Ojo al visor: Ailen Maleta

“Mi trabajo es autorreferencial; aunque sé que hay un enfoque de género implícito en gran parte de mi obra“.

“Alma”, 2019. De la serie Ánima. 60x90 cm, edición de 3; 40x60cm, edición de 5. (Detalle).

Ailen es diseñadora y fotógrafa. Entre 2003 y 2014 tomó varios seminarios y cursos de fotografía, entre ellos, el Integral de la Escuela de Fotografía Creativa de La Habana, con un año de duración. El Tokyo International Foto Awards la distinguió con una mención de honor en 2020. Tiene en su haber tres muestras personales; la más reciente, Ánima, de 2021, estaba prevista para la Fototeca de Cuba en mayo de 2020, pero por disposiciones sanitarias se pospuso dos veces y terminó en las redes y en el Estudio “Ailen Maleta”, mediante cita. 

Su obra, básicamente autorreferencial, es de muy cuidada factura. El autoconocimiento, la autovaloración y el trasfondo genérico dan densidad a un camino que, si bien comienza, ya puede exhibir notables resultados.

Fotos de Ailen integran la Mediterraneum Colletion (Italia) y la EWA Art Collection (USA).

Así ella se cuenta:

Nací en La Habana en 1984, en el seno de una familia multirracial, de abuelos que llegaron a lo sumo a un 4to grado de primaria. Mi padre estudió en la URSS y desarrolló una carrera militar que terminó tempranamente, cuando yo tenía 13 años. No obstante, toda mi infancia transcurrió siendo la hija de un militar, con las facilidades y también limitaciones que esto podría traer.

Ailen x Ailen, 2021.

Cuando llegó el momento de que mi madre se vinculara a la vida laboral, no había círculo infantil por problemas de alguna rotura, así que tuvo que buscar una casa donde cuidaran niños. Crecí escuchando que eso fue un problema, ya que la persona que encontró (mi madre) y parecía de confianza, con buenas recomendaciones, además, era cristiana. Esto era una contradicción para la familia de un militar. Pero mi madre siempre ha tenido su carácter y se impuso ante los comentarios malintencionados. Desde los 9 meses hasta los 5 años, pasé la mayor parte de mi tiempo junto a esa linda familia que prácticamente me asumió como parte de la suya. Mientras los niños iban y venían, yo estuve allí 6 años. La hija mayor (de quien me cuidaba), Tati, con la que pasaba más tiempo, hacía ilustraciones para la escuela dominical de la iglesia. Recuerdo bien el olor del acrílico, los personajes de la biblia que pintaba en cartulina, a las que ponía una lija detrás para poder pegar a los paisajes que hacía sobre frazada de piso. Quizás de ahí me viene un poco el amor por el arte y la creación. O tal vez de mi padre, que antes de estudiar una ingeniería estuvo en una academia de arte, pintaba paisajes marítimos, hacía maquetas de galeones y quería ser escultor. Cuando se jubiló, se dedicó a la carpintería y la ebanistería, hasta el día de hoy. Así que aprendí a vivir entre doctrinas encontradas y a respirar en la creación.

En casa siempre hubo cámaras, gracias también a mi padre y a mi abuelo materno, que tenía el hábito de contratar al mismo fotógrafo para las fiestas familiares. Debo decir que no era fanática del buen señor, o más bien de su cámara. Le temía mucho al flash, no sé por qué; así que en más de una foto de cumpleaños quedé llorando, sólo por ese motivo. Lo que sí adoraba era el resultado. En muchos apagones de los 90 me entretuve mirando, auxiliada de un quinqué, una y otra vez las fotos familiares, tratando de construir la historia detrás del momento capturado. Ya de adolescente, sabía que sería fotógrafa y fabulaba con la idea de ser fotorreportera, nada más distante de la realidad que vivo hoy.

Cuando llegó el momento de elegir carrera universitaria, no había ninguna de fotografía, así que estudié Diseño Gráfico. A los 4 años de graduada y después de pasar varios talleres, supe de la Escuela de Fotografía Creativa de la Habana (EFCH) gracias a un colega de la universidad, y comencé a estudiar allí. Desde entonces vivo haciendo fotografía comercial en mi estudio y desarrollando, desde 2013, una carrera como artista visual.

Mis primeras fotos eran mayormente de detalles y abstracciones. No me sentía a gusto invadiendo el espacio del otro sin su consentimiento. Después descubrí, y quedé fascinada en las clases de historia de fotografía, la obra de cubanos que en los 90 comenzaron a trabajar a partir de su propio cuerpo, como Marta María Pérez Bravo, Cirenaica Moreira, René Peña y también otros foráneos, mujeres en su mayoría, como Cindy Sherman, Francesca Woodman o Shirin Neshat; esta última no trabaja específicamente con el reflejo de su cuerpo, pero de igual manera me sentí identificada.

En esa búsqueda de una forma de decir que sintiera más, surge En la Carpintería. La visualidad vino motivada a partir de una visita al teatro “Guiñol”, en El Vedado, que frecuentaba con mi hijo mayor. Él tendría en ese momento unos seis años, y la obra (a la que asistimos) estaba basada en la estética de las sombras chinescas. En casa tenía el escenario ideal en el taller de mi padre. En la mañana él usaba una lona naranja para tamizar la luz del sol y en ella se proyectaban del exterior las hojas del árbol de ciguaraya del patio. Las primeras imágenes que hice fueron de objetos a contraluz, y luego comencé a usar a mi padre hasta llegar a mí. Pero para establecer la relación herramienta y cuerpo coherente encontré la solución al contar mi historia. La serie consta de fotografías y de un video hecho a partir de imágenes fijas. En ella hablo de mi niñez, adolescencia y primera juventud.

“Educación”, 2014. De la serie En la carpintería. 60×90 cm, edición de tres; 40x60cm, edición de cinco.

Después de estas imágenes, que en su momento tuvieron buena crítica de las personas que pudieron verlas en la Pared Negra de Fábrica de Arte Cubano (FAC), y como apenas comenzaba, condicioné las nuevas creaciones a mi cuerpo, pero buscaba una visualidad distinta. Comencé a trabajar el blanco y negro, y a buscar elementos que tuvieran un significado para mí. No trabajaba en una serie esta vez.  Altar es una de esas imágenes. Recuerdo que había salido cerca de casa y pasaba un vendedor de flores; tenía esos hermosos lirios blancos. De niña, mis padres nos llevaban a mi hermana y a mí a museos. En el de Bellas Artes, edificio de Arte Universal, una vez noté que los cuadros de temática religiosa en ocasiones tenían como elemento común el lirio. Y luego, en mis tiempos de estudiante en la Universidad, como recibíamos semiótica en la carrera, me preocupé por buscar ya no solo el significado de colores y signos específicos, sino también el de todo elemento con carga simbólica como esta flor. Debo decir, además, que ya en la secundaria yo decidí acudir a la iglesia como parte de una necesidad de búsqueda personal. Solo fui durante un año. Estudié La Biblia, y luego entré en cierta contradicción, sobre todo con el ser humano y su forma de percibir la espiritualidad, y el papel de la mujer desde la visión de la religión. Así que al ver los lirios en aquel carretón vi de igual forma la foto y corrí a casa a hacerla.

“Altar”, 2015. 60×90 cm, edición de 3; 40x60cm, edición de 5.

En 2014 había puesto mi propio negocio, un estudio para vivir completamente de la fotografía, mi única fuente de ingresos personales, con un hijo de 7 años. Luego, salí embarazada de mi segunda hija, que nació a mediados de 2016; mi emprendimiento, además, creció en demanda y me vi obligada a buscar trabajadores. Fueron dos años de mucho estrés. Por un lado, el regocijo de ver crecer algo creado por uno, todo el esfuerzo que conlleva hacerlo aquí en Cuba y que dé frutos, pero a la vez todo el tiempo que robaba de mi vida personal como madre de dos niños. En 2018, debido a otros problemas que hicieron tambalear la estabilidad del estudio, decidí cerrarlo. Esto supuso en mí un desbalance emocional. Lo único que me salvaría era la certeza de que necesitaba dedicarle más tiempo a los míos (tengo su apoyo) y que la fotografía estaría ahí de cualquier forma. Así que retomo mi carrera como artista. En ese año comienzo una serie que se llama Camino a la purificación, solo con objetos, en una búsqueda, más que nada, de sosiego. Luego hago otra imagen a partir de mi cuerpo que es La hija de…, la esposa de…, la madre de… y es sobre el punto en que uno pasa a ser la persona de otra, identificada como tal hasta el punto de perder la creencia en el Yo individual.

“La hija de…, la esposa de…, la madre de…”, 2018. Mosaico de seis fotos, dimensiones variables.

En este tiempo comparto un poco más con otros artistas de mi generación, no la de edad sino la de tiempo de trabajo, mi pareja incluida en este grupo. Y estudiando más a fondo otros referentes en otras manifestaciones, comienzo a crear una nueva serie: Ánima. Me tomó casi dos años, y transcurre en la casa donde vivíamos. Es una descripción de mi respuesta emocional a los dos últimos años, una búsqueda interior a la que sí le dediqué tiempo para el resultado visual, pero es tremendamente visceral. En algún punto de esta serie decidí cambiar el discurso porque ya no me encontraba en las mismas circunstancias. Les comparto una de ellas porque está en el punto medio de todo el proceso, y por este motivo, más que buscarla, la vi. Conversaba con mi pareja y me di cuenta que nuestro tiempo se terminaba y justo así me sentía. Sin embargo una cosa es el motivo, otra la solución visual a esa motivación y otra el proceso. Guardo un lindo recuerdo porque ese día necesité ayuda, estábamos los cuatro en casa y mientras mi pareja apretaba el obturador, la pequeña daba vueltas por todo el lugar, hasta esconderse entre las sábanas conmigo. Y quedaron de recuerdo esas otras imágenes.

“Alma”, 2019. De la serie Ánima. 60×90 cm, edición de 3; 40×60 cm, edición de 5.

Esta serie me ha dado satisfacciones profesionales. Mi segunda exposición personal fue con ella, y varias personas del ámbito nacional e internacional me han conocido por este trabajo. Por un momento pensé que me tomaría más tiempo continuar, pero de finales del 2020 a la fecha he estado trabajando en dos proyectos relacionados con mi visión sobre la pandemia y mi país. Mi trabajo es autorreferencial y prefiero, si tuviera que clasificarlo, que fuera así, aunque sé que hay un enfoque de género implícito en gran parte de mi obra.

No-lugar es el trabajo más reciente, aún en proceso. En esta nueva serie la fotografía predomina, pero también hay video. Me gustaría poder hacer intervención en espacios físicos. El elemento común en cada una de las imágenes, para crear metáforas, es el globo como objeto, que trae implícito lo efímero en su significado. Hay algunas de las imágenes donde el ser humano está ausente, pero aquí comparto una donde vuelvo a fotografiarme.

“El soplo”, 2021. De la serie No-lugar. 60×60 cm, edición de 3; 30x30cm, edición de 5.

El soplo fue la búsqueda de una segunda solución a otra obra que realicé, un video titulado El díscolo. Después del último cumpleaños de mi hijo, quedó en casa un globo revoloteando por todos lados y el viento lo llevó hasta un balcón enrejado. Documenté el hecho y traté de reproducirlo mejor estéticamente. Pero luego de grabado decidí investigar para saber si había referentes y encontré uno en un artista justamente cubano, que había hecho algo similar, pero como instalación, 20 años atrás. Según me contó el artista, no lo pudo materializar en su momento por lo efímero del globo. Por supuesto, me desanimé, y aunque ya había pedido a un excelente músico y amigo que colaborara con la música para mi video, dudé en mantenerlo. Así que pensé en cómo decir lo mismo de otra forma, y es así como llego a la solución de El soplo que, para mí, resultó totalmente distinta, y me satisface mucho. No obstante, pasado un tiempo me di cuenta de que El díscolo es mi obra, dista en muchos aspectos del referente encontrado y forma parte de esta serie en proceso.

 

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