Polvo de estrellas

¿Un logo mejor concebido sería más apropiado?

Desde hace mucho quería comentar cómo algunos logos incalificables, valorados desde cierto ángulo, adquieren un inesperado decoro. Horrorosos naturalmente. Pero como estandartes del horror que los engendra dejan entrever un atisbo majestuoso. Dan rostro al desastre… de una manera desastrosa. ¿Un logo mejor concebido sería más apropiado? Es una pregunta interesante.

Estos no son textos para profesionales, sino para interesados y curiosos. De modo que para entender por qué producimos tantos logos no es necesario enredarse con teorías hirsutas. ¿Por qué unos son buenos y otros no tanto? No es sencillo dejarlo claro. Las teorías del diseño —como todas— se han ido tupiendo de abstracciones con el paso de los años. Tres o cuatro ideas centrales se reescriben una y otra vez. Los teóricos que escriben para teóricos o para los entusiastas del lenguaje críptico se vuelven casi incomprensibles.

Un logo es apenas algo más que un nombre propio. Tomemos un nombre cualquiera. Rigoberto. ¿Qué nos puede decir este nombre? Pues una cantidad considerable de información más o menos pertinente. Representa a un hombre, latino, de cierta edad. Yornel, por ejemplo, lo mismo, pero más joven. Nuestro procesador interno tratará de encontrar otras resonancias. ¿Con cuántos Rigobertos nos hemos topado antes? ¿Qué nos evoca el nombre? ¿Cómo nos sentimos al interactuar con un Rigoberto? Medio perdidos naturalmente… pero muy lejos de la nada informativa.

Nombres —o apellidos— como Gucci, Chanel o Lacoste nos dejan más claros y satisfechos. Entendemos más o creemos entender. Los hemos confrontado incontables veces. No son más sofisticados que los Rigobertos y los Gutiérrez de la vida… Solo han sido tratados de otra manera. Se han logotipado y se han multiplicado y extendido por todas partes. Algunos incluso se acompañan de símbolos. Además de identificar una marca, representan “una” manera de asumir la existencia. Determinados “valores”. La frase: “soy más de Gucci que de Lacoste” tiene todo el sentido del mundo.

Un buen logo debe aportar la mayor cantidad posible de certidumbre, o de ilusión… Un buen símbolo, lo mismo. Puede ser entonces que desde un punto de vista algo disidente o subversivo —y no estoy hablando de política— un logo “horrible” pueda representar “el horror” con honestidad. Pero para ellos será necesario dejar a un lado la ilusión dramática. Dejar de lado ideales y utopías, y esto es harto difícil.

El logo del Centro Provincial del Libro y Literatura (de) La Habana a su manera es una obra de arte. No hay mejor manera de resumir visualmente lo que representa. Desde ese punto de vista me parece sublime e incluso inmejorable. Hay que ver cómo el símbolo nos deja ver lo que a la vez pudiera ser una sucesión de libros y hojas o las hojas de un libro que se desprenden y vuelan con el viento. Vientos como efectos de causas antiguas y recientes. Ese cartel es casi divino porque si la Naturaleza fuese capaz de crear un espacio como ese —que es todo lo que no debería— los patrones inconscientes de desarrollo que creó a lo largo de tantas eras geológicas, que se refinaron con prueba y error en miles de millones de años, llegarían inevitablemente a este logo. Por ello lo considero un logo de museo. Por ello lo deberíamos conservar para las generaciones futuras. Y para las que descubrirán en unos siglos nuestra isla sepultada en el polvo más aburrido del sistema solar.

El logo del Nuevo Mundo es más abstracto. Pero no deja de ofrecer magníficas sutilezas. Este mundo nuevo toma como punto de partida nada menos que el año 1926. Singularísimo por muchos motivos. En octubre, uno de los más potentes huracanes que se recuerda, golpeó el occidente de Cuba dejando desgracia y desolación. Entre tantas cosas la inundación se llevó todo lo que había escrito Moisés Simons hasta ese momento. El de “El Manisero”. El futuro líder de la Revolución Cubana tenía dos meses.

Si se fijan, el recinto del nuevo mundo evoca la bestial inundación. El agua que casi cubre las ventanas. El gris nos recuerda la altura que alcanzaron las aguas. Fantástico. En el logo se subrayan las sílabas “nu” y “do”. Nudo. Que más tiene que ver con el concepto del atasco que con el mítico grupo de diseño formado por el Blado y Marín.

A mi modo de ver… son logos muy malos que, observados de otra manera, son buenísimos. Cuando así se les aprecia crecen y reflejan su circunstancia como pocos. El diseño, como todo en esta vida, más allá de lo que considere de sí mismo, va a contar la historia de su tiempo y las prioridades de sus consumidores. Con el tiempo se le evaluará tomando en cuenta factores que hoy dicen muy poco. El mundo que vemos, como insinuamos arriba, se desarrolla sobre configuraciones inevitables. Como la secuencia de Fibonacci que tanto gusta a los herméticos y conspiranoicos. De estos entornos brotan tales logos porque probablemente no podría ser de otra manera. Quizás son logos perfectos y extraños como lo son las orugas, los erizos, los calamares. Raros, feos, perfectos… quién sabe.

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