“Lo van a hacer mejor que nosotros”

La muchacha, a quien llamaré Aylín, había ido al policlínico con su hijo de meses, a una consulta de rutina. La señora, a quien llamaré Mirtha, se alegró de encontrarla, de conocer al niño de quien había sido su alumna. Como, a fin de cuentas, aquí se tratará de la Historia, me remontó varias décadas atrás: a inicios de los 60, Mirtha estuvo en Minas del Frío y en Topes de Collantes. Como algunos miles de jóvenes, aceptó el desafío de hacerse maestra estudiando en las peores condiciones posibles, como una prueba a sus capacidades, a su voluntad. Creyó que era necesario recorrer ese viacrucis para llegar al aula, al encuentro con sus futuros alumnos siendo un ser humano diferente.

Mirtha fue fiel a su profesión hasta las últimas consecuencias, y trabajó como maestra de escuelas primarias durante muchos, muchísimos años. Sus alumnos, por tanto, se cuentan por miles. Aylín es solo una más y el cariño con el que se saludaron a las puertas del policlínico es, a un tiempo, especial y común. Como buena maestra, Mirtha conserva en su memoria los nombres y los rostros de aquellos que pasaron por sus aulas, y ellos, a su vez, no la olvidan.

Regresemos a la puerta del policlínico donde ocurre esta escena que aún no he contado: Aylín se dispone a entrar; Mirtha ya viene de regreso. El niño de meses es sano, no hay que preocuparse por él. Mirtha, en cambio, padece de dolores cada vez más insoportables en su columna vertebral. Las tantas horas que pasó sentada frente a muchachos o papeles están cobrando factura. Los médicos necesitan verla por dentro para diagnosticar con certeza cuáles de sus huesos se han desacomodado hasta causar este dolor para el que ya no valen analgésicos.

Tal vez en otras circunstancias Mirtha, ante su alumna (ante cualquier alumna) hubiese hablado menos de ella misma. Esta vez no puede reprimirse. Cuenta que fue primero al hospital, donde le explicaron que, en su caso, la radiografía debía hacerla en el área de salud de la comunidad. Y ahora, minutos antes de su encuentro con Aylín a las puertas del área de salud de la comunidad, le han dicho que, efectivamente, ese es el protocolo, pero que en este momento solo pueden hacer radiografías pequeñas, no del tamaño que requiere la espalda dañada de Mirtha.

Mirtha lo cuenta a Aylín, y la muchacha, con su hijo de meses en brazos, siente que su antigua maestra la mira como si ella, que estudió Comunicación Social, tuviera un tío, un primo, un vecino muy querido con acceso a un equipo de rayos X. Aylín no puede ofrecer a Mirtha más que su cariño, que su compasión, y por ello la estremece una extraña, injustificada vergüenza.

Después de un silencio que a Aylín se le hace insoportable (aunque menos, lo aseguro, que el dolor en la espalda de su maestra), no queda más que despedirse. Mirtha adelanta un brazo, toca y mira al niño: “No te preocupes”, dice, “que ellos lo van a saber hacer mejor que nosotros”.

Decirlo debió tomarle tres, cuatro segundos a lo sumo. Imagino que mucho más tiempo le llevó pensarla, encontrar y articular esas trece palabras para expresar una frustración que (así lo ha dicho) no queda solo en ella. Es una frase que, en su sencillez, resulta un testamento generacional. No sé con exactitud qué edad tiene Mirtha, pero su biografía me dice que ronda los sesentaicinco. Pudo tener entre diez y doce años en 1959.

Lo que Mirtha ha dado en herencia es tan grave como ambiguo. ¿A quiénes abarca ese nosotros? ¿También a mí, también a Aylín, que apenas sobrepasa los treinta? La lectura del pronombre también nos coloca en otra disyuntiva: ¿es horizontal o es vertical? ¿Nos comprende a todos, absolutamente a todos los que hemos vivido en Cuba durante las últimas décadas (las décadas vividas por Mirtha, por supuesto), de abajo hasta la cúspide, de izquierda a derecha?

Luego, ¿dónde se fijaría esa línea que divide el “nosotros” del “ellos”? ¿A partir de qué instante empezaron a nacer esos que, espera Mirtha, tendrán el conocimiento -y la oportunidad- para hacerlo mejor?

Lo primero que ha dicho Mirtha al hijo de su alumna es: “No nos gusta el país que te hemos entregado”, pero también: “Hicimos lo que supimos para que llegaras a una realidad infinitamente mejor que la que encuentras”.

Si los pronombres personales abren tantos abismos, el verbo principal es más significativo aún. Mirtha ha colocado la imposibilidad en la línea del saber, no en la del poder. En el caso de que, a juicio de la que fue maestra, no hubiéramos podido hacerlo mejor estaríamos ante un hecho más simple, explicado por una frase como “hicimos lo que pudimos”. Y recuerdo que el plural nos contiene a todos. Absolutamente a todos.

Pero lo que Mirtha ha dicho es: “no supimos hacer lo que nos correspondía”, lo cual lleva a otra pregunta más (y me doy cuenta de que van siendo demasiadas para tan pocas palabras): ¿pudimos saber hacerlo mejor? Si tuvimos la posibilidad de saber hacerlo, la tristeza que hubo en la mirada de Mirtha al hablarle al hijo de Aylín (al darle a conocer este pesado testamento) contenía también un sentimiento de responsabilidad, de culpa, con lo cual la frase, el sentido de la frase, habría cambiado: “No supimos hacer lo que debíamos para que llegaras a un mundo mejor”. Llevado al instante preciso en que los tres se encontraron a las puertas del policlínico, Mirtha también estaría culpándose a ella misma porque ahora cuando más lo necesita no tiene cómo hacerse la radiografía que mostrará sus vértebras torcidas.

Apenas me he detenido en el “ellos”. ¿De verdad cree Mirtha que quienes están naciendo en este minuto lo van a saber hacer mejor? ¿Qué datos le da la realidad para que se permita una afirmación semejante? El hijo de Aylín (cuyo nombre siquiera me he ocupado de imaginar) vivirá en un país que para todos nosotros va apareciendo desde la incertidumbre. Si en algún momento de la historia reciente de Cuba pudimos saber, o creímos que podíamos saber, hoy tan solo nos queda tratar de saber. Y sin saber, es difícil poder.

En todo caso, ellos van a saber que nosotros no supimos hacer. Ese es el contenido real de la herencia que Mirtha ha entregado: aprendan de mí, de nuestro desencanto. Aunque, al mismo tiempo, el final de la frase revela la necesidad de la esperanza. Nosotros aprendimos a creer que todo mundo futuro tenía que ser mejor (mejor para todos, claro está). Mirtha necesita seguir creyendo que el mundo en que vivirá el hijo de Aylín será mejor, no importa cómo.

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