Sara Vega: “El cartel cubano de cine ha alcanzado enorme repercusión dentro y fuera de la isla”

La especialista de la Cinemateca de Cuba tiene a su cargo el cuidado y catalogación de los afiches del Icaic.

Exposición de carteles del cine cubano en la sede del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, en La Habana. Foto: Yander Zamora / EFE.

Exposición de carteles del cine cubano en la sede del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, en La Habana. Foto: Yander Zamora / EFE.

El 24 de marzo de 2023 se dio a conocer en La Habana que la Organización de la Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró Patrimonio Documental de la Humanidad, categoría Memoria del Mundo, la colección de afiches del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic).

Antes, en 2018, por resolución del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, los más de 3 mil carteles producidos entre 1960 y 1980 que integran ese acervo fueron reconocidos como Patrimonio Cultural de la Nación Cubana. Ambas acciones de legitimación no hacen sino asentar el prestigio de una manifestación de nuestras artes visuales que ya había llamado la atención a nivel internacional, al tiempo que, durante décadas, constituyó uno de los principales elementos de decoración en los hogares de nuestro país.

Como pienso que en su momento tal acontecimiento no fue destacado lo suficiente, invito a conversar a Sara Vega, la especialista de la Cinemateca de Cuba que tiene a su cargo el cuidado y catalogación de los afiches del Icaic.

Sara Vega. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Ella es, además, autora del volumen El cartel cubano llama dos veces (Ed. La Palma, España, 2016) y coautora de Carteles son carteles del Icaic (Universidad de Córdoba, España, 2011) y Ciudadano cartel (Ediciones Icaic, La Habana, 2011).  

Sara Vega. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Empecemos por los inicios del cartel cinematográfico en Cuba. 

Como en el mundo, en Cuba el cartel de cine comenzó a producirse a partir de la necesidad de promocionar un determinado filme para conseguir una buena recaudación en taquilla. En la Cinemateca de Cuba se conserva un cartel producido en 1915: La manigua o La mujer cubana, litografía de 71 x 106 cm, impreso en los Estados Unidos.

A lo largo de la República se produjeron carteles realizados bajo la influencia de la gráfica hollywoodense y de los afiches mexicanos. Se distinguieron por la inclusión de elementos como el bohío, las palmas reales, carretas y otros vinculados a la música, códigos reconocidos en la época como rasgos que definían “lo cubano”.

1959 es un parteaguas.

El triunfo de la Revolución, en 1959, originó los cambios políticos, económicos y sociales más sustanciales en la historia de Cuba. En marzo de ese mismo año se dictó la primera ley cultural, la cual posibilitó la fundación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic). Con la aparición de esta institución, se puso de manifiesto la voluntad de desarrollar un nuevo cine con otros presupuestos formales y conceptuales.

Entre las muchas decisiones tomadas durante esos primeros años estuvo ampliar el espectro de exhibición de cine internacional, hecho que permitiría, paulatinamente, la descolonización cultural y, paralelamente, la formación de un espectador culto. Por otra parte, una decisión importante fue que los carteles que promocionarían tanto los filmes de producción nacional, como los provenientes de otras latitudes, serían realizados por diseñadores cubanos.

Son muy variados los carteles de ese plazo. Los diseñadores dispusieron de un amplio repertorio de técnicas y elementos expresivos.

Los diseñadores cubanos trabajaron con absoluta libertad. Estuvieron abiertos a cualquier influencia. Se nutrieron de todo lo que les resultara útil a sus fines. Así puede observarse en los carteles de cualquier época el uso de recursos y elementos del Pop art, el OP art, el arte cinético, el Art Nouveau, y también la apropiación de la fotografía, la ilustración, las viñetas y todo aquello que encontraran para diseñar no solo el cartel para un filme específico, sino también para un ciclo, una retrospectiva, una semana de cine. 

Antonio Pérez (Ñiko). “La odisea del General José”, 1969.
José Lucci. “Cuchillo en el agua”, 1964.

¿Qué distingue a los carteles del Icaic?

Con pocas excepciones, los carteles cubanos de cine están impresos en serigrafía, esa técnica artesanal, con calado manual, usada en el taller del ICAIC. En muchos de ellos se aprecia el uso de una amplia gama cromática; y en otros, un efectivo uso del blanco y negro.

Ernesto Ferrand. “Fresa y chocolate”, 1994.

En general, consiguieron un gran impacto comunicativo, a la vez que paulatinamente propiciaban la educación visual del espectador. Es de señalar su impresión en un modesto formato (51 x 76 cm), mientras los carteles de cine producidos en otros países se imprimían a escalas mucho mayores. 

¿Por qué se asume la serigrafía como sello distintivo del cartel cubano de cine? 

A diferencia del cartel político, presencia constante en las calles durante los años sesenta y concebidos por la necesidad de convocar, exhortar, educar, convencer y reafirmar acciones de necesaria inmediatez, reproducido en offset, el cartel cinematográfico se concebía con otras condiciones temporales en un taller serigráfico privado adquirido por el ICAIC para su producción gráfica. De ahí que la impresión en esta técnica sea uno de los elementos más significativos en el cual se percibe el espíritu de una época marcada por la efervescencia creativa. Casi de inmediato, los carteles de cine pasaron a formar parte del imaginario colectivo y fueron reconocidos nacional e internacionalmente como “Los carteles del Icaic”

Raúl Martínez. “Lucía”, 1968.

La creatividad desatada en esos años fundacionales se nota plenamente.

En esos primeros años de las décadas del sesenta y el setenta sucedieron grandes transformaciones políticas y sociales, cambios sustanciales en la isla y en la manera de ver el mundo a través de una gran libertad creativa. Y eso también se plasma en los afiches.

René Azcuy. “Besos robados”, 1970.

¿Cuál es el primer cartel realizado, después de 1959, para una película de producción nacional? 

Historias de la Revolución (1960), de Tomás Gutiérrez Alea, fue el primer filme producido por el ICAIC. El diseño de su cartel correspondió a Eduardo Muñoz Bachs. Aún concebido en un formato de 90 x 127 cm e impreso en offset, difiere de los carteles producidos con anterioridad por su sobriedad y economía de recursos, lo cual marca el comienzo de una ruptura con la gráfica precedente.

El cartel cubano de cine ha alcanzado enorme repercusión dentro y fuera de la isla, ha obtenido innumerables premios y forma parte de importantes colecciones privadas y estatales. Es, sin dudas, un referente obligado de nuestra cultura. 

René Azcuy. “Los Tarantos”, 1970.

¿Cuáles son los principales diseñadores, por su prolijidad y calidad, de esas primeras décadas? 

Los más conocidos son Eduardo Muñoz Bachs, Rafael Morante, Antonio Fernández Reboiro, Alfredo Rostgaard, René Azcuy, Antonio Pérez (Ñiko) y Julio Eloy Mesa.

Rafael Morante. “Historia de un ballet”, 1962.

¿No hubo diseñadoras en esos años fundacionales?

Fueron pocas. Durante el periodo de esplendor de la gráfica producida en el ICAIC pueden ser nombradas Asela D. Díaz y Cecilia Guerra: cada una de ellas realizó un cartel, mientras que Clara García Duquesne realizó dos.  

Recuerdo muy buenos carteles cubanos que promocionaban filmes internacionales.

Son innumerables los carteles cubanos realizados para la promoción de filmes extranjeros, sobre todo si tenemos en cuenta que estos lógicamente rebasan en número a los realizados para el cine nacional. Para dar una idea podemos nombrar algunos de ellos: Aguas Turbias (1962), de Rafael Morante; Harakiri (1964), de Antonio Fernández Reboiro; Cuchillo en el agua (1964), de José Lucci; La fortaleza escondida (1965), de Eduardo Muñoz Bachs; Gigantes del desierto (1967), de René Azcuy; Iluminación íntima (1968), de Antonio Pérez (Ñiko); Tange Sazen y la espada (1968), de Raymundo García, y Ho! (1970), de Julio Eloy Mesa… 

Julio Eloy Mesa. “Ho!”, 1970.
Eduardo Muñoz Bach. “La fortaleza escondida”, 1965.

¿Se puede hablar de carteles cubanos de cine de autores desconocidos, obras raras o poco comunes dentro de la cartelística cubana en sus años de esplendor?

Hubo diseñadores que realizaron excelentes carteles y que, con el paso del tiempo, han permanecido olvidados, pero, sin dudas, forman parte de esa historia.  Sin ellos, la colección de carteles del Icaic sería menos numerosa y, quizás, nunca hubiera llegado a ser tomada en cuenta. Cito sólo algunos: Hechiceros inocentes (1964), de Silvio Gaytón; La primera carga al machete (1969), de Raúl Oliva; Duelo sin fin (1968), de Raimundo García; Vacaciones de estado (1974), de Pedro M. González y Versos sencillos (1973), de Luis Vega, entre otros muchos.

Hubo artistas importantes que contribuyeron a la creación de carteles para cine.

Entre los pintores que colaboraron con el Icaic para el diseño de carteles están René Portocarrero, Servando Cabrera Moreno, Raúl Martínez, Umberto Peña, Zaida del Río, el español Antonio Saura, el chileno Roberto Matta y el brasileño Fernando Pimenta, entre otros.

¿Cómo afectó la producción de carteles para cine la crisis de los años noventa?

Como sabes, el país afrontó una severa crisis económica en todos los ámbitos, y el cine no escapó a tan difíciles condiciones. Decreció considerablemente la producción nacional y paralelamente casi se detuvo la entrada a la isla de filmes extranjeros. Las consecuencias se observan en la disminución del número de carteles producidos durante esa década.

Eduardo Muñoz Bach. “Niños desaparecidos”, 1985.

¿Qué aportó la fundación del ISDI al diseño del cartel para cine cubano?

Significó la aparición de nuevos diseñadores conocedores de la tradición gráfica, dispuestos a colaborar con la promoción del cine nacional, así como de todo tipo de eventos cinematográficos. El Icaic favoreció y consiguió el acercamiento de estos jóvenes profesionales, quienes con su formación y referencias se hicieron cargo de la continuación de esa tradición.

Supongo que habrá diferencias en la manera de concebir el cartel para cine entre una generación y otra.

La principal diferencia es, sin dudas, la aparición de nuevas tecnologías que permiten y condicionan el uso de otras herramientas. Diseñan desde un ordenador cuyos programas agilizan la realización y, por otra parte, estos creadores viven nuevas realidades permeados de otras referencias. Sin embargo, sus obras, al igual que las producidas con anterioridad, son impresas en serigrafía. En esos nuevos carteles están presentes la influencia y el respeto a aquella la tradición de los carteles del Icaic.

¿La Muestra de Jóvenes Realizadores, como evento, tributó de alguna manera a la producción cartelística de cine? 

La Muestra produjo carteles para cada una de sus ediciones, lo cual no resulta altamente significativo en términos de cantidad, aunque puede decirse que esta logró ser identificada, promocionada y reconocida mediante sus carteles, catálogos, invitaciones y otras aplicaciones, como aquel evento pensado y dirigido a los jóvenes. Pedro Juan Abreu y, posteriormente, Raúl Valdés (RAUPA), Gabriel Lara, Víctor Carralero, Fidel Morales, Ariel Barbat, Alicia Fundora, Rafael Estopiñales y Javier Borbolla aportaron diseños agresivos acordes con el evento y concebidos a partir solo del uso de tres colores: blanco, rojo y negro.

¿Qué figuras y obras se destacan en la producción de carteles para cine en los últimos años?

Por razones obvias, los encargos han disminuido si los comparamos con las décadas de esplendor del cartel del Icaic. Sin embargo, y a pesar de la crisis de producción nacional y las carencias del taller de serigrafía, son muy visibles jóvenes diseñadores como Nelson Ponce: El premio Flaco (2009), Larga distancia (2010) y Se vende (2013); Giselle Monzón: Donde habita el corazón (2007), Salvador de Cojímar (2009), Contigo pan y cebolla (2013); Raúl Valdés (RAUPA): Los dioses rotos (2008), Vinci (2011), Conducta (2013); Michele Miyares Hollands: Camino al Edén (2007), Las reinas del trópico y Memoria cubana (ambas de 2010); Alberto Nodarse (Tinti): Con acompañamiento de…Ennio Morricone (2011), El tercer hombre (2018); Alejandro Rodríguez Fornés (Alucho): La piscina (2012), Fátima o el parque de la fraternidad (2015), Club de Jazz (2018); Claudio Sotolongo: Poética gráfica insular y Son para un sonero (ambas de 2007), Últimos días de una casa (2015)… Ellos dialogan con el trabajo precedente y lo continúan. 

¿Qué es CartelON?

CartelON es un proyecto alternativo creado en 2016 por el productor Yumey Besú con mi asesoría. Su propósito es (a partir de concursos o de invitaciones personales) incentivar a los jóvenes diseñadores para realizar carteles específicamente vinculados al cine. Las obras resultantes son impresas en serigrafía en formato de 50 x 70, en tiradas reducidas (50 ejemplares) firmadas e identificadas con el cuño de CartelON.

Entre sus proyectos se pueden nombrar La escuela de todos los mundos. 30 aniversario (2016); Clásicos Latinoamericanos restaurados (2017), Clásicos europeos I y II, (2018 y 2019, respectivamente); Pedro Almodóvar cumple 70 años (2019); Fellini 100 años (2020), y 120 Aniversario de Cesare Zavattinni (2022). 

Menciona las principales exposiciones y eventos organizados para promover y rescatar la tradición del cartel cubano de cine.

Sistemáticamente, desde la Cinemateca de Cuba se realizan al menos tres o cuatro exposiciones anuales con el fin de visibilizar ese patrimonio. Están destinadas a un público joven que desconoce la importancia de esas obras. Estas son algunas acciones en esa dirección: 45 aniversario. Cinemateca de Cuba (2005); 50 y más. Bachs. Imágenes de cine (2007); Retrospectiva 1960-2008 (2009); Filmes clásicos. Diseño contemporáneo (2010); Todos los mundos de Bachs (2010); Ciudadano cartel (2011); Homenaje a Charles Chaplin (2015); La memoria diseñada (2018) y Los carteles en el centro (2023). 

¿Sería mucho pedirte que señalaras, entre tantos, el cartel cinematográfico cubano de tu preferencia?

Harakiri. Es un cartel perfecto. Antonio Fernández Reboiro consiguió un gran impacto gráfico y una innegable eficacia comunicativa. Sobre un fondo blanco colocó centrada una mancha roja que remite al acto ritual del seppuku. Para el título del filme, la tipografía fue dibujada y recuerda los ideogramas japoneses. A la derecha, el sol naciente, otro de los elementos que definen esa cultura.

Antonio Fernández Reboiro. “Harakiri”, 1964.
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