Menos turistas vs más ingresos por turista

A pesar de que la tasa de ocupación se mantiene baja, seguimos creciendo en capacidades hoteleras y fomentando la modalidad "todo incluido" en el turismo de sol y playa.

Foto: Kaloian.

El turismo, a mí no me cabe dudas, tendrá que seguir siendo uno de esos grandes motores que impulsen al país hacia delante (1). Hay al menos tres maneras de hacerlo: fomentando una expansión de tipo extensivo en términos de capacidades hoteleras y extrahoteleras, o alcanzando niveles de explotación de las ya existentes que permitan extraer mayores ingresos por turistas o por una combinación de ambas.

La primera variante depende mucho de nuevas inversiones y nuevas instalaciones, la segunda depende más del uso intensivo y eficiente de las instalaciones y de un concepto del negocio donde los precios estén más asociado a la calidad real del producto/servicio que se entrega; la tercera supondría crecer en aquellos segmentos que generen mayores ingresos por turistas y poner las inversiones estrictamente necesarias en ello.

Mejorar la tasa de ocupación y el ingreso por turista parecieran ser dos de las metas más importantes del sector turístico cubano hoy día. A pesar de que la tasa de ocupación se mantiene baja, seguimos creciendo en capacidades hoteleras y fomentando la modalidad “todo incluido” en el turismo de sol y playa.

El Ministro de Economía hace ya unas semanas explicó que uno de los asuntos decisivos es el rendimiento de los fondos de inversión. Si prácticamente la mayoría de las nuevas capacidades hoteleras se hacen con “dinero nacional” y las expectativas de crecimiento del mercado turístico no parecen ser muy altas; si la factibilidad de los proyectos dependen de una proyección de mercado de dudoso cumplimiento y de una determinada ocupación –difícil de alcanzar–; si se sabe que ese mercado no tendrá un crecimiento explosivo; entonces cuesta explicarse por qué escoger preferentemente la primera de las opciones. Igual es probable que me falte alguna información relativa a este asunto.

De todas formas, seguiré sosteniendo que el turismo es un buen ejemplo de lo que se puede hacer a pesar de circunstancias difíciles. Lo demostró desde mediados de los ochenta, cuando apenas existían hoteles en Cuba. De cómo fue que pasó, cuenta el Premio Nacional de Economía, Miguel Alejandro Figuera en un artículo publicado por la revista Temas hace ya algunos meses.

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¿Y qué es lo mejor que encuentras del hotel?, le pregunté a unos amigos españoles que se hospedaron en uno de los hoteles de la cayería norte de Cuba.

Pues hay dos temas que a mi juicio son decisivos, el primero de ambos es ese carácter de los cubanos que trabajan aquí, que te hacen sentir muy bien. Y fíjate no te digo que sean super profesionales, pero les falta ese toque a veces. Es más, sin dudas, vais a poder encontrar mejores habilidades profesionales en un hotel de otro país, pero hay un no sé qué en el trato de estas gentes que te hace sentir muy bien o, mejor, que te ayuda a no sentir ciertos déficits.

Lo segundo no tengo ni que decirlo, es esa playa y ese mar. Es como estar en otro mundo. Ayer después del tremendo aguacero de la tarde regresamos a la playa y era de ensueño. El mar totalmente liso y agua con una temperatura perfecta. Te imaginas para mí, que en mi país veo los lobos marinos saltando a 100 metros de la playa y el agua es casi intocable de los fría que está incluso en nuestro “verano”. Pues nada, ese regalo de Dios que es vuestro mar y vuestra arena, eso es lo otro muy mejor.

A estos turistas que se catapultaron desde un aeropuerto en su país hasta otro aquí en la isla y desde este, casi sin respirar, fueron depositados en un hotel cinco estrellas “All inclusive” en uno de los cayos de la costa norte de alguna provincia cubana, lo que más les impactó no fue el confort de las habitaciones, la suavidad de las toallas, la calidad de la ropa de cama, la profesionalidad exquisita de los empleados, y mucho menos el hecho de tener que convivir con decenas de turistas del “mercado interno”. (Fue en una conversación entre dos choferes de una compañía nacional que hace los transfers donde me enteré que a nosotros los cubanos cuando hacemos turismo y usamos ese servicio ellos nos denominan “mercado interno”. Me pareció de lo más gracioso.)

Lo que más los conquistó fue la dedicación y el trato amigable de los trabajadores del hotel (no su profesionalidad) y lo otro que lo impactó de forma absoluta fue la belleza y calidad de nuestras playas. Entonces por tener esa suerte de ser economista, me vino a la mente aquello de que todavía hoy y a pesar de todo el esfuerzo y la asesoría extranjera y los centenares de horas de entrenamiento y capacitación, fueron dos “ventajas naturales” las que más cautivaron a aquella pareja de turistas del “mercado internacional”. Ese especial don de gente del cubano y nuestras playas.

Deberíamos los cubanos entender la bendición de las ventajas naturales y sobre todo ayudar a multiplicar su adecuado aprovechamiento. Si les hubiera contado a esos turistas que esos trabajadores cubanos cuya afabilidad les ha conquistado están sujetos a un régimen de trabajo durísimo, que todos viven lejos de su lugar de trabajo, que el salario que reciben para nada puede compararse con la que reciben otros trabajadores de este sector en la región del Caribe y que poco compensa el sacrificio que hacen, quizás entonces se hubiera sorprendido mucho más.

Es cierto que esa cayería del norte de Cuba es un lugar paradisíaco, pero es cierto también que su ecosistema es muy delicado. El turismo masivo, ese llamado “All Inclusive” que tanto nos ayuda a ingresar divisas o nos permite que algunos cubanos –no son pocos– puedan acceder a algunos días de vacaciones, tiene sin dudas costos importantes en términos medioambientales.

Hoy los planes de expansión del sector turístico cubano son seguir creciendo –en los cayos también–, hacer más hoteles, crear nuevos viales que permitan comunicar unos con otros. Pienso, sin embargo, que debe existir una “carga física” que sea la que esos ecosistemas pueden soportar de forma sostenible. Espero que en todos esos planes este asunto haya sido muy tenido en cuenta, conozco nuestra Ley de Medio Ambiente. Sé que cualquier proyecto hotelero por pequeño que sea requiere de una aprobación del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, conozco que esa entidad es rigurosa en estos aspectos.

De todas formas, confieso que cuando veo una carretera hecha sobre relleno atravesando un manglar en un cayo o cuando veo grandes explanadas que son buldoceadas y rellenadas para, sobre ellas, construir nuevos hoteles, no puedo menos que pensar en la “bendición de los recursos naturales”. Seguro que hacerlo sobre pilotes es más caro, pero probablemente sea menos dañino al medio ambiente. Por cierto, se extraña avistar una iguana, donde antes había tantas, algunos tipos de pequeños lagartos muy comunes hace unos años y algunas especies de pájaros.

Alguien un día me preguntó lo siguiente: ¿Si nuestros cayos y sus playas son tan especiales por qué entonces convertimos algo tan único en un producto de consumo tan masivo? ¿Por qué no hacerlos un producto super exclusivo? Esta sería otra forma de obtener ingresos por estas ventajas naturales, quizás una forma menos agresiva, pero también requiere de otro concepto de negocio que no parece ser el que predomina hoy en Cuba (2).

La segunda parte de mi conversación fue sobre aquello que menos les había gustado, aunque ya imaginaba yo algunas de sus respuestas: la primera de todas fue con los alimentos.

 ¿por qué tan pocas frutas, tan pocas variedades de jugos naturales? ¿y por cierto me ha dicho el chofer del bus que el aguacate cubano es muy bueno, pero yo no le visto ninguno de los días que he estado acá? Muchos vegetales encurtidos pero muy pocos naturales. Me sorprende siendo Cuba un país tropical.

También estamos en el tiempo del anón, que no aparece en ningún lugar, ni qué decir del caimito, o de la chirimoya, jamás se encuentra una guanábana y menos aún mamoncillos criollos. Mire usted, quién ve a un sueco comiendo mamoncillos, uno a uno. Tampoco se sabe mucho del mamoncillo chino (lichi) y los mameyes. ¿Dónde estarán los mameyes además de en algunos mercados agropecuarios (donde una onza de mamey se cotiza como si fuera una onza de algún mineral raro)?

Mucho a veces se le debe a una mejor gestión de los encargados de los suministros, a lograr relaciones estables con algunas cooperativas y productores privados, a establecer una suerte de camino de dos sendas donde los productores cubanos aprendan a producir y servir los productos a los hoteles y donde los hoteleros aprendan a mirar mejor al mercado nacional y sobre todo a entrenarlos en lo que quieren y como lo quieren. Es cierto que en otras latitudes y longitudes estas cuestiones andan sobre ruedas hace mucho tiempo. Nosotros acá en esta Isla del Caribe debemos dedicarle mucho tiempo a construir esa relación. Claro que nada de esto se lo expliqué a aquellos turistas, pues creo les hubiera sido bastante difícil entenderlo de primera vez.

Por último me dijeron: “Mira tan afables y buena gente que son los trabajadores cubanos, pero en lo que es propiamente el servicio pues algo les falta”, y aunque no pudieron describírmelo yo creo haber entendido ese “algo” al que ellos se referían. Se trata de esa pequeña diferencia entre ser buena gente y ser profesional o, mejor aún, esa tremenda diferencia competitiva que sería sumar lo buena gente que somos a una profesionalidad en el servicio que nos permita emular en la región.

Igual me he quedado con la interrogante: ¿Qué hacen falta, más hoteles en lo cayos o más turistas en los hoteles? ¿O quizás la fórmula de nuestro desarrollo turístico pudiera ser menos turistas y más ingresos por turista? ¿Menos hoteles y más ingresos por hoteles?

 

Sin dudas son modelos de negocios diferentes los que se derivan de esas respuestas.

 

Notas:

(1) Lamentablemente no se dispone, al menos públicamente, de una “cuenta satélite” que nos permita seguir el sector en su relación con el resto de la economía nacional.

(2) Costa Rica, con menos turistas que Cuba obtiene más ingresos totales y más ingreso por turista.

 

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