Solo en Gibara

El espíritu que rezuma el Festival de Cine de Gibara y que se logra captar, incluso en la distancia, es muy poco probable ya en otros lugares.

Laura de la Uz, Fernando Pérez, María Isabel Díaz y Daisy Granados. Foto: Danier Ernesto González / Telecristal-Holguín.

Laura de la Uz, Fernando Pérez, María Isabel Díaz y Daisy Granados. Foto: Danier Ernesto González.

Jamás he visitado Gibara. Desde hace quince años estoy viendo que la vida pasa y no logro llegar a esa especie de oasis que son los festivales de cine allí. Según demuestran las fotos y los videos que vienen, como las cartas de antes de lo digital, contando lo que va ocurriendo, se ha instalado en Gibara una singular fuente del oxígeno que necesitamos todos en Cuba.

El Festival de Cine Pobre que fundó el inolvidable director de cine Humberto Solás, retomado y proteinizado para llegar a convertirlo en Festival Internacional de Cine de Gibara, dirigido hoy por el actor Jorge Perugorría, es el evento provocador que imanta a gente con swing, artistas, innovadores y faranduleros anhelantes de un flow diferente.

A la Villa Blanca, de unos 70 mil habitantes, bañada por el mar que recibió a Colón en la isla grande de Las Antillas, llegan no solo cineastas. Y no solo cinéfilos esperan.

Una vez al año la sociedad de Gibara hace su agosto con tantos invitados demandando servicios, gastando dinero, dándole brillo y fama turística a la ciudad y aportándoles a las instituciones culturales locales un aire renovador.

En esta edición unos cuantos hitos lo demuestran. El principal son las 59 cintas en competencia —en la edición pasada fueron 44. Para continuar hay que decir que no son pocas las quince exposiciones, personales y colectivas, de artistas visuales cubanos como Cirenaica Moreira, Wilfredo Prieto, Reinerio Tamayo, Carlos Garaicoa, Adonis Flores, entre otros.

Sigo pensando en la alegría que se le dio al más importante director actual del cine cubano, Fernando Pérez, y a la inmensa actriz Daisy Granados, con el premio “Lucía de Honor” que otorga el Festival para mantener vivo el simbolismo de la Lucía de Solás.

Los pobladores de Gibara vuelven a acunar este año al icónico Benicio del Toro y reciben al grande Ron Perlman –“¡Penitenciagite!”, el monje Salvatore, monstruoso y tierno de El nombre de la rosa– a quien hemos de agradecer, además, ser uno de los primeros actores estadounidenses en formar parte del elenco de una película cubana: Sergio y Serguei de Ernesto Daranas.

La presentación de la copia restaurada del filme Fresa y chocolate en el cine Jibá ha sido otro privilegio; y también las actuaciones de Eliades Ochoa, David Torrens, Polito Ibañez, Zeus, Telmary, Juan Perro, Elain Morales, entre otros. No puede uno más que decirse: yo quiero estar ahí. Como cuando el año pasado Fito Páez, Haydeé Milanés y Cimafunk le dieron a aquello un vuelo tremendo.

Mañana sonará en Gibara el primer concierto de la gira de resurrección de Habana Abierta. ¡Y eso sí que es mucho!

Si no bastara, en ese pueblo tan pequeño, “la perla hermosa de nuestro Oriente”, a unos 700 kilómetros de La Habana, han tenido en estos días como “invitadas ilustres” a algunas de las mujeres más importantes de la actuación en Cuba: Laura de la Uz, Tahimi Alvariño, Jacqueline Arenal, Daisy Granados, Coralia Veloz, María Isabel Díaz.

Nunca las había visto juntas. En Gibara, sin alfombra roja, dieron señales de camaradería y felicidad. Tan bonitas todas, que deslumbran.

Con cascos de realidad virtual en la cabeza, niños y adultos en la Casa de la Cultura de Gibara recibieron un evento colateral —Innovación FIC Gibara— que reunió a emprendedores, cineastas, músicos, especialistas en efectos visuales y comunicación de España, Puerto Rico y Cuba. Allí dijeron lo suyo proyectos de tan distinto talante como JYD Solutions, ConWiro, los Estudios de Animación del ICAIC, NEWMEN Studio, REMACHEstudio AlaMesa.

“Resulta que en Gibara están ocurriendo cosas que no ocurren ya hace años en ningún lugar de la isla”, dijo Perugorria cuando le tocó cerrar este evento sobre innovación audiovisual. Y esta sola frase me ha hecho escribir hoy.

Es muy evidente que el espíritu que rezuma el Festival de Gibara y que se logra captar, incluso en la distancia, es muy poco probable ya en otros lugares. En La Habana, por ejemplo.

¿Qué pasó? ¿Por qué es la fotogénica Gibara tan excepcional y este Festival, todavía pequeño, se está volviendo tan relevante, sobre todo, ya lo dije, para la gente con swing?

Yo, desde mi Facebook, viendo lo que veo en las fotos y videos que me llegan, aventuro dos hipótesis. La primera es que el Festival logra realizarse –no creo que sin roces, traspiés, reuniones y “factores”– a partir de la autoridad artística de sus organizadores, dentro de unos márgenes de libertad creativa, vuelo para soñar, capacidad de convocatoria y espíritu creador muy amplios, al menos mucho más que los que consiguen tener otros entornos de la gestión cultural en Cuba.

La segunda respuesta la atisbo mirando en detalles que todo el Festival está atravesado, sin complejos, por la publicidad comercial, la promoción y “esponsoreo” de diversos actores. En el apartado de los Auspiciadores en su sitio web se pueden ver los logos de las embajadas suiza y noruega, de instituciones culturales estatales como el Instituto Cubano de la Música, el Consejo Nacional de Artes Escénicas, el Fondo Cubano de Bienes Culturales, de empresas estatales como Havana Club, RTV Comercial, Etecsa, Cuba Ron, codo a codo con emprendimientos privados como La Guarida, Vistar, Clandestina, y muchos otros.

No sé qué aporte hizo cada uno al evento pero puedo imaginar que les gusta tanto el Festival Internacional de Cine de Gibara que seguirán apoyando para ayudar a crecer ese oasis que alegra la vidade la gente de allí y de los cineastas que en estos días se hacen selfies, y juegan, y viven, todos, como afirma el slogan del Festival en “un mar de artes”.

Salir de la versión móvil