Elaine Vilar Madruga: “Soy de una generación que no hace silencio”

Con poco más de 30 años de edad, ya acumula una cincuentena de títulos publicados y asegura que la literatura la ha salvado de muchas cosas.

Elaine Vilar Madruga vista por Mauro Cantillo.

Elaine Vilar Madruga vista por Mauro Cantillo.

Elaine Vilar Madruga nació en La Habana de 1989. Se licenció en Dramaturgia en el Instituto Superior de Arte (ISA). Su catálogo como escritora consigna, hasta el momento, cincuenta títulos publicados por editoriales de Cuba, España, Estados Unidos, Canadá, Chile, República Dominicana, Italia, Francia y México. La cifra no contempla reediciones ni traducciones. Ejerce la narrativa, la poesía, el periodismo, la crítica y la dramaturgia.

Al ser tan prolífica y llena de inquietudes, su trabajo de ficción es difícil de clasificar: la crítica lo engloba en las vertientes de literatura infantil y juvenil, fantástica y de ciencia ficción.

Recientemente, La tiranía de las moscas (Sevilla, 2021), mereció el Premio Cálamo al mejor libro del año. La novela se comercializa con éxito en España y Argentina, y pronto se podrá leer, además, en italiano, ruso, inglés y portugués.

Cito sólo seis de sus libros más notables: Culto de acoplamiento, Ed. José Martí, 2015; Las montañas de la extinción, Ed. Matanzas, 2016; Los años del silencio, Ed. Dilatando Mentes, España, 2019; Salomé, Ed. La Pollera, Chile, 2018; El trono de Ecbactana (Libro segundo, La voz transparente), Ed. Gente Nueva, Colección Ámbar, 2019; y Un globo rojo en tu ventana, Ed. Edebé, México, 2021.

Confieso, Elaine, que no me cuadran los números. Dramaturga, narradora, profesora de guitarra y de canto, actriz, líder de talleres literarios, autora de cincuenta títulos, conferencista… ¿De dónde has sacado tiempo para hacer todo eso? ¿Te consideras una cubana de estos años durísimos?

La marca de estos años está en mi ADN, en mis huesos, en mis insomnios y en mi escritura, así que supongo que podría considerarme una cubana de estos tiempos. Definir “estos tiempos” es lo que, hasta ahora, escapa de mi imaginación más distópica, y tal vez por eso insisto en escribir cada día, como si la vida fuera precisamente el hecho de terminar una historia y abrir una nueva, un afán por precisar y asir algún tipo de verdad (en la era de las posverdades o las verdades a trocitos).

Es curioso: en estos años han nacido las que considero mis mejores historias. Supongo que ha sucedido porque, si se vive al límite, no hay otra forma de escribir que no sea, también, al límite. La literatura me ha salvado de muchas cosas. Ahora mismo me salva de quedarme varada en el medio de la larga noche que se respira en mi país.

Naciste en 1989, el año en que cae el muro de Berlín y se disuelve el campo socialista. Tu generación ha crecido marcada por una crisis interminable, en lo económico y, por ende, en lo social. ¿Llegaste alguna vez a normalizar las carencias materiales? ¿Se puede afirmar que, aún en ese panorama tan sombrío, fuiste, a tu modo, feliz?

Fui muy feliz mientras mi abuelo se quemaba los ojos frente a una lámpara de keroseno construyendo barquitos para venderlos y sacar dinero para alimentarme. Fui feliz mientras mi abuela pelaba coles y me juraba que la col sabía a aceituna. Fui feliz mientras mi madre y sus amigos tocaban guitarra y cantaban a Luis Miguel en el portal de la casa, en medio de los apagones, y yo los escuchaba entre el sueño y la vigilia. Fui feliz leyendo libros de un campo socialista que ya no existía en el momento en que abrí aquellas páginas.

La infancia es un mundo rodeado de minas, pero la buena noticia es que uno todavía no sabe, no entiende, que las minas existen. He llegado a normalizar cualquier tipo de carencia, incluso las espirituales, que son las más dolorosas. Pero no lo he hecho desde la conformidad, sino desde la fricción, que es también la resistencia. Soy de una generación que no hace silencio, y eso me enorgullece. Es una de las pocas cosas que aún me enorgullece.

 

Eres egresada del XI curso del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cargoso”. ¿Fue una buena experiencia?

Tenía unos 18 años cuando cursé el Onelio. Imagínate que a esa edad te digan que tienes el talento para hacer de la literatura tu oficio. No hubiera llegado jamás a estudiar Dramaturgia si antes no hubiera pasado por las aulas del Onelio, porque fue en ellas donde encontré por primera vez a una persona que estudiaba en el ISA, y que me habló de una carrera que consistía, esencialmente, en escribir (teatro, sí, pero escribir al fin y al cabo).

Nunca he sentido miedo literario, no soy una mujer cobarde por naturaleza (no era entonces, tampoco, una muchacha cobarde), así que llegué allí dispuesta a “comerme el mundo”. Y, claro, al final no lo hice, pero adquirí herramientas necesarias para el oficio y ejercité la paciencia, que es, quizá, el instrumento más útil del escritor.

Contrario a lo que les sucede a muchos egresados, me gradué del Centro con ganas de seguir haciendo literatura. Todavía no era capaz de entender a fondo todas las técnicas, pero la vida de un autor es también un camino de ensayo y error. Así que he ido cometiendo mis errores (y aciertos) en los libros, y he tratado de no perder la ilusión en el camino. No perder la ilusión por la escritura es algo que no te enseñan en ninguna escuela, así que esa también es una senda de ensayo y error.

El Onelio ha cambiado, para bien, las vidas de muchos autores de Cuba. Les despertó, también, el deseo de crecer, la necesidad de tener fe en la literatura, de practicar el salto al vacío. Escribir es siempre un salto al vacío, y ese salto no se enseña tampoco, por desgracia; aunque siempre ayuda saber que no has saltado solo, que hay otros como tú, en la misma caída.

¿Un escritor nace o se hace?

Uno nace con una vocación que se puede pulir y perfeccionar con el tiempo, con el ejercicio de la persistencia y la insistencia. Uno nace, tal vez, con una disposición genética a desarrollar un talento. Pero claro, no nace escribiendo; por tanto, no nace escritor. ¿Te haces escritor por el camino? ¿Te construyes escritor?
No creo que existan fábricas productoras de creadores, ni úteros que gesten artistas. Lo que sé es que se viene al mundo con una predisposición hacia determinados roles y con una carga de vocación a la que luego se ha de sumar la disciplina. En el punto preciso en que estos factores se unen, en esa conjunción rara en la naturaleza de las cosas humanas, es que se puede hablar del nacimiento de un artista.

¿Crees en la utilidad de los talleres literarios?

Los talleres literarios son siempre tan buenos como la persona (o los grupos) que los coordinan; son tan buenos como los profesores que hay al frente de ellos. No se puede enseñar lo que no se lleva dentro. La pedagogía (literaria o de cualquier tipo) no es juego. Trabajar con la materia espiritual de otro ser humano es algo serio.

Creo en la funcionalidad de un taller literario siempre y cuando sea capaz de no atar a sus escritores a sus estructuras, porque el arte es cualquier cosa menos cárcel.

Todo parece indicar que tu actividad creadora central es y seguirá siendo la literatura. ¿Cuándo, en qué circunstancias empezaste a asumirte como escritora? De los géneros que cultivas, ¿en cuáles te expresas mejor? ¿Puedes simultanear el trabajo en varios géneros? Pongamos por caso narrativa y poesía: ¿no suponen estados anímicos y niveles de concentración dispares como para llevarlos a una?

¿En serio lo suponen? Nunca me lo he preguntado y nunca lo he sentido. Siempre he escrito con desenfado. No me resulta una carga ni un desafío cambiar de género literario, no “adoro” ningún género por encima del otro, no creo que haya un dios de la literatura que nos castigue por manchar las páginas con una hibridación de lenguajes o de formas. Si hay un dios de la literatura, seguro es mestizo y le encanta que todo se mezcle y fluya, y así se erotiza.

Por lo general suelo trabajar en más de un libro a la vez. En los últimos dos años, por ejemplo, mi vida literaria y mis compromisos editoriales me han llevado a escribir novelas; así que es un lenguaje en el que ahora mismo me siento en extremo cómoda, también porque entiendo que mis novelas no son “puras”; que el teatro y la poesía nadan dentro de sus aguas; que si en ellas soy realista, en algún momento se rasgará el velo y caerá el muro, y de repente habrá algún elemento fantástico que salga a flote.

Los lenguajes de la novela son un vehículo de expresión que se amoldan bien a la autora que soy. Con la novela no tengo que lanzar señales de humo ni dibujar con sombras en las paredes.

Toda la vida me he asumido como escritora, incluso cuando no lo era “formalmente”, aún cuando no había publicado un libro. Publicar no me ha hecho escritora, es solo la confirmación de que vivo de este oficio.

Cita tres de tus libros que nuestros lectores no deberían perderse. ¿Cómo los invitarías a la lectura de cada uno de ellos?

No es fácil elegir, no me gusta elegir entre mis libros, pero te mencionaré tres: La tiranía de las moscas; El cielo de la selva, otra novela que editará en febrero de 2023 la editorial barcelonesa LAVA y Sakura, un poemario publicado por Libero, también en España, en 2022.

La tiranía de las moscas es un zumbido cotidiano en el basurero de la existencia, donde hay podredumbre pero también fricción, y en la cual una generación de niños se enfrentará al poder de un padre tirano. El cielo de la selva habla de la angustia de las madres, podría ser un cuadro apócrifo de Goya donde Saturno hembra devora a su hija. Sakura estaría cantado por Rosalía: mi madre, mi abuela y mi isla desmigajada les harían coro a los versos.

¿Cuáles son los cultores más ilustres de la literatura de ciencia ficción y de fantasía en Cuba? ¿Los reconoces como paradigmas?

Los paradigmas parecen destinados a convertirse en algo monolítico y que no se puede tocar, y la verdad es que fui esa niña inquieta de los museos que se moría de ganas por tocar lo prohibido, aunque anduviera con las manos siempre detrás de la espalda.

Referentes es una palabra en exceso teórica. ¿Cuál emplear entonces? Pues no sé, pero sí mencionaré algunos nombres de autores cubanos que siento han sido parte muy importante de mi mundo espiritual como lectora: Yoss, Michel Encinosa Fú, Daína Chaviano, Gina Picart, Chely Lima, Alberto Serret, Yadira Álvarez Betancourt, Malena Salazar Maciá… Reconozco en ellos, incluso en mis contemporáneos, la belleza de la escritura. Eso, la belleza de la escritura, cuya naturaleza es más gentil que la de un paradigma.

Estás en Toronto. Leí que fuiste a escribir tu próxima novela. ¿Puedes crear fuera de tu ámbito habanero? ¿Cómo te apropias del espacio físico del que será, eventualmente, tu “puesto de trabajo”? ¿Cuáles son tus rutinas a la hora de crear? ¿Alguna manía?

No tengo manías para escribir (y tampoco rutinas) porque vivir y crear desde un país como Cuba, en estos tiempos (una vez más hay que emplear la frase “estos tiempos”, porque es definitoria de una manera de existir limítrofe) te hace una criatura sin ningún tipo de hábitos.

He aprendido a escribir entre apagones, luego de interminables colas para conseguir alimento. Ya no recuerdo si antes tenía alguna manía o costumbre porque me he despojado de todas con total facilidad. Los hábitos, en circunstancias como las nuestras, son privilegios.

El estar en Toronto por varios meses para escribir mi próxima novela es también un privilegio. Regresar a Canadá significa volver a otra parte de mí que había postergado durante estos años de pandemia: me gusta la incertidumbre de la traslación, el descubrimiento de lo que cada ciudad significará para mi escritura.

El espacio nunca ha sido una variable que realmente influya en mi arte. Define, sin duda, un lugar en el mundo de la persona que soy y, por tanto, define un lugar (biopolítico) en el mundo de mi creación. Más allá de eso, quiero creer que puedo escribir desde cualquier sitio, sea isla o continente, porque mi primera, única y verdadera tierra es la literatura.

¿Cómo es tu relación con la crítica literaria en Cuba? ¿Piensas que tus obras han sido bien atendidas y entendidas por parte de los especialistas?

Ningún artista se siente realmente entendido o atendido por los críticos. La historia de la literatura es un jardín donde florecen interminables ejemplos, y nuestro patio nacional no es la excepción. Pero los críticos están ahí para cumplir sus funciones y yo para escribir.

También creo que los autores nos preocupamos demasiado por la crítica especializada, cuando los lectores escriben también páginas muy importantes (y a veces invisibilizadas) de crítica cuando compran tu libro, o agotan una tirada editorial, o incluso piratean una obra que no ha sido publicada en tu país de origen, o rastrean un ejemplar a través de las redes sociales hasta encontrarlo. Desde los lectores también está hablando una verdad a la que deberíamos prestarle atención.

Para un escritor hay dos tareas: pensar en la crítica o sentarte a escribir el próximo libro. Yo siempre he optado por la segunda de las opciones.

Elaine Vilar Madruga vista por Mauro Cantillo.
Elaine Vilar Madruga vista por Mauro Cantillo.

Tengo la percepción de que, aun teniendo una obra nutrida y sólida, reconocida en certámenes internacionales, no gozas de la visibilidad que tienen otros colegas de tu promoción. ¿Es así? ¿Por qué?

Es una de las tantas cosas que nunca me he preguntado. Siento que mis libros han sido visibles en Cuba y ahora, más que nunca, en el extranjero. Tengo a mis espaldas unos cuantos portazos y también el recuerdo de algunas puertas abiertas. Por otro lado, nunca he sido de alianzas con grupos, “generaciones” o promociones literarias; no porque no me interesen las alianzas, sino porque no he conseguido entenderlas a lo largo de todo este tiempo.

Además, he elegido cierta forma de soledad que me ha hecho bien, porque he logrado recorrer este camino a mi manera, como me gusta hacer todas las cosas. Sí creo que mi literatura se encuentra en tierra de nadie, porque nunca me he considerado del todo una poeta, ni una dramaturga, ni una novelista, ni una autora de literatura infantil y juvenil, ni una escritora de ciencia ficción y fantasía, porque no soy una de esas partes solamente, sino la sumatoria de todas ellas.

Jamás podré entender la fragmentación de mi identidad como autora (o la de mi obra), aunque tal vez esto hubiera ayudado a que mi literatura fuese más visibilizada. Pero, al final, todos los caminos conducen a Roma. O a cualquier otro sitio. Lo importante es no quedarse parada en un lugar y no tener miedo a caminar sola.

Se acaba 2022, un año, otra vez, fatídico. ¿Tienes algún mensaje para tus paisanos? ¿Quieres compartir tus votos para 2023?

A mis paisanos solo los abrazo. Los mensajes y las palabras se han repetido tanto y en tan múltiples combinaciones que decir cualquier cosa solo arroja más dolor. Cuando las palabras callan hay respeto por el otro y sus circunstancias que, a mi entender, es más necesario en estos momentos que cualquier otra cosa.

Todos los años hago mis votos para un año nuevo: arte y paz, perdón para la pobreza de espíritu, memoria para no olvidar lo que nos duele y lo que nos salva, un país más feliz, que las familias cubanas a lo largo del mundo puedan encontrarse y reconstruirse, y que recordemos que el amor, a pesar de ser uno de los grandes lugares comunes de la literatura, es el único vehículo que nos queda para intentar salvarnos.

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