“Extraño la guerra fría”

Foto: Enrique de la Osa/Reuters

Foto: Enrique de la Osa/Reuters

El Festival de Cine de La Habana siempre trae, de visita o de regreso a Cuba, a muchísimas personas relacionadas con el audiovisual. José Ángel Cardoso, peruano, guionista y profesor, se encontró en el Hotel Nacional (donde todo el mundo se encuentra) con un joven realizador habanero.

Ambos viven desde hace años en Madrid, y allí el peruano tuvo como alumno al cubano en la Universidad Carlos III. Mi amigo, que además ejerce el periodismo y tiene entre sus habilidades la de hacer preguntas incesantes y abrumadoras, quiso saber qué venía este joven a hacer en Cuba, qué tiempo llevaba sin pisar las calles de La Habana, cómo encontraba la ciudad, el país… “No sabes cómo extraño la Guerra Fría”, respondió el exalumno. José Ángel quedó perplejo.

“Lo que está cambiando más es la gente. Cada uno va a lo suyo, no hay la solidaridad de antes. Y tú sabes que yo era muy crítico con el régimen, pero si los cambios son para esto, yo no quisiera vivir en el país en el que Cuba se está convirtiendo”, explicó el joven cineasta.

“Dijo Guerra Fría para nombrar una época”, me comentó al día siguiente José Ángel, mientras trataba de que yo le ayudara a comprender qué habría querido decir aquel muchacho que regresaba a La Habana con un cortometraje y varios proyectos que lo siguen vinculando con la isla y la ciudad donde nació. Le conté al amigo que desde hace tiempo designamos aquí esa misma percepción con una frase que se ha vuelto retórica: “La pérdida de valores”. “¿La pérdida o el cambio de valores?”, rectificó él.

Estuvimos de acuerdo en que la frase del joven realizador audiovisual se desborda en más sentidos que esos valores abandonados o trasmutados. Se trata de una persona que no ignora el peso de las palabras, de ciertas expresiones, y ha dicho Guerra Fría, es decir, un contexto que condicionaba una forma específica de entender y de hacer política.

He escuchado decir también que el gobierno cubano dejó de hacer política, que en él predominan las personas con formación técnica en detrimento de aquellos que actúan desde gestos políticos. “Los gobiernos siempre hacen política”, responde José Ángel. “Este gobierno quitó los permisos de salida, alienta el trabajo privado, liberó la venta de casa y de autos… Eso también es hacer política”.

Le concedo algo de razón. “Pero es que se siente un vacío”, contesto. Él anda por encima de los cincuenta años y desde que era muy joven visita Cuba, país que conoce casi tanto como yo. “¿A qué te refieres con vacío? ¿Vacío de qué?”, quiere saber. “¿Te acuerdas de Armando Hart?”, le pregunto, porque me parece mejor explicarme con ejemplos: “Hart era un político. Sus discursos, sobre todo en los primeros años en que fue ministro de Cultura, estaban cargados de sentidos, de señales. Se proponían construir un consenso, abrir espacios democráticos de participación de los escritores y artistas en el diseño de la política cultural y de su ejecución”. Mi amigo peruano escucha. Por primera vez logro que me deje enhebrar varias frases seguidas sin que me interrumpa con nuevas preguntas.

“Cuando ocurría un problema, cualquier problema en el campo de la cultura, Hart convocaba reuniones. Podía sentarse a dialogar lo mismo con diez personas que con cien, en encuentros maratónicos. Pero jamás se encerraba, uno casi siempre sabía lo que pensaba, a dónde se proponía llegar, incluso, qué ideas trataba de imponer. Era un demócrata convencido, pero trabajaba dentro de estructuras verticales de poder, y también se aprovechaba de ellas.”

“¿Y ahora?”. No voy a repetir que el peruano es un preguntón inveterado. Pero a una, otra:

“¿Tú te imaginas que con Hart en el Ministerio de Cultura se hubiese armado todo este lío de las asambleas de cineastas, la demanda de una Ley de Cine y el g-20?” “¿Se hubiera armado?”, duda él. “Sin dudas. No por su gestión, o quién sabe si también por su gestión, pero sobre todo por el país en que estamos viviendo”. “Ya sé: un país con pérdida de valores”. “Y con otros modos de hacer política. Pero con Hart hubiéramos pasado horas y más horas en su despacho, o en salones del ICAIC, discutiendo, conspirando, buscando soluciones”.

“¿Hubieran aparecido ya las soluciones?”

“Lo más seguro es que no, porque de nuevo todo depende de otras formas de país y de gobierno. ¿Desde cuándo no te detienes a leer el discurso de un dirigente cubano?”, le pregunto yo, ahora a la ofensiva. Se ríe. “¿Contamos como discurso lo que leyó Raúl el 17 de diciembre?”. “Como quieras”. “Pues hace casi un año”. “Y de ese punto para atrás”. Vuelve a reírse. “Estábamos hablando de la Guerra Fría, y después del vacío”, me recuerda: “¿De verdad te parece que hay vacío?” “Hay retórica, y la retórica es como el algodón. Parece que llena el espacio pero todo se reduce a una bolita de nada. La retórica, además, reproduce un mundo que fue, o del mundo en que los que establecen la retórica quisieran vivir. Pero entre la realidad y la retórica no hay nada, ni un hilito que los una.”

“La retórica está en todas partes”. Al peruano le da también por ponerse afirmativo, sentencioso.

“Aquí, allá y acullá. La realidad está en el medio, Cuba está en el medio, y hay al menos dos construcciones de Cuba que son paralelas, que no se van a encontrar jamás, ni entre ellas ni con lo que pretenden representar”, digo.

“La política siempre usa la retórica. ¿No estudiaste a Cicerón en la Universidad?”

“Cicerón era un artista. Quizás lo que ha desaparecido es la figura de ese político que, como Cicerón, también sea un artista, a la manera en que los políticos pueden ser artistas.”

“A mí me sigue pareciendo que este es un país muy politizado”, me asegura. “A quien le preguntes por la calle va a tener una opinión sobre cualquier cosa. Una opinión política”, dice José Ángel.

“De acuerdo. Pero la diferencia está en que hace veinte años esas personas confiaban en que alguna de sus opiniones podía ser escuchada, tenida en cuenta. Había una ilusión, una esperanza. Creíamos estar empujando el mismo carro más o menos en la misma dirección. Quizás estemos usando mal la palabra política y de lo que se trata es de ideología, de la construcción de consensos en torno a un proyecto ideológico”, aventuro, y trato de rematar la conversación con otra pregunta: “¿Por qué tú crees que tantos jóvenes se van de Cuba?”

“Por la Ley de Ajuste Cubano.”

“Sí, esa Ley es la fuerza que los hala, pero hay otra fuerza que los impulsa hacia fuera. Se van también porque solo se saben dueños de sus vidas. De nada más. Han dejado de confiar en que la nación les pertenece, en que pueden influir en el destino de la nación.”

“¿Tú también extrañas la Guerra Fría?”, me pregunta.

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