Bullying

No podemos como sociedad, como Estado, convertirnos en un meme.

El arte del meme es reciente. Como todo lo que es de consumo masivo el promedio suele ser mediocre; algunos son muy buenos.

No hace mucho encontré uno que me resultó interesante. Me llamó la atención porque supuestamente sería el nombre absurdo de un local de servicios ópticos: Óptica bulling. Me pareció fake. No podía creer que algo así se le escapara a un profesional, pensando solo en el optometrista. Busqué en internet y no pude encontrarla. Sin embargo, existe la Óptica Bullying, en Valparaíso, Chile, en la calle Condell No. 1620 y su teléfono es +56 32 254 3586, por si alguien desea preguntar cómo se les ocurrió usar ese nombre.

Óptica bulling.

Dudé porque su mera existencia es evidencia de una insensatez superlativa y porque el término hoy en día es de dominio público. No podía sacar demasiado de la foto. Su resolución es demasiado baja. Al examinar con atención lo poco que deja ver caí en cuenta de que es improbable tomarse tanto trabajo para montar un meme que necesita además apoyo verbal para poder ser viralizado. Demasiados detalles, sin contar que también pudo existir alguna confusión con la forma de escribir el nombre. Pero no: este bautizo desvergonzado ha tenido lugar sobre la tierra. Al un lado vemos el cartel de Radio Portales. Nada más fácil que buscarla en internet para descubrir que tiene la óptica justo al lado. Desde Twitter se extendió como un incendio, por supuesto.

En Valparaíso. Una ciudad fundada sobre asentamientos picunches y descubierta por Diego de Almagro en 1534. Allá se fueron buscando oro. Y miren lo que encontraron: memes.

También encuentro imágenes que me llegan desde mi tierra, ocupada por los mismos españoles que sí se extendieron luego, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Visiones tomadas de la realidad, no necesariamente carteles o parte de algún sistema de comunicación, que son memes a su manera, y que me interesan porque tienen un propósito de representación.

Esta la encontré en la página oficial del gobierno provincial de Holguín en una publicación de su Departamento de Comunicación Institucional. Son fotografías de grupos de estudiantes de la Enseñanza Primaria del centro mixto “6 de Agosto” recreando pasajes de la historia cubana en la fiesta de apertura del “Verano 2022”. La rebelión de los aborígenes contra los colonialistas españoles y el suplicio de Hatuey en la hoguera, que según los textos históricos “prefirió morir antes que someterse a la salvaje invasión extranjera”.

Casi todas las naciones atesoran este tipo de héroe que prefiere ser consumido por las llamas antes que renunciar a su fe. Los mártires cristianos por ejemplo, preferían ser devorados por los leones antes de abjurar de su Cristo Redentor. Esteban, a modo de ejemplo, fue lapidado en Jerusalén por Saulo de Tarso, convertido luego a la nueva fe con el nombre de Pablo. Pudiera decirse de todo el que padeció el tormento de la hoguera que murió aferrado a sus calcinados ideales. Los templarios, las brujas de medio mundo, la ideología es incombustible, el cuerpo en cambio… Los ejecutores alegaron siempre que se trataba de un fuego purificador, que liberaría el alma de su cuerpo pecador. No estoy seguro de que estos mártires hayan tenido en sus manos la posibilidad de evitar una experiencia tan abrasadora.

Lo que me causó horror de nuestra representación fue precisamente la representación del indio Hatuey. Aunque en la foto no se le define el rostro, parece que es una niña semidesnuda quien representa al líder taíno, atada a un poste de señalización. Quizás fue seleccionada por el color de su piel o por el largo de su pelo, atributos físicos propios del cacique. El asunto es que me parece brutal —si fuera el caso— exponerla a ese suplicio, cuando menos inmoral y casi un delito. La escena es patética y sería repudiada por toda la descendencia del aborigen. Lo que sería el soldado español con su sombrero mambí, camisa verde olivo y botas de agua es para llorar. Qué decir del padre Olmedo con sus tenis deportivos y su uniforme de enfermera.

Hemos difuminado la imagen como medida de protección a la privacidad.

Cuenta la historia recogida en las cartas de Diego Velázquez y en el testimonio de Bartolomé de las Casas, que Hatuey rehusó convertirse al cristianismo para evitar encontrar otra vez a los españoles en el Cielo: “No quiero yo ir allá, sino al infierno, por no estar donde estén y por no ver tan cruel gente.” Lo que es suficiente para vivir orgullosos de su valor y apego a su tierra. Demasiado prematuro para hablar de patriotismo.

Lo que queda de esta baratísima puesta en escena y de su torpeza mental pudiera permanecer en memes. Pero evidencia la densidad del fango en el que nos arrastramos en el terreno de la comunicación social, la irracionalidad con que compartimos nuestro capital simbólico. La naturalización de la pobreza material y la pobreza del espíritu ha llegado a ser rampante. Cuando se toma por tontos a tanta gente se termina creando un ejército de tarados listo para aniquilar el buen sentido y con él, el equilibrio mental de la Nación. No podemos como sociedad, como Estado, convertirnos en un meme. Es sólo eso lo que le debemos a nuestros mártires.

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