“Para hacer bien el amor hay que venir al Sur”. Raffaella Carrà, 1978

Nuestra tropicalidad tiene pretensiones que no tienen otras. Aspiramos a lo universal y a veces lo logramos.

Para millones de personas el Trópico es un espacio fascinante donde se trabaja poco. Allí van en chancletas a pasar sus vacaciones. Abastecido de mangos, guayabas y cocos; ron de caña y cotorras tornasoladas, promueve la molicie y la apacible contemplación de la creación en su estado original. Como concepto es confuso. El trópico —o enunciado de manera más exacta: los trópicos— son las líneas imaginarias paralelas al ecuador y ubicadas en los hemisferios norte y sur, que limitan la zona intertropical. La que solemos llamar “el trópico”. Y que parece ser de naturaleza indolente. Demasiado calor y humedad. Suele asociarse al subdesarrollo y hierve de clichés y lugares comunes. Hasta los presumimos. Consideramos, por ejemplo, que el ocio es la vía directa para alcanzar el hedonismo trascendental y que el menor esfuerzo nos alejaría de su mística sagrada.

El desbordado colorido es uno de los grandes supuestos. Por los colores de nuestros pájaros, flores y frutos. Estas gamas pasan a nuestra vestimenta y las exportamos: camisas de palmitas, pajaritos, botes y solecitos. Sombreros, chancletas, trusas, toallas… entre risas, alegría; mucho mar y mucho ron. Serpentinas, tambores, congas y cornetas chinas.

¿Así nos vemos en la intimidad… cuando no tenemos que impresionar a nadie, lejos de la cámara y el postureo? Esa imagen autorreferencial se nos torna borrosa. La alegría no lo es tanto. Tenemos los problemas que un minuto antes asegurábamos no tener. Sí que nos preocupa el trabajo, la vida y el futuro. Lo mismo que a todo el mundo.

Nuestra tropicalidad tiene pretensiones que no tienen otras. Aspiramos a lo universal y a veces lo logramos. Este anhelo algo engreído de sobresalir siempre entre las naciones afines, incluso entre todas, nos ha conducido no pocas veces al ridículo. Se ha invertido tanto en potenciar una imagen que el desenfoque de lo real es lamentable. En lo que sí insistimos —obviando excepciones— es en el uso y abuso del ocio. En seguir la ley del menor esfuerzo y en la idea de que alguien resolverá lo que deba ser resuelto. Si finalmente asumimos una tarea la hacemos de cualquier manera, sin dedicarle demasiado ánimo.

¿Y cómo pensamos “lo tropical”, desde la pereza tropical? Tropicalmente por supuesto.

“El programa del Sistema de Atención a la Familia surge en el año 1996 y está concebido para complementar la alimentación a adultos mayores, personas con discapacidad, embarazadas con alto riesgo y casos sociales críticos, con insuficiencia de ingresos y carentes de familiares obligados en condiciones de prestar ayuda”. No lo digo yo sino el sitio web del MINCIN. Atender sin embargo, es un verbo inconmensurable y la imagen de este local no convence.

Su proyección gráfica bien puede ser resultado de la precariedad. Posiblemente lo pintaron con la única pintura disponible: azul glacial. Más adecuado para la Convención de focas Weddell que para ilustrar lo tropical. El uso de una tipografía san serif que si lo refuta formal y conceptualmente es responsabilidad de la institución, como el uso reiterado de tres tonos de azul en el cartel que soporta el logo. Para qué hablar de la puerta, de la diferencia de altura de las barandas, de la reja de cabillas crudas que separa el dependiente del cliente.

Muy cerca encontramos un espacio de Confecciones “Tropicales” Si bien utiliza una tipografía menos austera no basta para confirmarlas. Se presenta en un azul tan melancólico, tan poco contrastado con el fondo que a llorar nos pone de la pena. El logo en estricto no está mal. Lo que me llama la atención es esta compulsión a refrigerar “lo tropical”.

Creo que por pertenecer al pueblo trabajador los detalles pequeños se van por el desagüe. Son difíciles de valorar por el sistema de cuadros. Entre el sudor y la cerveza caliente brotan aproximaciones fantasmales. Como el entorno es tan surreal nadie lo nota. Pero generan un ruido de baja frecuencia que merma toda voluntad. En eso andamos.

Hace más de cien años escribía Don Fernando Ortiz1:

A ti, soñoliento hijo de los trópicos, a ti van dirigidas mis palabras. (…) A ti que duermes al borde del camino de la vida, mientras los fuertes van pasando en sus carros augustales de victoria; a ti que, dormido sueñas, y que soñando desprecias a los que trabajando vencen; a ti que sólo piensas en el modo de no pensar nunca y que sólo quieres no querer nada…

 

Notas:

1 Fernando Ortiz. Entre cubanos. Psicología tropical. París, P. Ollendorff, 1913

 
Posdata:  Nos ocuparemos del logo del Sistema de Atención a la Familia.
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