2008, odisea de mi espacio

Reseño obras que se presentan en las diferentes categorías del Festival, aunque mis apuntes de hace 12 años no se refieren solo al cine.

Foto: Ailen Maleta

Busco los cuadernos de apuntes; tomo cualquiera: 2008, diciembre.

Estoy sentado en la platea de un cine de El Vedado. ¿Yara, Riviera, La Rampa, 23 y 12, Chaplin? No puedo precisarlo. Las notas son dispersas, tributan a la insostenible idea de que una palabra, una frase, en el futuro van a detonar los recuerdos, que tendrán el “verdor” de los hechos vividos.

Como casi todos los diciembres, desde 1979, asisto al Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, en calidad de periodista primero, y como director de prensa y espectador después, condición que más he disfrutado. En 2008 era espectador: al menos tres filmes por día. A veces, cuatro. En jornadas extremas, cinco. Como en la cabeza del escribidor de Vargas Llosa, los personajes se confunden de historias en la mía, pasan de uno a otro filme, con una autonomía que ya quisiera para mi vida que, justamente en ese 2008 se estaba acomodando, una vez más, al desamor, algo así como a un estado de soledad asistida.

Los isleños somos muy sensibles a las vidas de los otros. Sabemos que, más allá del mar, hay seres que se nos parecen y no, que sufren y no como nosotros, que aspiran a cosas dignas y bellas, también como nosotros. El cine habla de eso, de un mundo diverso, conflictivo, excitante, donde debería haber espacio para todos.

Es mucha la avidez, mucho el temor de no volver a tener la ocasión de apreciar una obra llegada de otro ámbito cultural.

Festival de Cine de La Habana: primera dosis

Me recuerdo viendo un documental sobre Pedro Lemebel (Corazón en fuga, de Verónica Quense, Chile), el chileno que nos mostró los márgenes del horror, su dura poesía. En otro momento, Bahta, un breakdancer tunecino, huye de la policía y cae en manos de un grupo integrista que intenta lavarle el cerebro (Making of, de Nouri Bouzid, Túnez). Ahora, Igne (65), alemana, felizmente casada, conoce a Karl (76), y comienzan una tórrida aventura sexual que les devuelve la ilusión que la sociedad y ellos mismos se habían negado (Nube 9, de Andreas Dresen, Alemania).

El caballo de dos piernas, iraní (de Samira Makhmalbaf), es el relato de un niño que transporta a otro, inválido, cada día rumbo al colegio. Es su trabajo. Con su carga valiosa, atraviesa calles abigarradas, de tráfico luciferino; compite con burros y caballos, corre como el que más, pero es un simple ser humano, cualidad que a su pequeño empleador lo decepciona…

Hay más, mucho más en los apuntes. Reseño obras que se presentan en las diferentes categorías, desde la competición hasta las muestras por países: ficción, documentales y animados. Subrayo nombres de actores como Susan Sarandon y Ulises Dumont. La primera en Aritmética emocional, de Paolo Barzman (Canadá) y el último, en La película del rey, memorable cinta argentina de Carlos Sorín.

Entre los documentales destaca Fuera de liga, de Ian Padrón. Allí, Orlando “El Duque” Hernández declara que ha pertenecido a los dos mejores equipos del mundo: los New York Yankees y los Industriales. Escribo “honor”. Escribo “público emocionado”. Lo dice él, nada menos, el único pitcher de nuestro país que ha ganado cuatro anillos en la Serie Mundial de las Grandes Ligas.

Los cubanos andamos demediados: los de aquí y los de allá. De nada vale que los de allá hayan estado antes, con nosotros, aquí; ni que los de aquí algún día vayamos a dar a allá… Esa fractura, al parecer en largo y doloroso proceso de cicatrización, también se operó, por mandato, en la pelota, uno de los elementos de identidad más fuertes, parte indisoluble del alma de la nación. Sé que a los que no les gusta el béisbol les parecerá exagerada la oración anterior, pero basta que revisen las expresiones cotidianas del habla para constatar cuánto de la jerga de ese deporte es de uso común: a cualquiera lo cogen fuera de base (infidelidad), cualquiera se puede ver en tres y dos (situación crítica), cualquiera la saca del parque (excelentes resultados en algún empeño).

Otro documental notable es XXXX años después, de Aram Vidal. El cineasta cubano recorrió las calles de Vallegrande y La Higuera, Bolivia, rastreando las huellas de Ernesto Guevara. Pero pocos allí sabían quién fue el guerrero. Su filme discursa sobre la fragilidad de la memoria histórica.

Mis notas de 2008 advierten, con signos de admiración, que Aram Vidal es también el director de De generación, otro documental que fue muy polémico en la edición 29 del evento. En ese filme, los jóvenes cubanos de entonces, nacidos a finales de los años 80, hablan de sus insatisfacciones y enjuician, con mirada no precisamente amable, el mundo que les legaron sus padres. Hoy esos protagonistas cuentan con más de 30 años, seguramente algunos ya tendrán hijos. Un filme probable sería localizarlos, saber a dónde han ido a dar con sus historias y, muy importante, si están satisfechos con el destino que se ha labrado cada cual.

La poesía

Mis apuntes de hace 12 años no se refieren solo al cine. Me recuerdan que participé en tres importantes festivales de poesía (el de Granada, Nicaragua; el de Medellín, Colombia, y el de Poetas del Mundo Latino, en varios estados de México) y que fui jurado en el Festival de Cortometrajes “Manuel Trujillo Durán”, en Maracaibo, Venezuela. Maracaibo es la ciudad de mi infancia primera. Volver ahí es siempre un reto para los sentidos, que intentan inventar lo que ya les resulta imposible recordar.

Del Festival de Medellín se ha hablado mucho. Es una experiencia inenarrable. Las lecturas parecen conciertos de rock, por la cantidad de público que acude, espectadores que desafían el frío y la lluvia para escuchar, por horas, a los poetas venidos de los más distantes rincones del planeta. En Envigado me ocurrió algo bonito: al final de la lectura, un muchacho me pidió que le copiara, en particular, uno de los textos leídos; quería regalárselo a la novia con la que por aquellos días mantenía uno de esos sabrosos pleitos de enamorados. Así lo hice, y se lo dedicamos los dos. Espero haberle salvado, al menos, esa noche.

Otra nota pintoresca de ese mismo festival. En Tunja nos hospedamos en un convento. La madre superiora nos advirtió que la puerta se cerraba a las nueve de la noche, y no se volvía a abrir hasta la mañana. Es difícil controlar a una jauría de poetas, deseosos de conocer y conocerse. Había un frío hereje. Los parranderos supieron que la palabra de la abadesa estaba inscrita en piedra.

2020

Ayer comenzó el 42 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Como todo lo que se relaciona con este año fatídico, será atípico. Los cines están a media capacidad, para garantizar el necesario aislamiento, no contaremos con cineastas invitados, y, lo más doloroso, por el sistema de venta de las localidades, no podremos ver tantas películas como sería de desear.

Festival de Cine de La Habana: una apuesta por el público

Aun así, es de agradecer el esfuerzo titánico de los organizadores del evento para que no se rompa la continuidad del festival, que viene desarrollándose, sin interrupción, desde 1979.

De diciembre en La Habana, amo los días del Festival, la energía eléctrica que le imprimen a la ciudad las muchachas y muchachos que se toman la calle 23 con todo derecho. Es un espectáculo vivificante el del público desbordado, los aplausos al final de cada función, los corrillos de cinéfilos confrontando títulos de interés, los que corren, bocado en mano, de una a otra función…

De aquí a un tiempo, quizás halle los apuntes de este año. Ojalá entre las líneas nerviosas, pergeñadas a oscuras, por algún resquicio se cuele la esperanza. Ya veremos.

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