Don’t Stop Believin’: Entrevista con Carlos Carnero, director de Los Kents

A casi sesenta años de fundada la banda, repasamos la historia que comenzó décadas atrás, cuando cuatro amigos en una casa de El Vedado decidieron que harían covers de sus rockeros favoritos.

Carlos Carnero. Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.

Carlos Carnero. Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.

Es sábado en la noche. Estoy sentado en una mesa de El Submarino Amarillo, night club habanero dedicado a la interpretación en vivo de covers en inglés. En el pequeño escenario, los instrumentos de una banda. Por la pantalla de un televisor están dando clips de grupos estadounidenses e ingleses muy conocidos. Suena We´re An American Band, Mark Farner con Grand Funk Railroad.

Un señor a mi lado, entre 70 y 75 años, que hasta ese momento sorbía plácidamente una limonada, se levanta de su mesa, electrizado. Danza en solitario por el estrecho pasillo. Canta al tiempo que realiza la mímica de tocar los instrumentos, con acento en el drum, que lo exalta hasta el paroxismo. Los parroquianos siguen en lo suyo, bebiendo y charlando. Sólo a mí parece llamarme la atención ese despliegue de anacrónica energía. Creo que encuentro el acto de ese abuelo un tanto patético, pero no lo quiero admitir. Alguien me ha dicho que, si voy a sumergirme en el mundo de Los Kents, el grupo que está a punto de comenzar su actuación, debo hacerlo despojado de prejuicios.

Después de dos o tres piezas grabadas, del intenso tintinear del hielo en las copas y las conversaciones a gritos, rompe a tocar la banda que he venido a escuchar. Lili Ojeda, la cantante líder, ataca You Shook Me All Night Long, la canción que Brian Johnson popularizara con AC/DC décadas atrás.

Lo que parecía un acto de enajenación solitaria se hace furor colectivo. De las sombras compactas se van desgajando figuras de adultos mayores —algunos caminan con dificultad—, que por intensos minutos van a recuperar la elasticidad, el candor y los sueños de la mocedad lejana.

Mayormente son damas, bailan en grupo o en solitario, dejan que sus cuerpos se expresen con toda libertad. No compiten entre sí, no están atentas unas a otras para cortarse leva. Gozan con el sentimiento primitivo de la danza, desprovistas de cálculos. Empiezo a sentir envidia por ellas.

Media hora después salgo a la calle 17 para acompañar a mi amiga, que quiere fumarse un cigarro. Ahí tropiezo con una de las bailadoras entusiastas. Suda a mares. Ha salido a tomar el aire fresco de la noche y revisar los mensajes en el celular. Se llama Isora Oliva, es arquitecta y tiene 74 años. Quiero saber por qué ha venido, y si está sola. Ella mira a mi amiga, como queriendo calar las verdaderas intenciones de mi pregunta. Me apuro a decirle que trabajo en un posible texto sobre Los Kents para una publicación especializada en temas cubanos. Se relaja. Me cuenta:

“Cuando estaba en la Finlay, mis amigas no se perdían una sola fiesta donde tocaran Los Kents, que era el grupo de rock de El Vedado, nuestro barrio. Pero mis padres no me dejaban ir con ellas. Por una parte, celo; soy la única hembra de tres hermanos; por la otra, que esa música no era “de revolucionarios”. Tampoco pude escucharlos durante el Pre. Mi novio de entonces era casinero, y nunca quiso acompañarme. Más bien me arrastraba a los güiros con sus amigos. Desde que mis hijos son hombres, sigo a Los Kents por toda La Habana: La Maison, El Submarino Amarillo, el Café Cantante del Teatro Nacional, los jardines del Teatro Mella… ¿Y sabes qué? Ahí me encuentro con aquellas amigas de juventud. No importa que haya pasado tanto tiempo. Saltamos y sudamos con la música de Journey, Led Zeppelin y Guns N’ Roses como si tuviéramos 15 años. Cuando hablamos de nosotras nos llamamos “las muchachas”. Puedes poner en tu artículo que soy una groupie tardía. No me importa. Los Kents me devuelven la libertad. Oye: ¡You Shook Me All Night Long!, mi preferida. ¿Quieres bailar?”

Le digo que no sé. Me responde que ella tampoco, tira su cigarro y entra en El Submarino muerta de la risa.

Carlos Carnero en plena actuación. Submarino Amarillo. Foto: Ernesto Granado.
Carlos Carnero en plena actuación. Submarino Amarillo. Foto: Ernesto Granado.

Cuatro pepillos y una casa en El Vedado

Esta historia comenzó hace cincuenta y ocho años. Algunos quinceañeros se reunieron en una casa de El Vedado para crear el que bien podría considerarse el primer grupo cubano de rock después de 1959, cronológicamente hablando y también en la preferencia del público: Los Kents.

El inmueble, situado en 21 entre E y F, que hoy no existe, era la vivienda de Humberto León, quien, junto a Andrés Paschalidis, se encargaría de las guitarras; los otros fundadores presentes serían Mario Moro (bajo) y Carlos Carnero (drum), su actual director.

Eran cuatro jóvenes traspasados por el rock and roll, llenos de deseos de devolver a sus congéneres la maravilla de música que comenzaban a conocer y consumir. Cuatro, como The Beatles. Y no, no era coincidencia. Los muchachos de Liverpool inspiraron a los cubanitos, y tanto, que Carnero piensa hoy que sin ellos Los Kents no habrían sido.

La banda, que quedó bautizada entonces como Los de León, tuvo la que se registra como actuación debut el 25 de marzo de 1965, en una dependencia de la Comunidad Hebrea que quedaba en 21 y G. El dato es tomado del reverso de la foto más antigua que se conserva del grupo.

El bautismo definitivo ocurrió en fecha imprecisa, entre 1966 y 1967. Sucedió durante una actuación en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Cuando el locutor fue a presentarlos, le preguntó a Carnero el nombre del grupo, que no aparecía en los papeles. Él miró la guitarra de Paschalidis, marca Kent, y ahí mismo quedó fijado el nombre por el que sería conocido hasta hoy. La “s” la agregaron después.

Uno de los grupos de fans de Los Kents. Foto: Ernesto Granado.
Uno de los grupos de fans de Los Kents. Foto: Ernesto Granado.

Carnero

Carlos Carnero (La Habana, 1950) es un hombre sosegado cuando no tiene las baquetas entre las manos. Ha accedido de buen grado a esta entrevista. Sus respuestas son concisas; a veces, lapidarias. Defiende sus gustos musicales con pasión, y no le da pena expresar que buena parte de la música actual no le interesa para nada. El Siglo XXI, dice, no le está enseñando mucho. La mejor música para él es la de la segunda mitad del siglo XX.

“Cuando empezamos, no entendíamos por qué nuestra música era mal vista políticamente. Se trataba de canciones venidas mayormente de Inglaterra. No sé, mucho dogmatismo y mucha ignorancia.

“Pero así surgimos y así seguimos, contra viento y marea. No nos programaban. Tocábamos casi exclusivamente en fiestas privadas, donde conseguíamos algo de dinero a cambio del trabajo.

“Nosotros fuimos el grupo de rock más popular de La Habana. Los fans nos seguían, era mucho lo que arrastrábamos. Nada más hacíamos covers, pues las composiciones propias no le importaban a nadie. Tenemos un número, de Paschalidis y el Conde, que fue un hit tremendo en la interpretación de Los Barbas: Om bembe, Om bamba. Es del 67 o 68. Ni siquiera lo registramos. Y, mira tú, por entonces nadie estaba haciendo eso, cubanizando el rock. Tiene un tumbao cubano increíble. Nos adelantamos al Santana de los años 70 en eso de hacer rock con acento y ritmos latinos. No me da pena decirlo, porque es la pura verdad”.

Carlos Carnero. Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.
Carlos Carnero. Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.

¿Qué distinguía a Los Kents?

“El cantante, en su mejor época. Los instrumentos nuestros eran superiores a los de muchos grupos, y las canciones que nosotros hacíamos eran de The Rollings Stones, The Beatles, pero principalmente de Led Zeppelin, que nos quedaban muy bien.

“Jorge Bruno Conde, El Conde, era un fenómeno. Tenía talento, presencia y carisma, todo lo que necesita un cantante. Era un Robert Plant y un Mick Jagger al cien por ciento.

“Nosotros teníamos antes un cantante que se llamaba Frank Tony González, que se fue para el Norte. Cuando nos quedamos sin vocalista empezamos a buscar uno. Te estoy hablando del año 67. Willy Quesada, el cantante de Los Jets, me lleva a El Conde. Él era un tipo que dormía por los portales, en 10 de Octubre; pelú’, muy bien parecido: alto, rubio y de ojos azules, pero medio quema’o, o quema’o y medio. Cantaba muy bajito.

“El día que se apareció en casa de Paschalidis, era pleno verano y El Conde fue con una chaqueta de lana color terracota, con una medalla colgada al cuello con un pedazo de soga, unos espejuelitos y unos zapatos de piel de cocodrilo que de verdad parecían unos cocodrilos con las bocas abiertas, porque tenían las suelas despegadas y se les veían hasta las puntillas. Lo probamos, y yo lo sentí muy bien. Al principio, Humberto y Andrés no estuvieron de acuerdo con incorporarlo al grupo porque cantaba en espanglish, con forros.

“Él nunca había actuado con nadie. Decidimos montarle cinco o seis números, entre los que estaban Satisfaction, de The Rolling Stones; Te quiero así, de Los Bravos, y Whotta Whole Love, de Led Zeppelin. Con eso nos presentamos en el Teatro del Ministerio de la Construcción, en una actuación para el Pre de El Vedado. Y el tipo fue un cañonazo. Ese día El Conde se convirtió en una figura. Tenía tremenda energía escondida; hay gente con ese don.

“Hoy por hoy es consenso que el mejor cantante de rock que ha tenido Cuba es El Conde”.

Hurgando en Internet, doy con este testimonio del cineasta cubano salvadoreño Jorge Dalton; es de diciembre de 2015:

He visto desde ayer como tres veces A contratiempo, el largo metraje documental de Jorge Soliño, y he llorado desconsoladamente, como un niño de diez u once años, que era la edad que yo tenía cuando en la barriada habanera de La Víbora vi tocar en una fiesta de 15 al grupo de rock cubano Almas Vertiginosas, que tenía como figura principal a El Conde. Recuerdo que esa noche llevaba enroscado el micrófono alrededor de su cuello e interpretaba las más famosas canciones de Rolling Stones (…). Esa fue la única vez que vi cantar en vivo al rey del rock cubano. Tiene que haber sido 1970. Pero esa imagen se me quedó grabada para siempre, porque muchos jóvenes cubanos de ese tiempo, lejos de querer ser como Paul McCartney, Lennon o Robert Plant, queríamos ser como El Conde.

Carnero me aclara que El Conde llegó a cantar a la vez con varios grupos, pues tenía muchísima demanda. Aprovecho para preguntarle si había rivalidad entre las bandas, sobre todo por el sentido de pertenencia a los barrios, que en esa época estaba muy exacerbado.

“Ninguna —responde—, nos ayudábamos mutuamente. Había problemas con los instrumentos y los amplificadores, y nos los pasábamos entre nosotros. No teníamos rivales, sino colegas.

“Nosotros proveníamos de las secundarias Guido Fuentes y Finlay; luego, del pre de El Vedado, el Saúl Delgado, que era la cantera. Había grupos de 10 de Octubre, de la Víbora, del Reparto Casino, de Marianao, que no tocaban mal. Almas Vertiginosas y Dimensión Vertical salen después de nosotros, sobre el 69 o 70. De esa misma época son Los Jets, que eran de El Vedado también. Los Hulmans, que de allí era Ringo, el baterista. Un grupo muy conocido y muy cercano a nosotros era Los Pacíficos; en esa banda estaban Ramón (Monchy) Font, Osvaldo Más, José A. García Piñeyro y Carlos Dávila, que hacían covers junto con nosotros“.

Lily Ojeda, cantante líder. Submarino Amarillo. Foto: Ernesto Granado.
Lily Ojeda, cantante líder. Submarino Amarillo. Foto: Ernesto Granado.
Dos espontáneas sobre el escenario. Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.
Dos espontáneas sobre el escenario junto a Lili Ojeda. Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.

Vinilos y “extravagancia”

¿Cómo llegaban Los Beatles? “De los pocos discos que entraban. El padre de Paschalidis traía algunos y los oíamos en su casa. Cuando alguien tenía un vinilo la bola se corría por toda La Habana, e íbamos a las casas de los amigos a escucharlos, y así nos enterábamos de lo que se estaba haciendo en el mundo.

“En N entre 21 y 23 había un lugar donde grababan placas, eran discos de cartón con baquelita por encima. Tenían un aparato que hacía los surcos en esos discos, algo parecido a los vinilos. Se oían muy mal, pero se oían. De ahí sacábamos los covers para montarlos, porque por la radio no se pasaba casi nada”.

La relación entre los rockeros y las autoridades culturales siempre fueron conflictivas. Se registran no pocos episodios en que la policía irrumpía en las fiestas para “cargar” a todos aquellos que estuvieran vestidos de forma “extravagante” y tuvieran melenas. He escuchado una historia urbana sobre la deportación de Los Kents de la Isla de la Juventud.

Carnero lo corrobora:

“Fue 1968. Nosotros pertenecíamos al regional de Marianao, porque el que nos correspondía, Plaza, no tenía transporte ni recursos, y por eso nos fuimos para el de Marianao, que tenía una guagua pequeña. Por ser ellos el regional que más actividades de aficionados organizaba en la época, nos mandaron como premio para la Isla. Nos dieron la Casa de la Cultura de Gerona para vivir allí, nos llevaban a las escuelas al campo, nos atendían de maravilla en todos los lugares, hicimos hasta grabaciones en un estudio que tenían; pero todo se jodió con la llegada de un ferry cargado de hippies franceses.

“Por la Juventud nos dijeron que fuéramos para el puerto para formarla allí, como una especie de recibimiento. Armamos una plataforma con audio y nos pusimos a eperar, hasta que llega un coronel del G2 y nos pregunta qué hacíamos. Le respondimos que íbamos a tocar para esa gente y nos dijo que recogiéramos todo y nos fuéramos en el acto. Así que tuvimos que suspender la actuación.

“Ya llevábamos como diez días en la Isla, teníamos esa misma noche una actividad en el círculo social de allí, y le metimos con todos los hierros. A la misma vez, en el teatro de Gerona estaba Senén Suárez. Para allá llevaron a todos los franceses; pero cuando empezó la descarga de nosotros vinieron para donde estábamos tocando, que era muy cerca, a unos 150 metros del teatro donde estaban ellos.

“Como a las 12 de la noche se aparecen cuatro guaguas verde olivo con un identificador del G2, como con cuarenta policías con armas largas, y nos mandaron a recoger todo. A los músicos nos metieron en una guagua pequeña, sin instrumentos y sin nada, y nos custodiaba un tipo en la puerta con una metralleta. Preguntamos si había alguien que nos pudiera dar una orientación y nos dijeron que no había orientación ninguna que darnos. A eso de las 3 menos cuarto aparece un capitán y le ordena a los de la guagua que nos llevaran para el puerto, que nos íbamos en el ferry. Pregunté por los instrumentos y me respondieron que no nos interesaba. Por suerte, cuando llegamos al ferry vi que estaban todos los instrumentos amontonados en la bodega, donde nos metieron a todos, como si fuéramos carga. Nos dejaron botados en Batabanó, sin transporte, sin dinero. Un amigo nuestro, que era saxofonista y que trabajaba en el Regional de Cultura de Marianao, nos pagó una comida con su dinero, y nos resolvió una guagua para trasladar los instrumentos hasta La Habana”.

“Aquí se baila como quiera”. Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.
“Aquí se baila como quiera”. Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.

—¿Por qué en la mayoría de las fotos de Los Kents que he podido encontrar siempre hay una muchacha en primer plano? ¿Eran cantantes?

—Es que no eran fotos de Los Kents, eran fotos de los 15 de una muchachita que cumplía esa edad. Para poder tener una foto, para que el grupo tuviera una foto, teníamos que retratarnos con la muchacha del cumpleaños, porque en los estudios de fotografía no se le imprimían fotos a cualquiera que lo solicitara. Había una crisis, como la que tenemos ahora, pero de otro género; no había rollos fotográficos, no había papel para imprimir las fotos, no había química. Por eso solo se podían revelar e imprimir fotos para bodas, cumpleaños y nacimientos. Para más nada. No podía llevar un rollo y pedir que me lo revelaran. Me decían que no. Entonces el grupo no podía salir solo en la foto. ¡Tenía que estar la muchacha de los 15 en el medio o en un costado! ¡Mira tú qué extremismo! Por eso hay tan pocas fotos de aquella época, como tan pocas grabaciones. No había grabadoras, ni cinta. No existían esas posibilidades de ahora, que buscas un teléfono y grabas, como estamos haciendo ahora para esta entrevista.

Una de las fotos más antiguas de Los Kents que se conservan, finales de la década de los 60. A la izquierda, la muchacha de los 15.
Una de las fotos más antiguas de Los Kents, finales de los 60. En el centro, la muchacha de los 15.

—Los fans. Veo que tienen seguidores muy fieles.

—Sí, de los mejores. Yo diría que tenemos más fans en Miami que en La Habana, porque son muchos años de emigración. Toda esa gente que era joven seguía a Los Kents, y ahora son viejos y lo siguen haciendo. Estuvimos en 2013 en Estados Unidos, dos meses, y tocamos en muchos lugares de Miami: en el Ashé, en The Place, Maraca, Cuba Ocho… Todo se ponía a full, cerraban por capacidad. Quizá eso se deba a la nostalgia. En su tiempo disfrutaron mucho con Los Kents, y para ellos el reencuentro fue una cosa grandiosa. También para nosotros; no te voy a engañar. En Cuba tenemos fans de hasta 80 años. Con esa edad, todavía van a las actividades y bailan y cantan con la banda; conocen de memoria nuestro repertorio.

Carnero permaneció en Los Kents desde 1965 hasta 1970, cuando es llamado para el Servicio Militar Obligatorio. Lo sustituyó un baterista llamado Ringo (Héctor Barrera), que él considera muy bueno. La banda siguió hasta 1973, cuando se disuelve.

En ese llamado del SMO “cayeron” también Mario Moro, el bajista del grupo, Enrique Plá, Arturo Sandoval, Carlos Averoff… Fue un duro golpe en el desarrollo de varias agrupaciones musicales que experimentaban un éxito creciente.

A la salida del ejército, Carnero abandona la música por más de… veinticinco años. En ese lapsus fue inspector en el Ministerio del Trabajo y obrero en una empresa de instalación y mantenimiento de ascensores. Antes había abandonado la carrera de Derecho, que seguía en la Universidad de La Habana.

Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.
Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.
No hay edad para rockanrolear. Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.
No hay edad para rockanrolear. Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.

Nueva etapa

En 1999 se hizo de una batería electrónica Yamaha modelo DD9, que estaba a la venta en una casa de instrumentos musicales. Él y su hijo decidieron comprarla. “Para entretenernos en casa”.

“Nos pusimos a tocar. Llamé a Waldo O’Farrill, el bajista, y le dije que íbamos a hacer Los Kents de nuevo; llamé a Guillermo Quesada (Willy) que era el cantante de Los Jets, y a Dagoberto Pedraja, que había sido guitarrista de Gens, y a Paschalidis. Así retomamos el grupo los cinco, en la casa, como un juego. No teníamos bajo. Tuvimos que comprar un bajo viejo, la única guitarra que había era la de Dagoberto. Luego Andrés se compró una buena guitarra. Un vecino nos prestó una consola autoamplificada, y entonces nos poníamos en la sala de mi casa a tomar ron y a divertirnos, a tocar para nosotros, a nadie se le ocurría que fuéramos a vivir de eso. Pero bueno, empezó a coger fuerza la cosa. Frente a mi casa vivía un músico que estaba vendiendo una buena batería; pedí el dinero prestado y la compré. Ya teníamos los instrumentos, nos faltaba un buen amplificador, pero teníamos la consola con una referencia; y así empezamos.

“Viene entonces el 20 aniversario de la muerte de John Lennon, que se recordó en la Tribuna Antimperialista, y fuimos invitados. Allí tuvimos con nosotros a Luis Manuel Molina, el concertista. Luego de eso es que podemos entrar como profesionales en la empresa Benny Moré, lo que nos pareció un sueño, porque habíamos estado muchos años sin poder hacer nada”.

Cisne por águila

“Aquí se baila como quiera”. Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.
Sguidores de Los Kents. Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.

Hay otra anécdota, entre tantas, que pedimos escuchar de viva voz. Fue en un programa de Gloria Torres, en 2008. “Grabamos varios números para una emisión del día siguiente. A pocas horas de que saliera al aire, me llamaron porque había un problema con nuestro material. Un censor determinó que Willy Quesada, el cantante, llevaba una chamarra con un águila imperial en la espalda, y había que cortar todos los planos en que aparecía. Allá fui, de madrugada. Lo que tenía la chaqueta estampada en la espalda era un cisne con las alas abiertas, no un águila; pero no hubo remedio. Se desarrollaba la quincena de Girón y había mucha sensibilidad con esos asuntos. Insistí en que era un disparate, pero me dijeron que no había tiempo para discutirlo con “los de arriba”. Finalmente, el programa salió, pero con los planos cortados”.

—En 2025 van a ser los 60 años de Los Kents, ¿tienen pensado celebrarlo?

—Ojalá se pueda hacer algo, porque como está la situación… Viste que hicimos en el Café Cantante lo del 58 aniversario. Quedó bastante bueno. Antes, yo celebraba los cumpleaños del grupo en La Maison. Ponía hasta una piñata; los viejos se fajaban por los caramelos, para llevárselos a los nietos, y aquello era un show. La piñata era en forma de guitarra, de batería, de bajo… Me las hacía un amigo. Empezamos de nuevo jugando en el 2000, y parece mentira que ya llevamos veintitrés años.

Los muchachos de entonces. Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.
Los muchachos de entonces. Café Cantante del Teatro Nacional. Foto: Ernesto Granado.

¿Un regalo por los 60?

Hay jóvenes que siguen a Los Kents. Lo he comprobado recientemente en todas las plazas donde son programados. Incluso el pasado domingo 11 de mayo, en los jardines del Teatro Mella, había un dúo de danzarinas muy dinámico: una abuela con su nieta no mayor de 20 años, algo que me llenó de optimismo, pues Los Kents, donde hoy se superponen varias generaciones, no busca otra cosa que mantener vivo el rock de los tiempos fundacionales. Un poco de apoyo para grabar profesionalmente un disco (no tienen ninguno) sería una firme contribución a la memoria musical de Cuba y un regalo que nos haríamos todos por su 60 cumpleaños.

Cierro con los testimonios de dos amigos que he tropezado en diferentes presentaciones del grupo:

Fui invitado por unos amigos a la peña de Los Kents. No he seguido el grupo, aunque conocía de su existencia y perseverancia. No ha sido fácil para ellos mantenerse activos durante tantas décadas en un contexto en el que esa expresión artística ha estado limitada, mal pagada o estigmatizada. Tuve una experiencia formidable. El ambiente, la música, los covers que hicieron de temas clásicos del rock universal, llenaron el Café Cantante del Teatro Nacional de una energía singular. Repetí la visita algunas semanas después. Estas bandas tienen fieles seguidores que forman una curiosa comunidad que comparte gustos, prácticas y sensaciones erigidas gracias a un tipo de música, ritmo y estilo de vida. Bailé bastante y, sorpresivamente, me reencontré allí con la mujer que fue mi primer y platónico amor, a quien no veía ¡desde hace más de cincuenta años! Los momentos de felicidad pueden estar donde menos imaginas.

Gustavo Arcos, 58, catedrático

 

Más allá de sus momentos de inactividad, hablar de rock cubano sin mencionar a Los Kents es hacer una historia incompleta. Por mi edad, no viví sus tiempos dorados, pero desde que tengo memoria he oído de los viejos rockers aquellos cuentos de las noches mágicas con El Conde, el regreso en el Echeverría o las peñas del Café Cantante. Dado que su repertorio ha sido montado sobre versiones de los clásicos, el gran mérito de Los Kents, a mi juicio, no radica en haber creado una obra para la posteridad; sino en haber formado parte del paisaje sonoro de al menos tres generaciones de rockeros cubanos. Su valor, en ese sentido, trasciende lo musical para convertirse en algo más: hablar de Los Kents es hablar de lugares y épocas que, aun con sus sombras, generan añoranza. Su valor es emotivo y simbólico porque para un país que nunca pudo ver en vivo a Los Beatles o Led Zeppelin, Los Kents —y grupos similares— se convirtieron en sus Beatles y sus Led Zeppelin o, al menos, lo más cercano a esas bandas que podían tener.

Junior Hernández, 25, periodista

***

Los Kents son un ejemplo de constancia, convicciones firmes y blindaje contra la adversidad. Ellos, que han sido maestros en alimentar y defender los sueños, nos piden, como reza el tema de Journey que cantaba Steve Perry, que no dejemos de creer.

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