice preselección de equipo Cuba en el año 90, de parte de dos personas: Servio Borges y Miguel Valdés. Servio apoyaba los entrenamientos y un día me llamó. Me dijo que iba a hablar como si fuera su mi hijo porque admiraba mi dedicación y voluntad.

Me dijo: “Mira tú eres buen pitcher y hasta que no mejores la velocidad vas a ser eso: un buen pitcher nada más”. Quedé asombrado y le dije que me explicara. “Eres buen pitcher, engañas a los bateadores, tienes buenos lanzamiento, control, habilidad, siempre estás vivo en el box, pero sin velocidad nunca vas a preocupar a los contrarios, que piensen que si el equipo tuyo hace una no hay quien te gane. No sorprendes”.

Cuando Servio se va le pregunto a Miguel que debía hacer y me explica. “Con tu estatura y tu físico solo lanza por encima del brazo- me resultaba muy incómodo hacerlo. Ahora no pruebes porque estás en la preselección, pero que no se te olvide”.

Tenías que aprender a lanzar de nuevo…

Sí. En la Super Selectiva del año 1991, primera con solo 4 equipos, enfermé de Hepatitis. En la casa solo podía pensar en aquello y en la recuperación, aunque no podía correr, hacía ejercicios sentado y con pesas. Cuando empecé a tirar de nuevo, con mi hermano recibiéndome, empecé a lanzar por encima del brazo y vi que caminaba más la pelota. A partir de ahí nunca más fui lateral.

Tuve que cambiar la mecánica completa, acomodar la técnica y mis lanzamientos.

Le recomiendo siempre a los lanzadores jóvenes que tiren por encima. Controlas mejor, Además, por el ángulo de salida de la bola y el recorrido de esta es más difícil y hay menos posibilidades para el bateador de conectar.

Tirabas una bola de nudillos famosa…

Más bien una variante de la bola de nudillos, muy efectiva que aprendí experimentando. Esa es otra, el lanzador debe tener un laboratorio, saber utilizar todo el largo de la tabla, cambiar los agarres de la pelota a partir del básico y según las características de tus dedos, la mano, la muñeca. Vas a lanzar curva, pero a tu manera según tu estilo y comodidad.

En quién te fijaste para aprender a lanzar

Fui admirador de Julio Romero, Félix Nuñez, Ángel Leocadio Díaz porque eran habilidosos y ese es el tipo de pitcher que me gustan. De los contemporáneos conmigo veía mucho también a Orlando Hernández, Norge Luis Vera, Ormari Romero…

La temporada 1997-1998 me parece la mejor para un lanzador en la historia de la pelota cubana después de 1959. Los números lo dicen todo: 20 victorias y solo 2 derrotas. 189 ponches y apenas 50 bases por bola en 196,1 innings y un increíble 1,51 promedio de carreras limpias.  En la temporada 98-99 otra de ensueño, con marca de 18-2 y PCL de 2,28. ¿Cómo llegaste a ese nivel de juego fantástico? Tus mejores dos temporadas

También fueron las últimas dos temporadas con bate de aluminio. En esos dos años coincidieron muchas cosas y alcancé el tope rendimiento de mi carrera. La temporada anterior había quedado líder en entradas lanzadas, en hits permitidos, una mala temporada. Cuando se hace la preseleción para el equipo nacional no me incluyen dentro de los 20 convocados después de varios años participando, sin embargo me sentía bien. Eso que pasó me motivo.

En los entrenamientos para integrar el Habana le digo al entrenador Gálvez que yo tenía un compromiso: ganar tantos juegos como el que más ganara porque estaba decepcionado conmigo. Yo iba a poner lo mío y Gálvez lo de él, ese fue el otro compromiso. Hicimos un buen equipo de trabajo y salió todo.

El último juego del campeonato fue en Santi Spiritus y yo discutía el líder en promedio de carreras limpias con Contreras y, para ganar, debía dar nueve ceros. Fue un juego cerrado, tenso desde el principio y al final logré la victoria 20 y el liderato en PCL.

A partir de ahí me sentí otro lanzador, muy confiado en mí y se me hizo simple subirme al box bajo cualquier circunstancia, en cualquier estadio y contra cualquiera.

Un récord para durar años porque no parece que alguien lo vaya a romper

Desde que pasó he estado pendiente para disfrutar cuando alguien gane 21 y felicitarlo porque de seguro va disfrutar como lo hice yo.

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