“Esta es tu casa”

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

Ahora llega el tiempo de apropiarse de su herencia. En el peor de los casos, estarán lo que tomen sus textos como el catecismo, y los repitan de forma mecánica, sigan sus palabras pero dejen a un lado su pensamiento. Estarán también los que acudan a él para protegerse, para poner opiniones o posturas propias bajo su manto protector y, haciendo el papel de adivinadores, digan: “Fidel lo hubiera hecho de tal manera, o de tal otra” o “Fidel jamás hubiera admitido esto o aquello”, como si fueran capaces de calzarse por un minuto sus botas.

Fidel Castro dedicó su vida a la política sin cometer jamás el pecado de la politiquería. Y en el cuerpo de ideas que fue elaborando y sosteniendo con su acción desde sus años universitarios hasta hace tan solo unos días, habría que deslindar lo esencial de lo circunstancial: la ideología de la operatividad impuesta por el contexto, siempre cambiante. Estuvo al frente de un país (de este país) desde que, con su ejército popular, conquistó el poder por la fuerza de las armas y de sus convicciones, y hasta que su salud se lo permitió. Cuarenta y siete años en los que vivimos períodos diversos entre sí, en Cuba y en el planeta.

Voy a acudir a ejemplos que me resultan muy cercanos de lecturas distintas, a veces encontradas, del pensamiento de Fidel. Se suele recurrir a su discurso Palabras a los intelectuales, de junio de 1961, en la Biblioteca Nacional, para asegurar que allí están sentadas las bases de la política cultural de la Revolución. La afirmación requiere de algunos matices.

Veinticinco años después, estuve entre los delegados al IV Congreso de la UNEAC. No estaba previsto que Fidel hablara allí y, sin embargo, lo hizo. La mayoría de los presentes entendimos esa presencia súbita en el podio como una respuesta al discurso del día anterior, de Carlos Aldana, por entonces miembro del Buró Político para atender la ideología. Aldana revivió entre nosotros, actualizándolo, el estalinismo rechazado una vez y otra por la cultura cubana.

Tengo la impresión de que aquellas palabras de Fidel no llegaron a publicarse, quizás porque él mismo advirtió que eran solo “unos apuntes”. Hay una reseña, elocuente y precisa, en el número 168 de la revista Casa de las Américas (p. 120). Me permito citar in extenso: 

Al concluir su discurso, recordó los principios sustentados en 1961 en sus Palabras a los intelectuales, que fueron obligado punto de referencia de los delegados a este Congreso. Al respecto, Fidel afirmó que hay algo que se puede repetir hoy: que nadie tema que la Revolución pueda asfixiar la libertad creadora, porque la Revolución y el socialismo se hicieron precisamente para garantizar la libertad en todos los sentidos. La razón de ser del socialismo, dijo, es elevar al máximo las capacidades del hombre, sus posibilidades, elevar también a su grado más alto la capacidad de crear, y no solo en la forma sino también en el contenido.

Si leemos bien, Fidel dijo entonces que no todo lo afirmado en 1961 podía ser repetido en enero de 1988, y de las Palabras… actualizó la idea de la libertad creativa. El primer discurso tuvo como contexto un país amenazado militarmente y una Revolución que estaba sentando sus bases. El segundo, el Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, que él mismo puso en marcha, y la proximidad de una nueva crisis, que ya se anunciaba con el comienzo de la restauración del capitalismo en países del Este de Europa.

Otro orador en aquel Congreso fue Carlos Rafael Rodríguez. Formado como cuadro intelectual del Partido Socialista Popular (de tendencia prosoviética), su inteligencia proverbial, su sensibilidad y su cultura enciclopédica le permitieron comprender de manera menos ortodoxa las complejidades de los procesos artísticos. El 28 de enero de 1988, ya casi al final de su discurso, Carlos Rafael advirtió que “aunque el liberalismo es peligroso y la complacencia inaceptable, más peligrosos todavía, en el terreno de la cultura y la ciencia, son la intolerancia y el dogmatismo”. Momentos antes había recordado que, con frecuencia, la frase de Fidel: “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”, “se quiso interpretar […] por la vía estrecha para imponer decisiones extemporáneas o criterios de capilla en nombre de la Revolución y del Partido”.

Encuentro también dos maneras enfrentadas de utilizar la herencia de Fidel (un líder aún en activo) en la película Santa y Andrés, de Carlos Lechuga. Están allí, en un extremo, los represores que invocan su nombre para cometer un acto de repudio contra Andrés, y en el otro la maravillosa Santa, una campesina que escucha los discursos de Fidel en la soledad de su hogar y en el hospital donde cuida a Andrés, y que conserva en su puerta aquel letrero de los primeros años 60 que, sobre un fondo rojo y negro, ofrecía: “Fidel, esta es tu casa”.

Santa, al inicio de la película, se sienta bajo el sol, sobre una silla que ella misma acarrea, frente a la casa de Andrés, el escritor maldito, con la misión de vigilarlo. No sabe quién es ese hombre amanerado y solitario, y tendrá tres días para averiguarlo. Lo conoce, lo comprende, lo protege, sabe colocarse en el lugar del otro, y da a Andrés, y a nosotros mismos, una extraordinaria lección de valentía, humanismo y solidaridad. Una lección digna de su raigal fidelismo.

En 1968, la obra Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat, recibió el Premio “José Antonio Ramos”, de la UNEAC. En una sola acción, esa institución publicó y condenó la pieza. En la “Declaración de la UNEAC” colocada como prólogo de ese libro (y del poemario Fuera del juego, de Heberto Padilla) se lee: “no es preciso ser un lector extremadamente suspicaz, para establecer aproximaciones más o menos su­tiles entre la realidad fingida que plantea la obra, y la realidad no menos fingida que la propaganda imperialista difunde por el mundo, proclamando que se trata de la realidad de Cuba revolucionaria”. Y más adelante: “Todos los elementos que el imperialismo yanqui quisiera que fuesen realidades cubanas, están en esa obra”. Para rematar: “Nuestra convicción revolucio­naria nos permite señalar que esa poesía y ese teatro sirven a nuestros enemigos, y sus autores son los artistas que ellos necesitan para alimentar su caballo de Troya a la hora en que el imperialismo se decida a poner en práctica su política de agresión bélica frontal contra Cuba”.

Es fácil darse cuenta de que la historia de Antón Arrufat tiene muchos puntos en común con la del Andrés de la película de Lechuga. Andrés no encuentra más alternativas que irse para los Estados Unidos en una lancha. Antón se quedó en Cuba, y la vida le ha alcanzado no solo para merecer el Premio Nacional de Literatura sino también para ver republicada Los siete contra Tebas.

Antón Arrufat, a sus 81 años, fue a la Plaza el pasado 29 de noviembre a despedirse de Fidel. Llevó una silla, como Santa: no para vigilar, sino para rendir homenaje.

De entre las muchas maneras que habrá para reavivar la herencia de Fidel, prefiero las de Santa y Antón: antes que la grandilocuencia, la apropiación silenciosa, reflexiva y entrañable.

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