Los tesoros de la calle Ocho

En apenas unos metros esta popularísima calle nos regala infinidad de sorpresas. Un festival, que también acoge, por supuesto. Pero en el plano de las imágenes. Luces, formas y colores impertinentes que demandan la atención del caminante.

Todos los fines de semana me quedo en la casa de unos amigos en la Pequeña Habana. Así que paso por la calle Ocho muy a menudo. Una calle muy pintoresca, sin dudas. A estas alturas no sé si es como una calle soñada de La Habana, o es la calle imposible que soñamos allá. Y es una calle absolutamente latina, bulliciosa, donde se suceden risas, conversaciones a gritos, música de todas partes y colores. Muchos colores. La semana pasada hablábamos de la taquería Dracarys, perdida en algún sitio de México. Tengo los negocios de tacos fresco en la mente.
 
En la zona de la Pequeña Habana hay casas de tacos a montones. Algunas de nombres muy graciosos. Quiero reservar los mejores para más adelante. Porque me apetece hacerles un pequeño homenaje. Pero hoy les comparto la taquería “el Taquito”. Un establecimiento mexicano con un par de logos trabajando al unísono y que por suerte se semejan el uno al otro. El de arriba muestra un interletrado generoso, montado en altas con una tipografía de display informal, artesanal, sin más complicaciones. Lo acompaña un cactus emblemático. Prefiero creer que se trata del cardón gigante columnar. El más grande del mundo: solo crece en México. Pueden verse en el Santuario de los Cactus, en el Rosario, Baja California. Alcanzan más de veinte metros de altura y viven no cientos, sino miles de años. Pero sé que es demasiado bonito para ser verdad. Lo más probable es que sea un cactus cualquiera, de los que sobran en las telenovelas baratas.
El segundo logo recoge al interletrado. Más o menos la misma fuente, apretadita. El mismo tono de verde y sustituye el cactus por un chile rojo. Los dos reposan sobre tablas rústicas y sinceras que tornan el frente acogedor, campechano y familiar. Me dio mucha gracia que llamen a la taquería “el Taquito”. Porque pudo ser un rapto de inspiración poética, o un lapsus mental. Dios sabrá. Por ese camino vemos posible la pollería “El pollito”, la tabaquería “el Tabaquito” y la lavandería “el lavaíto”. Y todos son resultones y amistosos. No se me escapa que, aunque muy graciosos desde ese punto de vista, no confunden, no engañan a nadie, no pretenden ser más que lo que son. No es diseño de autor, pero es sincero y la sinceridad es de lo más importante en cualquier negocio.
 
Justo en la esquina encontramos otra joyita. Un salón de belleza anónimo. Mera descripción del servicio. Aquí leo autoestima o vagancia sobradas. Casi todo el mundo tiende a exponer la belleza maquillada, ilustrarla, dar pistas de por donde se llega a Roma. En este caso se pasaron todas las convenciones por el Arco de Triunfo. El tono ocre de la fachada nunca fue asociado a un salón de belleza hasta hoy. Los cristales enrejados, el aspecto general, da la impresión de una casa de empeños en la peor calle de un barrio marginal. No imagino quien puede entrar ahí a embellecerse, o qué saldrá por esa puerta, si saldrá armado, custodiado o custodiada por huraños guardaespaldas.  
Unos metros más y tropezamos con un Gato Tuerto. Muy lejos del aún soberbio aspecto del fundado por Felito Ayón en 1960 en La Habana. Un establecimiento mítico donde alcancé a disfrutar hace muchísimos años de Elena Burke, Omara Portuondo y César Portillo de la Luz. El original como casi todo ha ido perdiendo lo que lo que en su día lo hizo célebre. En este de acá me sorprende y vuelve a parecerme graciosa la apropiación, debida o indebida del famoso símbolo. El mismo gato, la misma cara y el mismo parche, pero ligeramente diferentes. La disimilitud es casi imperceptible pero definitiva. Las expresiones de los felinos, resueltas en esas pocas líneas, nos habla de dos espíritus totalmente ajenos. El de la calle 8 es un gato frustrado, a punto de hacer un puchero. Su contraparte habanera es un gato harto, huraño, encerrado a placer en sí mismo, con una dignidad desafiante que jamás alcanzará su vecino de la Florida.
A la izquierda el Gato Tuerto de La Habana, a la derecha el de la calle 8 en Miami.
En apenas unos metros esta popularísima calle nos regala infinidad de sorpresas. Un festival, que también acoge, por supuesto. Pero en el plano de las imágenes. Luces, formas y colores impertinentes que demandan la atención del caminante. Casi siempre la he recorrido de día, deslumbrado por el sol impío que arde igual en las dos orillas. Trataré de verla de noche lo antes posible. Intuyo que aparecerán sorpresas. 
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