Tres en La Habana

Niños viajeros

Tres niños esperan cada año la llegada de las vacaciones para su reencuentro en Cuba / Foto: Álbum familiar

Rafa-Wan Kenobi los recibe. Nunca llegan juntos, pero viajan todos los veranos, en avión, sin falta. Cuando este Kenobi no es un maestro Jedi de espada láser, es un niño de diez años que vive en La Habana, y que durante meses espera reencontrar a Fernando Skywalker y a Thomas Palpatine.

No los verá en sueños. Los tendrá a la mano en la casa de Tita, convertida para esa temporada en un palacio de la diversión, muy cerca de la Rampa. Allí, durante dos meses, harán que el juego, los desencuentros inevitables y las reconciliaciones inequívocas, los hermanen cada vez más.

Llegan cada verano el héroe de la República Galáctica y el malvado Darth Sidious, convertidos en niños también de diez años, escolarizados y bastante felices. Fernando viene de México lindo y querido, con un “órale” pegajoso en la mochila que poco a poco se va extinguiendo.

Su mamá lo manda solo desde que tenía cinco años. Una aeromoza lo trae, al hilo. Del lado de acá la tía Tita y la abuela Mercedes lo reciben, como un trofeo de paz. Su desorden y su despiste le agregan un ritmo distinto a los hechos de la casa: “Fernan, mira, se te derrama el agua”… Pero es la felicidad misma tenerlo cerca al menos esos meses. Incluso si se enferma, como ha ocurrido, la madre sabe que está del todo protegido.

Thomas viene de más lejos, de Hamburgo, Alemania: un vuelo de once largas horas atravesando el ancho Atlántico, con escala seguramente en París o Ámsterdam, según lo que su madre consiga más barato. También Tita lo acoge. Duermen todos en el mismo cuarto, en una piyamada infinita y a lo bestia.

Su madre, y la de Rafa, y la de Fernando, amigas desde  que llegaron al mundo y compañeras de las diversas parrandas que la vida ofrece, hicieron hijos a la vez, y en 2004 los vieron aparecer casi al unísono. En cuanto se pudo se reunieron en La Habana y plantaron un amor extraordinario entre estos tres caballeros.

Cada verano llega el rubio Thomas, que entiende tan bien el español aunque lo habla tan “raro”, y se aplatana… Se sumerge en el calor de julio y agosto, suda inconteniblemente, y asimila con gusto el arroz con frijoles. Hace unos años pretendió una reivindicación inesperada: “¡Qué nombre tan feo me pusiste, mamá!”. “¿Cuál preferirías?”, preguntó la madre. Y él, rotundo, dijo: “Tomás”.

La sala de Tita, para quien la ha visitado en esos días, puede llegar a ser desconcertante. Uno se encuentra cientos de fichas de Lego, lo mismo incorporadas en macizas torres –probables rascacielos de una ciudad futura en otra galaxia–, o dispersas y en cualquier esquina de ese territorio de retozo. Nunca el campamento se levanta. Mañana será otro día.

La saga de Star Wars ha sido, íntegramente, la plataforma de despegue a la imaginación. Por eso se rebautizaron entre ellos, y por eso su trama, la de sus fantasías de tres, suele ser compleja, llena de futuros indomables.

Estos tres chiquillos que se repatrían cada verano, sobrevuelan los chovinismos y las lealtades basadas en la fe. Ellos ya no creen sino en su inspiración. Es fácil leérselo en los ojos a estos niños en tránsito, cuya patria no es una fragua en cemento, sino aire y agua y vida: afectos.

Rafa-Wan Kenobi, Rafa, es siempre quien recibe. ¡Cuánto no han planeado ellos una huida a Hamburgo, un juego a los monsters (a darse sustos, en su propia jerga), en el Stadtpark, y una visita al planetario en el que Thomas ya ha supuesto de qué se trataría un Star Wars en esta galaxia, alrededor de nuestro Sol!

Con solo diez años imaginan irse los tres a devorar quesadillas y churros en la Plaza de Coyoacán, y a comer hasta hartarse de esos panes dulces tan poco afrancesados y tan exquisitos: un tipo para cada día de unas vacaciones probables en México D.F., con Fernando de anfitrión. Órale, Fernando.

Por ahora, siempre es La Habana el puerto estival. El imán de esa tía Tita, el baño en el aguacero, los días de playa… Todos en la familia le han oído decir a Fernando que regresará a vivir a Cuba en cuanto tenga arbitrio sobre sí mismo. No todos le creen, porque piensan que una previsión tan adulta no cabe en un cuerpo tan pequeño.

Muy pronto, este año cuando acaben las clases, otra vez regresarán blandiendo sus espadas de luz y esgrimiendo la diversión a prueba de todo. Lo primero al verse será, como siempre, un abrazo cerrado, y lo último, en su liturgia de tres, será arrancarle un pelo a Thomas; un pelo rubio, como de souvenir, como un botín de amor, antes de la partida. El pelo, claro está, vuela, se extravía, desaparece en el último corretaje que arman antes de salir rumbo al aeropuerto. Porque ellos no saben despedirse en serio.

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