“El sobrino de Sandy”

El huracán Sandy, categoría 2, se ensañó con la ciudad de Santiago de Cuba el 25 de ocutbre de 2012. Foto: Franklin Reyes / AP.

El huracán Sandy, categoría 2, se ensañó con la ciudad de Santiago de Cuba el 25 de ocutbre de 2012. Foto: Franklin Reyes / AP.

Hoy es sábado 1ro de octubre de 2016. Desde hace varios días, de manera progresiva, un solo acontecimiento se ha ido adueñando de la atención de todo el que habita este archipiélago, y estoy seguro de que la semana que viene no habrá noticia más importante. Podrán declararse guerras (cruzo los dedos para que no), cometerse asesinatos o encontrarse yacimientos millonarios de oro o de petróleo (los vuelvo a cruzar para que sí); los mandatarios del mundo podrán desplazarse de un país a otro, prodigarse abrazos y condecoraciones. Ni siquiera una excelente telenovela podría opacar la tensión con que seguiremos la cercanía y el paso del huracán Matthew.

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En estos momentos, parece inevitable que azote la región oriental de Cuba. Pero nos sobra experiencia ciclonera para saber que un pronóstico es solo eso: el análisis de una serie de datos que pueden variar minuto a minuto, a veces de manera imprevisible. Supongo que ya desde ayer, además de las febriles acciones para preparar casas, edificios, calles, y tratar de disminuir el desastre, muchos estén acudiendo a todo tipo de conjuros para alejarlo, al menos, del lugar en que vivimos.

En las horas que vienen, sobre todo en la medida en que Matthew comience a girar hacia el norte (¿girará hacia el norte?), iremos concibiéndolo, tratándolo, hablando de él como si fuese un organismo vivo, o un conjunto de ellos. Todas estas expresiones verbales de movimiento: se aceleró, giró, se detuvo, volvió a echar a andar, se le adjudicarán como si fuera un enorme ejército que se empeña en sorprender a sus enemigos o un monstruo con botas de siete leguas que disfruta con sus vaivenes y caprichos mientras camina por encima del mar.

Míticos y devastadores.
Míticos y devastadores.

No me alcanza la edad para saber si la actitud con que se esperan en Cuba los ciclones se debe la instrucción ganada en estas décadas y a la estricta prevención que suelen ejercer la Defensa Civil y el Instituto de Meteorología, sobre todo después del Flora, o si es costumbre que viene de más lejos. El pasado año me tocó esperar, en República Dominicana, la posible entrada de dos tormentas tropicales. En ambos casos, más que un desastre parecía que se acercaban los carnavales.

Hasta ahora, los pronósticos sobre Matthew han dejado poco margen a la duda. El cono de probabilidades apenas ha variado: abarca las provincias orientales y, en algunos casos, toca Camagüey y Ciego de Ávila. Pero quienes vivimos en occidente no podemos creernos fuera de peligro. Quizás tampoco deben relajarse los centroamericanos. Matthew está encerrado en ese círculo de islas y tierra firme que constituye, por antonomasia, el Caribe, y si se algo podemos estar seguros es de que no va a suceder el milagro de que se disuelva. No le queda más alternativa que romper el cerco.

Aunque los milagros, tratándose de huracanes, son frecuentes, para mal o para bien. Mis tías abuelas contaban de tal o más cual ciclón que se les había perdido a los meteorólogos. Eran los años en que en Cuba había dos observatorios: el Nacional y el de Belén, y la precariedad de los sistemas de detección podía provocar que, en un cambio súbito de trayectoria, se dejara de saber dónde estaba ese ojo tremebundo que ahora se nos presenta en televisión, o cada uno de los observatorios ofreciera una versión distinta no ya del pronóstico sino, incluso, del recorrido mismo.

El Flora, por ejemplo, que provocó más de dos mil muertes, trazó varios lazos en torno a la cuenca del Cauto, salió al golfo de Guacanayabo, con lo que detuvo la salida de las aguas del río al mar, y durante todo ese tiempo no cesó de llover. No sé qué trayectoria le habían previsto al Flora, pero estoy seguro de que nadie pudo anticipar esos arabescos que ocasionaron la más grande tragedia natural que se recuerde en Cuba en las últimas seis décadas.

Ciclón Flora, 1963.
Ciclón Flora, 1963.
Ciclón Flora, 1963.
Ciclón Flora, 1963.

Hará pronto veinte años, en la noche del 16 de octubre de 1996, en casa vimos, aterrados, cómo el doctor José Rubiera aseguraba a Fidel, en la misma sede del Instituto de Meteorología, que era absolutamente seguro que Lili cruzaría sobre La Habana. Vivo en una casa de tejas francesas. Me han dicho que las tejas francesas se inventaron en el Caribe porque, siendo planas y sujetándose unas de otras, resisten mejor el embate de los vientos. He visto levantarse filas de tejas francesas y, en el mejor de los casos, volver a caer, como teclas de piano, en su lugar. He visto techos de tejas francesas que parecen haber sido bombardeados, o padecer tiña, luego del paso de un ciclón.

Aquella noche, después del noticiero, Omaida y yo sacamos hijos y suegra para una casa de placa y, ya sin electricidad, nos acostamos a esperar un desastre que parecía inminente. Mientras nos desvelábamos, atendiendo a la velocidad y el rumbo de las ráfagas, advertimos lo inesperado: los vientos se hacían menos fuertes en la medida en que se acercaba el amanecer. Un vecino apegado a su radiecito portátil nos informó que Lili había entrado por la Ciénaga de Zapata. Durante muchos meses, al pasar por la autopista nacional, se veían los bosques que la circundan aplastados, torcidos, como si en lugar de robles, ceibas y cedros hubiesen sido humildes yerbajos.

En octubre de 2012, se suponía que Sandy iba a tropezar con Jamaica e ingresar en tierra cubana al oeste de Santiago de Cuba. La trayectoria definitiva parece trazada con el único propósito de impactar la ciudad oriental con la mayor fuerza posible.

Foto: Reinaldo Cedeño.
Foto: Reinaldo Cedeño.
Foto: Reinaldo Cedeño.
Foto: Reinaldo Cedeño.
Foto: Reinaldo Cedeño.
Foto: Reinaldo Cedeño.
Foto: Reinaldo Cedeño.
Foto: Reinaldo Cedeño.

El sentido común o la justicia histórica dirían que Santiago de Cuba, donde, para colmo de males, la tierra ha estado moviéndose, no se merece otro desastre como aquel de hace cuatro años. Pero las fuerzas de la naturaleza están movidas por otra lógica que los seres humanos apenas alcanzamos a intuir.

Puede resultar cruel para quienes al final sean afectados, pero ya que es insoslayable que se descargue la intensidad de Mathew sobre algún núcleo humano, habría que implorar que se aleje de cualquier ciudad, que prefiera los campos menos habitados. En este caso, mal de pocos puede ser consuelo de muchos.

Un hombre ordena lo que le quedó, tras el paso de Sandy por Santiago de Cuba, el 25 de octubre de 2012. Foto: Miguel Rubiera / Reuters.
Un hombre ordena lo que le quedó, tras el paso de Sandy por Santiago de Cuba, el 25 de octubre de 2012. Foto: Miguel Rubiera / Reuters.

Sin desdeñar el efecto de rezos y conjuros, lo más razonable es no esperar milagros. Confiar en la ciencia, al menos hasta ese límite en que puede ayudarnos a prever y comprender. Y sobre todo, confiar en nosotros mismos: en los seres humanos. El humor, el buen ánimo, pueden ayudar. Ya escuché a una santiaguera llamar a Matthew “el sobrino de Sandy”. No dudo que en los próximos carnavales una conga se burle de él, de todos. También escuché en la televisión a Lázaro Expósito usar la palabra solidaridad, virtud que los tiempos difíciles ponen a prueba. Quiero pensar que un huracán como este podrá ser aliviado si las personas, ahora que prevenimos, luego en el momento crítico y más tarde, en los días en que contemos sustos y penurias, alcanzamos a ser más fraternales, más generosas.

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