Lizette Espinosa (La Habana, 1969) es poeta introspectiva. Sus versos, casi susurrados, no se valen de complicadas imágenes ni de construcciones laberínticas. En ellos, cada palabra parece haber estado siempre ahí, y si movemos alguna, peligra esa suerte de castillo de naipes que va armando con paciencia de orfebre. Tiene el raro don de la sencillez, de connotar con poquísimos recursos; o más bien, contenida como es, puede mostrar solo la parte superior del iceberg de su experiencia del mundo, que se trasmuta en excelente poesía.
Vive y trabaja en Miami desde 2003. En esta ciudad, además de respirar el mar y escribir, se dedica profesionalmente al diseño de ingeniería y agrimensura.
¿Cómo, cuándo descubriste la poesía como género literario?
El primer encuentro con el género fue en los años escolares, con los versos de José Martí, las rondas de Gabriela Mistral, algo de Neruda. De ahí en adelante comenzó el interés y la búsqueda alentada a veces por los profesores de literatura que tuve en esa época. Luego supe de Lorca, Rubén Darío y llegué a Dulce María Loynaz, que influyó mucho en mis primeros textos.
¿Alguien en particular contribuyó a esa revelación?
Heredé de mi padre la pasión por la lectura, crecí leyendo a Salgari, Julio Verne, a Herminio Almendros, Edmundo de Amicis, autores de literatura juvenil que yo devoraba. Había un pequeño librero en casa donde abundaban los tratados de economía política e historia, pero una de sus secciones estaba dedicada a los clásicos. Allí conocí a Víctor Hugo, a Stendhal, a Balzac; sin embargo, no había poesía, no hubo nadie en mi familia ni en mi círculo más cercano de afectos que leyera, y mucho menos escribiera poesía; su descubrimiento fue más lento y fascinante. El primer poemario que tuve en mis manos fue de José Ángel Buesa, una edición muy antigua y gastada que no recuerdo cómo llegó a mí, pero para la adolescente que era se volvió una especie de reliquia.
Marca las lecturas que consideres capitales en el desarrollo de tu personalidad como poeta.
Hay poetas imprescindibles a los que me tomó mucho tiempo llegar, poetas que no hubiera descubierto si no fuera por los soportes digitales a los que no tuve acceso en mis primeros 33 años de vida. Así que cuando tuve la oportunidad de acceder a esa fuente inagotable que es internet, comenzó una carrera contra el tiempo en la que me impuse leer toda la poesía que consideraba obligatoria. Cada una de ellas amplió de alguna manera mi horizonte, pero la poeta que soy le debe mucho a Eliseo Diego, a Fina García Marruz, Alejandra Pizarnik y a Blanca Varela. Y definitivamente sería otra si no hubiese leído también a Rilke, a Paul Celan o Anne Carson. Voces que de algún modo han ayudado a cincelar mi voz.
¿Tienes o compartes una definición de poesía que te satisfaga?
Hay muchas definiciones y cada una de ellas es parte de una gran verdad. Para mí, es un modo de ver el mundo, de traducirlo si se quiere. Y si asumo y creo que el poeta es una especie de alquimista que convierte en metal precioso la experiencia humana, con sus tragedias, sus sueños, sus pasiones, la poesía es también lo que hacemos brillar en los escombros.
¿De los/las poetas que has conocido en persona hay alguno/a que te haya marcado significativamente?
He tenido la fortuna de conocer en persona a autores a los que admiro muchísimo. El azar me hizo coincidir con Antonio Gamoneda, con Ida Vitale; sin embargo, hay una poeta a la que vi sólo una vez en una de sus visitas a Miami, que marcó significativamente mi visión de la poesía y se ha mantenido como un referente hasta el día de hoy. Sus libros me hacen sentir que la conozco. Esa poeta es Lina de Feria.
¿Te gusta frecuentar a los escritores que admiras o prefieres mantenerte a distancia para evitar posibles decepciones?
Me gusta el encuentro y la conversación si se da de un modo espontáneo, y disfrutar de esa cercanía con un escritor al que admiras es siempre inspirador. No suelo idealizar, por lo que el riesgo a que me decepcione sería el mínimo, lo cual no evita que ocurra.
¿Te has asumido como poeta? ¿Desde cuándo?
Demoré mucho en asumirme como poeta, es una definición que respeto demasiado, una túnica bajo la que no cabe todo. Lo siento más como una vocación o una necesidad que como un título. Pienso que se va llegando a ese convencimiento sin apenas notarlo, el día que descubres que no quieres mirar o habitar el mundo de otro modo.
Tienes publicado seis poemarios, dos de ellos en coautoría. ¿Qué significa eso? ¿Cómo puede escribirse poesía a cuatro manos?
De esas seis publicaciones que mencionas solo tres son libros propios pensados como libros, el resto han sido proyectos conjuntos, ediciones en las que he colaborado con una selección de textos, como es el caso del cuaderno: Por la ruta del agua, publicado en Ecuador en 2016, como parte de una colección titulada dos alas, perteneciente al sello El Ángel Editor, que tiene como concepto publicar a un poeta nacional acompañado de un poeta extranjero. Cada poeta aporta una selección de textos bajo un título y elige una imagen que los ilustre. En esa ocasión me tocó acompañar al poeta guayaquileño Alex Lima, que reside en New York. Es una edición muy bonita y a la que le tengo mucho cariño.
¿Qué tipo de poeta eres? ¿Te adscribes a una corriente estética determinada?
No sé qué tipo de poeta soy, tampoco me adhiero a una corriente determinada, sólo intento ser lo más fiel posible a mí misma y a mi compromiso con el lenguaje. Me interesa seguir una estética que responda a los valores que considero imprescindibles en un discurso poético. Me gusta dialogar con la tradición desde una propuesta personal. Lo que escribo es la extensión de una mirada, de un sentir, o como dijo María Zambrano: un modo de “defender la soledad en que se está”.
¿Cuál es tu mejor libro, aquel donde tu voz alcanza un registro que te expresa con cierta plenitud?
Considero que el último es el mejor, el más pleno, aunque en los otros cuadernos hay más minimalismo o textos de corto aliento, que es una de las características que definen mi estilo de escritura.
Si tuvieras que invitar a un grupo de jóvenes lectores adentrarse en tu poesía, ¿qué les dirías? ¿Qué van a encontrar en tus versos?
No me veo mucho haciendo eso, preferiría leerles a mis poetas favoritos; pero si fuera el caso, no los condicionaría a una experiencia determinada. Les pediría únicamente que leyeran mis versos en voz muy baja o en silencio. Que entraran a ellos como se entra a un río o a una catedral.
¿Desde 2003 resides en Miami? ¿Fuiste a dar ahí directamente desde Cuba? ¿Hiciste vida literaria en tu país de nacimiento? Como en tu currículo no se consigan las editoriales donde aparecieron tus poemarios, no sé si alguno de ellos fue publicado en La Habana.
En 2001 viajé de La Habana a Madrid a estudiar una maestría en diseño de interiores, y estando en ella decidí quedarme a vivir en España. Dos años más tarde, por razones personales emigro a los Estados Unidos. No hice vida literaria en Cuba, en aquellos años la escritura era pan para el espíritu, un acto de absoluta intimidad al que no le otorgaba ninguna trascendencia que no fuera la propia satisfacción del ejercicio, quizás por ello nunca me acerqué a otros poetas ni me asomé al acontecer literario de La Habana, hecho que hoy lamento muchísimo. El círculo profesional y de amigos en el que me desenvolvía giraba en torno a la ingeniería, la arquitectura y el diseño. Uno de mis últimos trabajos fue en un grupo de proyectos que radicaba en la Plaza Vieja, y se dedicaba a la restauración del casco histórico.
Varios años después de estar viviendo en Miami, me entero por las redes de un taller de escritura creativa que iba a ser impartido por Chely Lima en el Miami-Dade College, y en ese instante algo se reactivó en mí. Fue como si despertara aquella adolescente que se encerraba a escribir bajo la mirada sorprendida de los adultos de la casa. Me inscribí inmediatamente, y después de ese taller vinieron dos más que marcaron definitivamente mi vida y mi escritura. A partir de ese momento la poesía volvió a ocupar el lugar del que la había desplazado por necesidades mundanas. Comencé entonces a frecuentar los eventos literarios, a enviar poemas a las revistas, y me adentré en un camino que resultó ser El camino.
Partiendo del concepto de que la identidad es una construcción que se forma con diferentes fragmentos, ¿cómo has ido construyendo la tuya? ¿Quién es Lizette Espinosa? ¿Cuáles de tus rasgos distintivos crees que perciben a cabalidad las personas con que tienes un trato cercano?
Creo que la base de toda identidad se forma en la infancia, así que gran parte de lo que soy lo debo a mis padres y a los valores que me inculcaron. Soy una mujer orgullosa de sus orígenes, pero que siempre miró más allá del horizonte. Soñaba caminar por el mundo y conocer los lugares que mencionaban en los libros. Soy alguien que necesita estar creando algo, desde un plato de comida a un libro artesanal. Me gustan los retos. Me entrego incondicionalmente a lo que amo, dígase familia, amigos, o proyectos. Disfruto una buena conversación, pero prefiero escuchar. Solitaria a ratos y a ratos concurrida. Si tuviera que elegir un rasgo del que me sienta orgullosa, sería la lealtad.
Si asumimos la poesía no como un género literario sino como un momento de alta concentración existencial, ¿cuál sería el hecho de mayor trascendencia poética de tu vida?
Fui una niña contemplativa y sensible, propensa al asombro, que tendía a exaltar la mínima experiencia. Podía pasar la tarde observando caer las hojas de un almendro. Ahora entiendo que la poesía me eligiera. Mi escritura no es precisamente contemplativa, pero juega a veces con las sensaciones. Me atrevería a decir que mis momentos de mayor trascendencia poética se relacionan con el mar, y no sólo por el hecho de haber nacido en una isla sino por mi conexión con él. Mi padre vivía en Santa Fe, cerca de la playa. Yo iba a visitarlo los fines de semana y algunos días de las vacaciones. Recuerdo que al bajarme del autobús siempre cerraba los ojos y dejaba que mis pulmones se llenaran de aquel olor misterioso, renovador y exótico. No era solo la cercanía del mar lo que justificaba aquel aroma, era la cercanía a la pureza. Aún hoy, cierro los ojos y la aspiro.
Comparte con nuestros lectores 5 poemas que consideres esenciales para hacerse una idea cabal de tu trabajo.
Otra criatura de isla
Parece que huimos del centro de la tierra,
viajamos a la costa,
recorremos sus bordes
hasta encontrar el punto más próximo a la fe.
Mirar como quien busca
o como quien espera.
Pisar lo húmedo, aquello que se hunde
hasta encontrar las manos
de los que levantaron nuestras casas.
Tú decías anclar
y en tus ojos las velas parecían plegarse.
Decías olvidar, sembrar, establecerse,
yo veía a las aves partir hacia el poniente,
los niños en la arena encerando maderas
que ya enceraron antes los padres, los abuelos.
Tu decías echar raíz, desentenderse,
que una estación ya no sucede a otra,
una calle se olvida en otra calle.
Decías frente al mar: las tormentas ocurren
para ordenar las cosas.
Yo veía a las nubes congregarse en el cielo.
Tributo
Tu cabeza es un madero en las aguas del Ganges
que al golpe de la orilla rectifica su rumbo,
como los desechos,
como las ratas que huyen del fuego,
como las almas que serán purificadas.
Lleva encima guirnaldas,
promesas lanzadas por los fieles,
el rumor de las bestias que abrevan en el cauce.
Tu cabeza es una ofrenda que navega
bajo puentes vulnerables,
una lámpara de aceite camino a Benarés.
Acuarela
De las vigas de humo aún cuelgan los columpios,
niña que vuela, que no se mecerá sino en el sueño.
Intactos los ojos del paisaje,
la curvatura de lo que se pierde,
lo que huye en la memoria.
Manos pequeñas sujetando la cuerda,
los pies hacia la holgura del abismo.
Aproximaciones
Cuánto se pierde en nuestro andar,
cuánto ganamos,
mientras bajo la cuesta y tú me miras
desde aquella planicie de los años.
Ahora es tu mano la que aguarda,
la que se vuelve arena.
Es suyo el temblor camino a la caricia,
al cruzar el umbral de las divagaciones
a esa hora en que la lluvia ha inundado tu tierra
y ya no crece allí la maravilla
ni la espiga se sube a la valla como un hijo.
Camposanto
Bordeo aquella paz desconocida,
mayo en los ojos, ardiente, inabarcable
y aún así desolado.
Más allá de la verja, claridades,
vibrante el pasto encima de lo yerto,
rosas y ángeles coronan lo olvidado.
Hay una tapia, un busto, una mortaja,
una lápida grita el nombre que le hiere
mientras cruzo el portón de lo que calla
envuelta en muertes propias, letanías,
envuelta en pausas, eternas lentitudes.
¡Y qué vivo el enjambre de voces
mordisqueando la carne adormecida!
Rumbo al rito, a la nada,
la piedad me contempla con ojos de alabastro.