El obrero, el presidente y el santo

Luis Inacio Lula Da Silva llevado en hombros por sus seguidores en São Bernardo do Campo, horas antes de entregarse. Foto: Nicolás Cabrera.

Luis Inacio Lula Da Silva llevado en hombros por sus seguidores en São Bernardo do Campo, horas antes de entregarse. Foto: Nicolás Cabrera.

Nada describe mejor un lugar como el cielo que lo cobija. El de São Bernardo do Campo, ciudad del estado de São Pablo amanece grisáceo y crujiente. Cientos de chimeneas industriales escupen una humareda que, mientras se desvanece en el aire, huye de lo terrenal. Con más oído que ojo, se distingue un puñado de helicópteros que sobrevuelan el área. Algunos pertenecen a personas que no aceptan perder tiempo en el tedioso tránsito cotidiano paulista, otros son propiedad de los dueños de la información. En Brasil, uno de los países más desiguales del mundo, hasta el cielo tiene amos.

Abajo, en el duro asfalto, hay una misa. El ex presidente de Brasil Luiz Inácio Lula Da Silva convocó a una ceremonia religiosa “en honor a Dona Marissa”, su ex esposa fallecida el 3 de febrero del 2017.

La orden judicial obligaba a Lula a comparecer ante la justicia hasta el día viernes 6 de abril a las 17 horas en la ciudad de Curitiba, pero él lo hizo a su tiempo y a su forma. Foto: Nicolás Cabrera.
La orden judicial obligaba a Lula a comparecer ante la justicia hasta el día viernes 6 de abril a las 17 horas en la ciudad de Curitiba, pero él lo hizo a su tiempo y a su forma. Foto: Nicolás Cabrera.

El lugar escogido es su trinchera de ayer y hoy, el sindicato de Metalúrgicos de la ciudad de São Bernardo do Campo. El gremio que lo vio convertirse de operario semi analfabeto a secretario general, de dirigente a candidato presidencial y de primer mandatario a ex presidente condenado a 12 años y un mes de prisión. Allí, en un acto tan religioso como político, se concentrarían miles de seguidores de Lula para dar su apoyo al máximo referente del Partido de los Trabajadores, sobre el que pesa un pedido de prisión firmado por el juez Sergio Moro. La orden judicial obligaba a Lula a comparecer ante la justicia hasta el día viernes 6 de abril a las 17 horas en la ciudad de Curitiba. Pero el ex presidente brasilero, entendido en el arte de la política, decidió entregarse a su tiempo y con sus formas.

Sede del Sindicato Metalúrgicos de la ciudad de San Bernardo do Campo. Foto: Nicolás Cabrera.
Sede del Sindicato Metalúrgicos de la ciudad de São Bernardo do Campo. Foto: Nicolás Cabrera.

Si de misa se trata, la procesión nunca falta. A pie y desde lejos, a las 7 de la mañana, caminan miles de seguidores de Lula, con banderas, camisetas, pañuelos y paraguas rojos. Traen historias que encarnan lo que, en tiempos de gloria, se llamó “el milagro brasilero”: ascenso social, crecimiento sostenido, orgullo nacional, reducción de la pobreza, aumento del empleo, reindustrialización y ampliación de derechos para los sectores más postergados del país. Como cassette de futbolista, esos logros se repiten en una retórica militante que oscila entre la pedagogía y la convicción. Un ejemplo de ello son María, Rossana y Leticia, tres docentes del área metropolitana de São Paulo que enumeran las mismas políticas públicas que la revista Time detalló en el año 2010 cuando eligió al presidente Lula como el líder más influyente del mundo.

Pero hay otras mujeres, devotas de Lula, que cuentan el porqué de su presencia con historias narradas en primera persona. Es el caso de Lucielly y Vitoria. Ambas, madre e hija, están en una ocupación motorizada por el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra, en São Bernardo do Campo. Mientras amamanta a su bebé, Lucielly me cuenta que la Bolsa de Familia, aquel programa social premiado por el Foro Internacional de Seguridad Social, le permitió seguir adelante cuando el padre de su hija las dejó a la buena de Dios.

No son las únicas mujeres agradecidas a Lula y preocupadas por el porvenir. Sentada y maldiciendo el futuro, Lais no encuentra mejor protección para su hija que una bandera roja del partido al que pertenece.

Lais no encuentra mejor protección para su hija que una bandera roja. Foto: Nicolás Cabrera.
Lais no encuentra mejor protección para su hija que una bandera de su partido, el PT. Foto: Nicolás Cabrera.

Pululan las camisetas del Corintians, el equipo de fútbol que fanatizó a Lula. Una antigua, versión retro, es la que lleva puesta André. Él no solo es corinthiano, también es miembro de la torcida organizada –algo así como la “barra brava” del equipo– conocida como Gavioes Da Fiel, un grupo de hinchas que nació en 1968 para luchar contra una doble dictadura: la que derrocó en 1964 al entonces presidente João Goulart y se enquistó en el poder hasta 1985; y la que existía internamente en el club. Las Gavioes, de tradición operaria, entendían que la dirigencia del club era la continuidad de los militares en el gobierno. Es André el que me cuenta la historia, lleva dibujado un 8 en la espalda con la inscripción “Democracia Corinthiana”, es la camiseta de Sócrates, un nombre que se hace valor, una herencia que exige resistencia.

Lula es ese hijo de puta que amas. Hay cosas para criticarle pero es tan grande… Él no solo nos dio de vuelta el orgullo de ser brasileros, cambió la vida de muchas personas. Mi papá es camionero, mi mamá ama de casa. En los 90 nosotros no comíamos carne, comer carne aquí era de rico. Con él todo eso cambió. Mi papá cambió el camión, yo estudié en la universidad, mis hermanos también. Viajé en avión; yo viajé en avión por primera vez a los 25 años, hace poco. Y hoy trabajo en un banco que creció por las políticas de Lula. Además es Corinthiano, Lula es del carajo.

"Lula es ese hijo de puta que amas." Foto: Nicolás Cabrera
“Lula es ese hijo de puta que amas.” Foto: Nicolás Cabrera

Toda fe también tiene su vigilia. Desde la noche del jueves y el viernes, cientos de estudiantes, sindicalistas, militantes y trabajadores de medios alternativos transforman el interior del sindicato en un campamento. Parece una ocupación, pero nadie ocupa lo que siente como propio. El sindicato ni siquiera parece una casa, es un hogar. Entre las banderas y los afiches, la gente intenta dormir, come, lee las noticias y espera, espera a Lula. Custodiando entradas y salidas hay cuerpos entrenados, algunos contratados, otros voluntarios, son los muchachos de la CUT, la Central Única de los Trabajadores.

También hay centenas de militantes de los movimientos sociales que han sido la columna vertebral del Lulismo: Los Sin. Los Sin Techo, los Sin Tierra, los Sin Miedo. Con bombos y platillos, el movimiento estudiantil musicaliza el desvelo. Finalmente, están los trabajadores de la prensa, todos son bienvenidos, salvo aquellos identificados con la Red O Globo, el principal grupo mediático de Brasil y principal enemigo simbólico de la militancia del PT. Para esos periodistas hay insultos, cantos y algún que otro empujón. El telón de fondo es el ya clásico cantico popular: el pueblo no es bobo, abajo red o Globo.

La columna vertebral del Lulismo: Los Sin. Los Sin Techo, los Sin Tierra, los Sin Miedo. Foto: Nicolás Cabrera.
La columna vertebral del Lulismo: Los Sin. Los Sin Techo, los Sin Tierra, los Sin Miedo. Foto: Nicolás Cabrera.

Hablo con dos mujeres negras. La primera es joven, coordinadora del MTST. Tiene ojos aguados y voz entrecortada. Le cuesta hablar. Le ofrezco agua y primero no acepta, después, tras una pregunta, me pide un sorbo: intenta desatar los nudos de la garganta. Tiene miedo, me dice que están matando gente, que a los movimientos sociales los tratan de terroristas y que el pueblo brasilero es egoísta y que no sabe por qué no salen a la calle. Con un tono más pausado pero no menos emocionado, me habla Leone, oriunda de Mina Gerais y militante del PT desde sus comienzos. Está sentada sola, renegando con un teléfono que no domina del todo. Mi pronunciación le roba una pequeña sonrisa, quiere charlar.

Lula es un luchador que peleó para que nosotras, las mujeres negras, tuviésemos acceso a educación, cultura y que también, nosotras, conociésemos la historia de nuestro pueblo negro. Aunque no cambió la esencia de este país, no cambió. Los negros seguimos mal. Pero mi hijo consiguió estudiar, consiguió formarse. Yo trabajo con mujeres vulnerables, en condición de prostitución y algunas de ellas pudieron estudiar o acceder a una casa con el programa Mi casa, Mi vida. Hoy, no sé qué va a pasar pero… No sé, yo como militante del PT y mujer negra siempre voy a estar con Lula, que Dios me lo proteja.

 

"Los negros seguimos mal. Pero mi hijo consiguió estudiar, consiguió formarse." Foto: Nicolás Cabrera.
“Los negros seguimos mal. Pero mi hijo consiguió estudiar, consiguió formarse.” Foto: Nicolás Cabrera.

Faltando 10 minutos para las 11 de la mañana, Lula sube a un camión de sonido ubicado en la calle principal del sindicato. Lo rodean los oradores que lo anteceden en la palabra: el Obispo Dom Angélico, los dirigentes de izquierda Guilherme Boulos y Manuela D’Ávila y la ex presidenta Dilma Rousseff. Se citan santos, apóstoles y pasajes bíblicos. Del escenario baja la palabra de Dios. La retórica religiosa solo se corta con clásicos de la música brasilera que resuenan periódicamente. Es un repertorio elegido por el mismo Lula, un Lulapalooza dirá entre risas uno de los curas evangélicos, que toma la palabra. Pero la marea roja, apretada y ansiosa, canta otras canciones que tienen un mensaje menos metafórico y un destinatario más concreto: resistencia, resistencia; Lula, guerrero, del pueblo brasilero; no se entrega, no se entrega corean los manifestantes entre gargantas roncas y lágrimas.

En 54 minutos de discurso, Lula recorre su vida política. Hace un homenaje al sindicato que lo vio nacer y crecer como figura política: los que siempre estuvieron conmigo. Se detiene en los detalles de la Huelga de 1984, cuando los sindicalistas tuvieron que negociar y él fue detenido. Avanza en el tiempo y traza puentes entre la dictadura de ayer y la democracia diezmada de hoy. Los logros de su gobierno se llevan la mayor parte de los aplausos. Para Lula, los méritos de su gestión son los crímenes por los que la derecha lo juzga.

Donde el poder escribe justicia, Lula lee venganza. También le dedica una atención especial al juez Moro, quien, autoerigido en héroe patriótico, juzga a Lula con pruebas que se asemejan más a una voluntad de deseo que a documentos o testimonios fidedignos. A los 45 minutos, al pasar, Lula comunica la decisión de entregarse. El repudio es tan generalizado como esperable. Pero Lula, de lengua filosa y carisma envidiable, ya sabe qué decir para transformar la preocupación en aplausos: yo ya no soy más un ser humano, soy una idea mezclada con las de ustedes.

Entre lágrimas y gargantas roncas. Foto: Nicolás Cabrera.
Entre lágrimas y gargantas roncas. Foto: Nicolás Cabrera.

Lula se despide, también a su manera. Enaltecido a fuerza de obrero y venerado como apóstol popular, abre un océano de ofrendas y lágrimas. Su cielo también es gris, pero de asfalto. Allí, en la calle, llueven flores, palabras de aliento y promesas de lucha para un Lula que se pierde por la casa de los trabajadores del metal. Posteriormente un grupo intentará, inútilmente, bloquear la salida del ex presidente para que no se entregue. Si algo caracteriza a Lula es su determinación y tenacidad. Él se va entregar como le prometió a su gente: de frente en alto y pecho erguido. Y sus fieles lo aceptarán como manda la religiosidad popular. Porque a los santos del pueblo no se les exige, se les agradece.

Lula cargado en hombros entrando a la puerta del sindicato. Foto: Nicolás Cabrera.
Lula cargado en hombros entrando a la puerta del sindicato. Foto: Nicolás Cabrera.
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