Cambiar la mentalidad y a todos los que deban ser cambiados

Durante ya casi una década he oído casi de forma sistemática a nuestros principales dirigentes repetir una y otra vez la verdad incontestable de que es necesario cambiar la mentalidad...

Foto: Kaloian.

Es cierto, casi siempre, que cuando se emprende algo nuevo hace falta cambiar nuestras viejas maneras de pensar: desaprender y volver a aprender.

Cuando los seres humanos nacen tienen todas las ventajas del mundo para ello. ¡Todo es nuevo cada vez! En la medida en que la persona crece, su sistema de conocimiento, el tácito y el explícito, se va conformando de acuerdo a lo que ha aprendido y a las circunstancias en las que lo ha aprendido; se convierte en un complejo sistema de señales, alertas, prejuicios, que constantemente tienden hacia atrás a la vez que impulsa hacia adelante.

Hay personas que tienen totalmente desbalanceado ese complejo sistema: o se quedan estancadas en lo que aprendieron, o sencillamente se olvidan de lo que ya conocen y se lanzan hacia delante casi de forma suicida.

Los atrincherados en lo que ya aprendieron, en sus experiencias vividas, desconocen el presente y niegan el futuro. En el polo opuesto están aquellos que niegan todo el aprendizaje anterior y pretenden que el presente está desconectado del pasado o del futuro.

Desaprender es un proceso en cierta medida voluntario, pues significa renunciar conscientemente a conocimientos y experiencias ya apropiados, de la misma forma que lo es el aprender, siempre que se desee en realidad.

Durante ya casi una década he oído de forma sistemática a nuestros principales dirigentes repetir una y otra vez la verdad incontestable de que es necesario cambiar la mentalidad. Durante todos estos años he visto cómo resulta casi inexplicable que muchas personas inteligentes no logren esa meta, incluso proponiéndoselo.

Como casi siempre, intento racionalizar estas cosas. Entonces avanzo la siguiente hipótesis: lograr que las personas cambien su mentalidad depende no solo del comportamiento, actitudes y aptitudes de esas personas, sino también de un entorno que las incentive a cambiar su mentalidad.

Aunque los ejemplos, igual que las encuestas, no sirven para probar nada sino para corroborar algo, avanzaré algunos de ellos.

Mi primera gran sorpresa fue en mis primeros viajes a Estado Unidos, al encontrarme con algunos de mis mejores amigos del Pre y de la secundaria. “El loquillo” cuyo entretenimiento era beber alcohol hasta el infinito y después manejar no se tomó ni un “lager” en aquel nuestro reencuentro. Me lo explicó de forma sencilla:  “socio, si manejo no tomo. Aquí es distinto”. El loquillo es chofer de rastra; “Santi, el suave”, que consideraba como una debilidad de carácter llegar temprano al Pre, fue convertido en “trabajador vanguardia” y una de los primeras cosas de las que presumió conmigo fue de llevar casi veinte años en la compañía sin tener problemas de disciplina, ha educado a sus hijos con disciplina férrea –como en el “Army”, me dijo; ni que decir de SuperG, cuasi hippie, el más alegre y desprendido de amor por lo material de todos nosotros, el aprendió después que al mes de vivir en casa de sus primos estos le explicaron que allí “era distinto” y le pusieron en la acera sus pertenencias. Hoy es “propietario de su vivienda” y tiene cuenta en el banco y tarjetas de crédito, porque si no, “aquí no eres nadie” mi herma, esto “de verdad”.

Otros quizás mejor habilitados que ellos para aprender, no lo lograron y quedaron por el camino. Ninguno de estos tres amigos míos fue a algún curso para aprender a cambiar de mentalidad. A ninguno le dijeron en ninguna entrevista de trabajo que tenía que hacerlo. Los incentivos que un diseño institucional produjo los obligó a cambiar de mentalidad so pena de sucumbir. Unos demoraron más y otros menos. Para algunos fue más doloroso que para otros, pero “el sistema” no se gastó un centavo en el cambio de sus mentalidades.

¡Cambiar la mentalidad!

Veamos ahora nuestra propia realidad. Necesitamos más inversión extranjera en Cuba, necesitamos que más inversionistas extranjeros quieran invertir en Cuba. Hace rato que conocemos que una de las demandas más repetidas por esos inversionistas es que le permitan contratar directamente a los trabajadores sin la obligación de hacerlo a través de una compañía de contratación estatal. En un intercambio con un amigo a quien respeto mucho este me dijo que “eso” no se podía permitir para así evitar determinados vicios e influencias nocivas sobre nuestros trabajadores. Sin embargo, tenemos todo lo que hace falta para “conceder” esa demanda y manejar los “peligros” que entraña. Explico mi idea al respecto:

1- El Estado fija una tarifa mínima horaria en dólares, o mejor, en euros, cuc o cup a la tasa de cambio de mercado (24 a 1).
2- La ley o el código del trabajo establecen las obligaciones para ambas partes: empleador extranjero y empleado cubano. En Cuba existe un Código de trabajo.
3- Nuestra Constitución da amparo legal y establece mínimos para ambas partes. Se establece el debido contrato entre las partes, trabajador e inversionista extranjero.
4- El empresario extranjero paga a través de una entidad bancaria cubana en dólares el salario pactado que nunca puede ser menos del mínimo establecido en la tarifa horaria.
5- El empleado cubano recibe su salario en una tarjeta de banco después de descontado el impuesto sobre sus ingresos.
6-El Sindicato vela por los intereses del trabajador cubano.
7- El banco por los intereses del Estado y se apropia de las divisas.

El Estado gana “moneda fuerte”, tiene un mejor control sobre el empresario extranjero y sobre los ingresos del trabajador y además disminuye la burocracia asociada a este tema. El trabajador gana porque mejora su salario, lo recibe en una tarjeta magnética y el sindicato tendría mayores incentivos para jugar su rol. No hay movimiento de dinero en efectivo.

El empresario extranjero no se siente enfrentado a un sistema extraño del cual no tiene apenas control y está fuera de los estándares que conoce y a la vez tiene la contrapartida del banco estatal y del Sindicato y está obligado a cumplir con lo que nuestras leyes establecen. ¿No es esto más transparente para todos?

Sin embargo, desde el decreto-ley 50 de 1982 este tema aparece una y otra vez como una de las grandes demandas y aún permanece así. Es cierto que no es solamente un problema de mentalidad, hay otros asuntos que intermedian aquí, pero sin dudas la resistencia a este cambio es muy grande.

¡Cambiar la mentalidad!

Hace apenas una semana en un evento escuché a un compañero desde el podio hablar de forma despectiva del marketing y de la publicidad. Hoy estamos necesitados de exportar, sin embargo, es muy poco lo que se hace para promocionar los productos cubanos y también los servicios. Algunas empresas han logrado alguna promoción, otras están aún muy lejos de entender esta necesidad o de poder satisfacerla.

Apenas existe publicidad gráfica en nuestra televisión para nuestras empresas y nuestros productos líderes. ¿Cuanto conocemos de los productos de nuevas empresas que intentan exportar o incluso vender en el mercado interno?

Gracias a ExpoCaribe conocimos de una nueva empresa que produce y exporta productos de frutas tropicales, pero no existe promoción sistemática de la misma. Nunca hemos visto algún tipo de anuncio sobre las potencialidades y productos de una fábrica como la KTP de Holguín. La mítica Conchita no aparece en ningún lugar.

¿Cuál es el impedimento ideológico o político para que nuestros equipos ostenten en sus uniformes el logo de nuestras empresas y productos líderes? ¿Por qué en las cercas de nuestros estadios no aparece publicidad alegórica a nuestros productos y servicios? ¿Qué daño hace que Ceballos y sus productos se anuncien en el estadio de Ciego de Ávila o que los hoteles de Varadero aparezcan en el de Matanzas? ¿Por qué las paredes y espacios de nuestros aeropuertos no son aprovechados plenamente para esto?

¿Por qué nuestras empresas líderes no pueden patrocinar equipos, eventos, etcétera? Cuánto tienen que gastar los padres de los pequeños peloteros para que sus hijos puedan jugar un campeonato provincial, ¿acaso no es posible que empresas cubanas puedan ser patrocinadores de estos equipos?

Alguien podrá poner algunos ejemplos en positivo, por ejemplo, Marabana, o el Festival del Nuevo Cine latinoamericano que utilizan estas “técnicas e instrumentos”. También alguien podrá decir que no está prohibido, pero lo cierto es que no está explícitamente aceptado y permitido. La publicidad y el patrocinio no están dentro de las “acciones normales y naturales” de las empresas cubanas.

Queremos exportar, pero muy pocas empresas piensan en una campaña publicitaria para dar a conocer sus productos o servicios, y generalmente se cuestionan los “gastos” en promoción.

Esto significaría también poder disponer de recursos que de otra forma tendrían que salir del menguado presupuesto del Estado.

Queremos exportar, pero “lo que no se anuncia no se vende”.

“Consumir productos cubanos es hacer patria” fue una campaña desarrollada a inicios de la Revolución para promover el consumo de productos nacionales. Fue una manera de ayudar a “sustituir importaciones”. También lo fue esta otra “Conozca a Cuba primero y al extranjero después, lanzada para promover el turismo nacional”.

Son apenas algunos ejemplos de cuánto aún se puede hacer para dar señales efectivas de que hay cambiar la mentalidad.

Exhortar a cambiar de mentalidad es necesario, diría que hay que hacerlo todos los días, pero a la vez hay que crear los incentivos para inducir a ese cambio de mentalidad. De todas formas, como en todos los lugares, existirán los hiper resistentes, entonces también habrá que cambiar a todos los que deban ser cambiados.

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