“El mundo está al revés”

Elecciones municipales en un colegio electoral de La Habana. Foto: Alejandro Ernesto / EFE.

Elecciones municipales en un colegio electoral de La Habana. Foto: Alejandro Ernesto / EFE.

En Guadalajara, ciudad desde donde escribo esta crónica, hace dos días fue secuestrado un funcionario de la Comisión de Derechos Humanos de Jalisco. Alguna prensa usa el eufemismo “privado de la libertad”, pero Juan Carlos Castillo Flores fue detenido en la calle, en la mañana, por hombres armados, quienes lo obligaron a salir de su carro y entrar en el de los captores.

El lunes anterior, en Baja California Sur, fueron asesinados el presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos del Estado, Silvestre de la Toba Camacho, y su hijo, Fernando de la Toba Lucero.

El tema de la seguridad ciudadana se ha convertido en centro de los programas de los candidatos que optarán por la presidencia de México el año próximo. Octubre de 2017 ya comienza a ser llamado “mes rojo” por los altísimos niveles de violencia que se vivieron. Todo aquí es caótico, confuso. Para las elecciones de 2018, un partido surgido como de izquierda (el PRD) se ha aliado con el PAN, la derecha más consecuente y estructurada. “Es que no quieren perder el sueldo”, me asegura un amigo.

Un suceso ocurrido en otra zona del mundo tomó el viernes los titulares: en Egipto, un grupo terrorista hizo estallar una bomba en una mezquita y abrió fuego contra los que cumplían con el rezo del mediodía. “¡235 egipcios asesinados, entre ellos 30 niños, y no hay ninguna campaña de ‘je suis…’!”, escribe en su muro de Facebook el cineasta Basel Ramsis. Y concluye, con razón: “El significado de la palabra ‘pobre’ en los diccionarios es: ‘No mereces’”.

Algunas personas lúcidas han dicho que el problema actual de Estados Unidos no son los disparates con que su presidente escandaliza día tras día la opinión pública mundial, ni las tropelías que trama o que llega a cometer, sino que más de 6 millones de personas votaran por él.

El problema, digo yo, es que ese sistema electoral, que muchos santifican bajo el nombre de “democracia”, haga posible que seres así gobiernen los destinos de un país, cualquiera sea. Hoy mismo, el mundo está plagado de presidentes impresentables: incapaces, incultos, corruptos…

“El mundo está al revés”, decía mi tía Estilita cuando terminaba de leer las noticias internacionales.

Todos estos desatinos, a mi juicio, se derivan de que la humanidad no ha podido resolver durante más de veinticinco siglos la cuestión del poder: cómo deben ser las relaciones entre gobernados y gobernantes. Se ha llegado a un punto en el que, en casi todo el planeta, el dinero manda.

Para la isla de islas que es Cuba, ese es un futuro posible.

Y los males que aquejan lo que he llamado “el problema del poder” en nuestro archipiélago son diferentes, pero no menos graves.

La institucionalización de las estructuras de gobierno cubanas tuvo como contexto el período en que, aún con diferencias sustanciales, el país entró en la dinámica del modelo soviético. El totalitarismo, las carencias democráticas, fueron claves para que se desencadenara la restauración capitalista en el este de Europa y para la desaparición de la Unión Soviética.

Por razones que se han estudiado y divulgado prolijamente, la excepcionalidad cubana salvó al país de ser otra pieza que cayera por el efecto dominó.

Pero cuarenta años después del proceso de institucionalización, es poco lo que se ha cambiado en el modo en que se conciben las elecciones, o en las formas en que se relacionan los poderes electos o designados: Consejo de Estado, de Ministros, presidencia de la República, Asamblea del Poder Popular. Todos fueron diseñados de acuerdo con realidades que quedaron atrás.

Si el ideal de la democracia (insisto: no resuelto en parte alguna de la Tierra) es que el poder resida en el pueblo, el sistema electoral que tenemos nos aleja de esa utopía. Aunque, en verdad, el asunto debería ser pensado desde otra perspectiva: el sistema electoral tendría que ser la expresión de relaciones políticas distintas, en las que el pueblo tenga en verdad la opción de definir su presente y su futuro. Primero habría que empoderar a los ciudadanos, hacer que todos y cada uno de nosotros nos sintamos tan propietarios y responsables del pedacito de país en que vivimos como del conjunto de la nación. Dicho de otro modo: la forma que tomarían en la práctica las relaciones políticas debería estar subordinada al imperativo de lograr esa república “de todos y para el bien de todos”.

Ya sé que desvarío. La Real Academia de la Lengua Española define utopía como “Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización”. Pero también como “Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano”.

Hay que poner los pies sobre la tierra. Por una parte, Cuba ha estado sometida secularmente a presiones que, lejos de cesar, se han incrementado. Como ámbito para la República, José Martí concibió un mundo equilibrado, y supo que el principal obstáculo para su proyecto vendría de Estados Unidos. Por otra parte, se trata de obras humanas, marcadas por la personalidad de seres vivos, susceptibles de errar.

A fin de cuentas, siempre estamos atrapados entre la realidad y el deseo. La política, ¿la concebimos como el arte de lo posible? ¿O es el arte de lo imposible? ¿Cómo ejercerla hoy, desde Cuba, un país dependiente, frágil, y en el que, a la vez, el autoritarismo se ha arraigado de igual manera en aquellos que ejercen el poder, por mínimo que sea, y en quienes son objetos de ese poder?

La nación cubana (se ha dicho en incontables ocasiones) es un proyecto inconcluso. Los desafíos que enfrenta hoy se parecen mucho a los que tenía hace cien o cincuenta años: ser un país independiente, y más justo, equitativo y humano. En las antípodas de esa aspiración nos amenaza la posibilidad de sumarnos, ya sin límites, a la lógica de un universo ganado por la sinrazón y el horror.

Para resolver este dilema no basta con resistir. El inmovilismo, la parálisis, son letales. Siempre será preferible el riesgo que toda creación implica. Para sostener la posibilidad de esa nación soñada por varias generaciones de cubanos, hay que crear.

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