Ilusión kamikaze: la viceministra en su laberinto

Oposición leal no es apostasía. Los cubanos tienen razones legítimas para dudar, cuestionar, ser escépticos u oponerse.

Foto: Dan Igger/Flickr.

El 14 de agosto el sitio web del Ministerio de Educación Superior publicó un sucinto artículo firmado por la viceministra primera Martha del Carmen Mesa Valenciano en el que definía los requerimientos para ser profesor universitario en Cuba.

Tras citar una frase de Fidel Castro, en la que el líder revolucionario discute lo que en su visión el profesor debe ser, la viceministra convierte el paradigma fidelista en exigencia: “El que no se sienta activista de la política revolucionaria de nuestro Partido, un defensor de nuestra ideología, de nuestra moral, de nuestras convicciones políticas, debe renunciar a ser profesor universitario”.

Aunque hay obvias diferencias en proclamar un paradigma como aspiración y llamar a aquel que no lo acate a renunciar, es importante tomar nota de la fuerza del lema proclamado por el presidente Díaz-Canel “somos continuidad” con respecto a las políticas oficiales. Parte del problema no es de la viceministra Mesa Valenciano, se ubica en el interés de implementar hoy una visión que Fidel Castro esbozó en 1981 a un mundo, una sociedad y una universidad que es más plural, abierta y diversa en términos ideológicos. Si ese programa es de por sí un reto enorme para el PCC, más lo es -poco favor le hace la viceministra- el anunciarlo no como persuasión, sino a la brava. “Aquí está lo que dijo Fidel en 1981, de allí sacamos nuestros principios, si no te gustan, allí tienes la puerta, y cuidado no te de en la espalda cuando vayas de salida”. Basar el diálogo sobre política en la universidad en un ultimátum a los profesores es una “ilusión kamikaze”.

En política siempre se gana cuando se exponen las ideas con claridad y uno/a se dispone a pagar el precio que sea necesario por ser honesto. La viceministra Martha del Carmen Mesa Valenciano tiene el mérito de exponer con criterio directo la política de su Ministerio: el que no se identifique con la línea del PCC no puede ser profesor.

Mesa Valenciano propone una estructura empobrecedora, contraria a la libertad de conciencia, que nos retrae como paradigma no a 1981, sino a un tiempo en el que Cuba como nación ni siquiera existía, antes de la Ilustración.

Mesa está en buena compañía al pedir un profesorado y una universidad al servicio del país, pero la coyunda ideológica que propone no encaja con el pensamiento ilustrado que iluminó a nuestros próceres desde Félix Varela a José Martí. Las universidades y las cátedras fueron espacios fértiles al patriotismo en la medida en que fueron baluartes de la libertad de pensar. Era “natural” que los libres sintieran, razonaran y se educaran en el respeto y amor por ese espacio de humanidad que les toca, su país, pero esos sentimientos no se imponen.

En tanto lugares para debatir y educar ciudadanos libres, las universidades son para pensar lo impensable y decir lo indecible. Eso, claro está, ha sido paradigma, pero no siempre práctica. Los vetos ideológicos a intelectuales de calibre tienen historia nefasta en Cuba. No se trata solo del quinquenio gris evocado por algunos que han protestado a la viceministra procurando pescar en su artículo para la oposición al gobierno. El caso más célebre es el de Carlos Rafael Rodríguez, vetado por comunista en la universidad pre-revolucionaria, que tenía sus luces, pero también sus sombras.

Derechos Humanos

La viceministra se pregunta: “¿Será que la manera de abordar la crítica haciendo llamado a los derechos humanos es el camino de nuestra academia?” Así como ella se ha manifestado con claridad, con claridad se impone responderle.

Empecemos por la semántica, la raíz del término “partido” es “parte”. Ningún partido puede expresar el pensamiento de todos en una universidad. Los cubanos que no somos comunistas tenemos derechos. ¿No fue por los derechos humanos por lo que se luchó en Cuba, cuando se hablaba de la libertad de cátedra y  autonomía universitaria?

Por la libertad en el pensar, para la cual la independencia nacional era y es necesaria se luchó en la manigua, en la colina universitaria y en la Sierra Maestra y la clandestinidad. La estructura propuesta por la viceministra tiene el mérito de la claridad y el defecto de la opresión. La universidad es cardinal en la formación cívica de ciudadanos. Si se acepta la idea del profesor como corifeo de políticas partidistas, que no puede someter a debate en su aula, nadie se sorprenda luego con la doble moral, y la simulación de los que salen de Cuba gritando lemas revolucionarios y al otro día llegan a Miami festejando la muerte de Fidel Castro. ¿Quién los educó así?

“Cuando todos piensan igual –decía Voltaire– es porque nadie está pensando mucho”. Es normal que las personas piensen diferente porque venimos de experiencias distintas, y hasta nuestros cuerpos y cerebros tienen composiciones químicas variadas. Se debate en colectivo pero se piensa individualmente. Nadie puede tomar la cabeza de otro para responder sus interrogantes. ¿Es saludable para el país forzar en los profesores el dilema de dejar de serlo o abdicar de su propia responsabilidad individual como científicos en admitir la duda y la diversidad? ¿Y la responsabilidad individual de los miles de profesores cubanos? Corresponde a un verdadero patriota rechazar un contrato que es perjudicial al país y a su propia libertad.

Presentar la defensa de los derechos humanos como algo impuesto a los cubanos es otra distracción, incluso una concesión a la derecha que ha tratado de manipular el tema contra el patriotismo cubano. Medidas de emergencia para atajar amenazas claras, están contempladas en los sistemas de administración de los instrumentos legales de derechos humanos universales. Usar incluso el patriotismo y la necesidad de enfrentar reales amenazas para coartar libertades a trocha y mocha al servicio de intereses partidistas es un recurso de pícaros.

Seamos claros, la viceministra no habla de limitar aquí a partidarios del bloqueo/embargo o proselitistas desde un aula por una intervención militar en Cuba. Se entendería la ira y rechazo de las autoridades y del propio estudiantado si ese fuese el caso, pero no es. Mesa Valenciano marea con ejemplos nebulosos sobre un exprofesor “que utilizando las redes, inició una fuerte crítica a las decisiones de los dirigentes de nuestro país”. No se si trata de la misma persona pero en La Joven Cuba han publicado una carta alumnos del profesor René Fidel González que la responsabilizan a ella y otras autoridades de subterfugios, esquivas e incumplimientos de las leyes.

La viceministra exige que los profesores sean agitadores y propagandistas no solo con respeto, sino con optimismo y confianza forzada. Esa postura a priori es inadmisible para quien crea en la ciencia y los argumentos con evidencias como razón para resolver discrepancias. ¿A quién sirve esta soberbia rechazada con erudición por una profesora matancera con la frase grande de Unamuno “venceréis, pero no convenceréis”?

Se trata de poner las cosas en su lugar. Los hombres y mujeres que componen el PCC no son Cuba ni tiene el monopolio exclusivo, ni siquiera la certeza de la verdad. Esa organización no está, ni puede estar –para aclarar un entuerto del reciente debate constitucional–, por encima de la Carta Magna.

El derecho internacional reconoce la soberanía nacional, dígase del pueblo todo que compone la nación incluidos sus emigrados que ostentan la ciudadanía, a través del Estado. Si el PCC trata de alinear la nación contra las políticas plattistas, coinciden el PCC y Cuba. La ley 88 prohíbe hacer propaganda a la anexión de Cuba a Estados Unidos o a la aceptación del programa de la Ley Helms-Burton. Ser profesor no da aval a nadie para violar la ley o patente de corso para insultar. En diferentes países hay limitaciones lógicas contra discursos antipatrióticos, de odio, racistas, y considerados lesivos a la seguridad y la salud pública. Eso, sin embargo, no justifica separar a un profesor del aula por criticar a “nuestros dirigentes” en “las redes”.

Oposición leal no es apostasía. Los cubanos tienen razones legítimas para dudar, cuestionar, ser escépticos u oponerse, incluso cuando estén confrontados con el PCC y su orientación comunista que es una forma, pero nunca la única, de ser buenos cubanos.

Cuba es un país acosado por la primera potencia del mundo, al servicio de intereses revanchistas y reaccionarios, que apuestan a la ayuda estadounidense y la violación de la soberanía para ser impuestos en el poder. A esos sectores, por ese camino, no es patriótico darles nada. Tal emergencia justifica específicas limitaciones de derechos siempre y cuando –según el estándar internacional– haya vínculos causales entre la libertad constreñida y la amenaza atajada. Lamentablemente algunos que han carteado a propósito del artículo de la viceministra no han mencionado esta circunstancia, donde los derechos humanos como paradigma internacional se ajustan a un contexto de abuso y acoso contra Cuba, que también cívicamente habría que denunciar día, noche, tarde y madrugada.

Admitiendo la legitimidad de medidas de defensa, lo que la viceministra demanda se sale de ese marco. Mesa pretende imponer un proselitismo partidista al claustro, irrespetando la pluralidad política de la sociedad y exhortando a la renuncia de aquel que no coincida con su militancia intransigente.

Esta semana comienza el curso escolar. En lugar de pedir obediencia al PCC, el Ministerio de Educación Superior debería dialogar con los profesores, y con los estudiantes, para escuchar lo que ellos piensan de sus políticas y cómo se están implementando. El propio artículo de Mesa con las exigencias sectarias que porta casi que clama ante un observador objetivo para que alguien revise lo que los alumnos del exprofesor denuncian. ¿Es tan difícil resolver esos asuntos según la ley y explicarlo con transparencia?

No es suficiente cerrar la puerta a los que apoyan las políticas de acoso externo. Es también imprescindible dialogar con el que discrepa desde el patriotismo y la ley. La unidad de los forzados a pensar igual no es unidad sino coyunda. La unidad política, más trabajosa, pero más auténtica, la martiana, es la que viene de la persuasión y la apelación a valores que van más allá de ideologías específicas en un ambiente de respeto a la diversidad. Con la fórmula de amor triunfante del más grande de los patriotas cubanos, “con todos y para el bien de todos”.

Donde empiezan los privilegios de la imposición y los intereses de los que quieren cercenar el derecho de los profesores a pensar por su propia cabeza, terminan los de Cuba. Patriotismo es lealtad al país y eso pasa por la consciencia individual del profesor y la libertad del ciudadano.

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