Depende de Estados Unidos

Mi padre me enseñó: “Para montar en coche se habla con el cochero, no con el caballo”.

Un hombre lleva a un niño herido tras los ataques aéreos de Israel en la ciudad de Rafah. Foto: EFE/ Mohammed Saber.

Las relaciones de los imperios con los países clientes o aliados incondicionales son más complicadas de lo que suele reflejarse. Estados Unidos, que desde hace 75 años proporciona a Israel armas, dinero, tecnología, información de inteligencia y respaldo político, no puede dar órdenes a Netanyahu. Tampoco Moscú podía hacerlo respecto a Mao Zedong, al mariscal Tito, Enver Hoxha ni Fidel Castro.  

Aunque la influencia estadounidense pudiera frenar o moderar las acciones militares de Israel en Gaza, se requiere de cierta negociación y de compromisos que tal vez Estados Unidos no quiera asumir, entre otros renunciar a la promoción de la idea de “dos estados” rechazada por Netanyahu. 

Las relaciones con Israel están determinadas por varios factores, entre ellos que, desde los orígenes, la potencia Estados Unidos asumió la seguridad del estado hebreo, fundado en 1948, como un pequeño enclave extraño en un mundo formado por países árabes y persas, turcos, africanos del norte y de Asia Central, todos hostiles, no sólo por razones políticas, geopolíticas y religiosas.

Aunque mediante negociaciones se han resuelto aspectos políticos nodales como ocurrió con los acuerdos de Camp David (1978) y Oslo (1993) ninguno borra la hostilidad entre el islam y el judaísmo, practicada de modo extremistas por facciones en ambas orillas.   

Israel no fue originalmente una criatura estadounidense, sino británica, apoyada por Europa, (incluida la Unión Soviética que votó por la partición de Palestina) que percibió el establecimiento de un “hogar nacional” y del estado judío, como una opción para deshacerse de modo blando de la incómoda presencia judía en sus sociedades.

Créalo o no, en el apoyo europeo al surgimiento de Israel pueden haber estado presentes elementos antisemitas. Incluso se ha dicho que, de no haber muerto el presidente Franklin D. Roosevelt, único reelecto en cuatro ocasiones entre 1933 y 1945, un período decisivo en el surgimiento de Israel, tal vez la historia del estado hebreo sería diferente.

El 32º presidente norteamericano, que tomó posesión en 1933, el mismo año que lo hizo Hitler, no mostró especial afecto hacia los hebreos y si, aunque no fue indiferente a la persecución de que eran objeto, tampoco la consideró una prioridad.

En la época la emigración a Estados Unidos se regía por un mecanismo de cuotas por países, incluida Alemania, Austria, Polonia y otros países con grandes poblaciones hebreas perseguidas, a cuyo aumento la administración de Roosevelt no accedió. A propósito, el entonces juez de la Corte Suprema, Louis Brandeis, comentó que, si bien Roosevelt no era antisemita, la política migratoria aplicada entonces era una vergüenza para los Estados Unidos y para su gobierno.

Todavía conmueve la anécdota del St. Louis, trasatlántico que, bajo acuerdo de Estados Unidos con el gobierno de Federico Laredo Bru, transportaba judíos desde Europa hacia Cuba, donde debían esperar su visado, debido a dudosas maniobras corruptas, se les negó la entrada, no solo en la isla, sino también en Estados Unidos, y otros países. Obligados a regresar a Hamburgo, de donde había partido, muchos de los pasajeros fueron enviados a campos de exterminio

Los Estados Unidos de Roosevelt y su secretario de estado Cordell Hull, a la vez que limitaron la entrada de judíos a Estados Unidos, la alentaron respecto a Palestina, cosa favorecida por el cambio de administración motivado por la muerte de Roosevelt en 1945. El acceso a la presidencia de Harry Truman, más liberal en cuestiones migratorias y más cercano a los judíos, favoreció las negociaciones para que en 1948 se estableciera el Estado de Israel.

La paradoja del momento es que si bien antes, Estados Unidos medió entre los árabes e Israel y consiguió resultados como los acuerdos de Camp David, en este momento, son algunos países árabes y musulmanes quienes acuden a Beijing, Moscú, Londres y París para pedir a cuatro de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU que interpongan sus oficios para detener la matanza en Gaza. Presumiblemente, también lo harán respecto a Estados Unidos.

El papa y el secretario general de la ONU, los líderes de los estados miembros permanentes del Consejo de Seguridad, los gobiernos y las organizaciones árabes, islámicas, así como las asiáticas y africanas; la OEA, la CELAC, los BRICS+ pueden interponer sus buenos oficios y la opinión pública mundial movilizarse sin que nada de eso detenga a Israel. Tampoco lo hará el poderío militar de Hamas. Solo Estados Unidos puede hacerlo.     

Tal vez presionar a Estados Unidos sea más rentable que hacerlo con Israel. Mi padre me enseñó: “Para montar en coche se habla con el cochero, no con el caballo”. Allá nos vemos.


*Este texto fue publicado originalmente en el diaro ¡Por esto!. Se reproduce con la autorización expresa de su autor.

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