“No hay dinero para subvencionar artistas”

Foto: Calixto N. Llanes.

Foto: Calixto N. Llanes.

Me formé como editor en la era de las imprentas. Me gustaba visitarlas, ver cómo los linotipos, una de las máquinas más extraordinarias que pueda imaginarse, convertían barras de plomo en líneas con palabras que luego los cajistas leían al revés, de corrido. Disfruto aún el olor de la tinta y del papel, y conservo la fe en la página impresa, en su perdurabilidad. Todo ello, sin embargo, no me impide disfrutar del modo como se realizan las publicaciones digitales. Hecho a la lentitud, a los plazos dilatados que requiere el papel, me deslumbra la velocidad con que los textos llegan a eso que llamamos ciberespacio, y que para mí resulta tan abstracto como un electrón, o como el alma. En muchas ocasiones han pasado tan solo horas desde el momento en que he concluido y enviado un trabajo a una revista digital, y ya aparece delante de mis ojos, diseñado, editado, e incluso comentado por algunos lectores.

He aprendido también que los comentarios son como las conversaciones en un velorio. El cuerpo está inerme, tendido en su ataúd, y alrededor familiares y amigos lo recuerdan, hablan sobre su pasado, en medio del llanto, en susurros, a veces a gritos. Imaginemos que el cadáver tenga la opción de escuchar lo que se dice de él ahora que ya no puede dar las gracias ni discutir con alguien. Así debe suceder con un texto publicado en la red: yace en algún sitio y ahora un grupo de personas se convocan en torno a él y conversan, polemizan. El texto dejó de moverse, de transformarse. Son los demás quienes prolongan por unos días su existencia.

Hoy, sin embargo, uno de esos cadáveres va a levantar la cabeza, participar del debate. No lo hace para contradecir una idea (lo que sería imperdonable) sino para aclarar un malentendido.

“A mí no me parece nada bien gastar dinero en literatura, cine o cualquier otra cosa semejante si estamos en una crisis tan grande que un jabón de producción nacional te lo venden con un margen del 300{bb302c39ef77509544c7d3ea992cb94710211e0fa5985a4a3940706d9b0380de} de su costo, pues sencillamente no hay dinero para subvencionar artistas”, escribió una o uno de los lectores de mi artículo “El que paga manda”.

Pero sucede que en Cuba no somos los artistas quienes estamos subvencionados, sino el consumo de la cultura, y algunos proyectos imprescindibles o relevantes que no pueden ser sometidos a la ley de la oferta y la demanda. Me atrevo a asegurar que casi todos los artistas y escritores colaboramos para que aquel que acceda a una obra pague un precio muy inferior a lo que ha costado realizarla.

El Estado cubano otorga al Ministerio de Cultura un presupuesto en los devaluados pesos cubanos (CUP) y ni un centavo en divisas, llámense CUC, dólares, euros o lo que sea. Todo el dinero convertible que requiere el enorme sistema de la cultura en Cuba tiene que ser generado por la comercialización de las obras artísticas y literarias. Así sucede desde hace muchos años, de manera que las ganancias de ese jabón del que, de acuerdo con el comentario, es vendido al 300{bb302c39ef77509544c7d3ea992cb94710211e0fa5985a4a3940706d9b0380de} de su costo de producción no van a parar a la fabricación de un libro, ni a la producción de una película, la restauración de un teatro, ni siquiera a comprar un violín para que un adolescente aprenda a tocarlo.

El precio de entrada a nuestros deprimidos cines es de 2 pesitos, un valor que corresponde, más o menos, al del arroz que nos toca por la libreta de abastecimiento. El de los libros, en cambio, ha ido subiendo en los últimos años. Si en los 70 y 80 el precio promedio de un libro en nuestro país andaba por los 40 centavos, en 2016 debe ser superior a los 10 o 12 pesos. Elevado, sin dudas, para los bolsillos de quienes se sostienen solo de su salario.

Sin embargo, ni los 2 del cine o los 12 del libro sirven para continuar la cadena productiva. Pongamos por ejemplo que un cineasta realiza una película de modo independiente, para lo cual tendrá que reunir dinero, equipos y colaboradores de muy diversa procedencia. Luego, logra que sea estrenada en las salas de exhibición de todo el país, y agreguemos que el éxito de taquilla sea absoluto. Si la vieran 300 o 400 mil espectadores (lo que es excepcional), a nuestro director le correspondería un porciento muy modesto de esas ganancias. Incluso si los productores del filme se apropiaran de todo lo recaudado, que andaría por el orden de los 30 mil CUC (sin dejar un centavo para el resto de la cadena de distribución y exhibición) con esa cifra es muy difícil que puedan realizar otra obra.

Conozco un poco mejor el universo editorial. Para hacer un libro hay que pagar derechos de autor, trabajo de redactores, correctores y diseñadores, además de las personas encargadas de organizar y supervisar el proceso, y por último la poligrafía, lo más costoso. Quienes laboran en una editorial ganan un salario común y corriente en pesos cubanos. Al autor, por sus derechos, se le pueden pagar algunos miles de CUP. Pongamos como ejemplo 8 mil: una cifra superior a la media, pero de vértigo si la comparamos con los 300 0 400 de los salarios que mencioné antes. Pero un libro casi siempre necesita un largo proceso de concentración, de investigación, de reescrituras, revisiones. Supongamos que fueron dos años los que ese escritor invirtió en su obra: los 8 mil pesos se han convertido en poco más de 300 al mes y, además, debe pagar los impuestos correspondientes.

Todos esos pagos en CUP proceden del presupuesto estatal; no así la divisa que cuesta la impresión de libros o revistas. La poligrafía cobra lo que debe, o más de lo que debe, porque la calidad de sus impresiones pocas veces es buena y acostumbran a terminar el producto más tarde de lo pactado. El lector de La Gaceta de Cuba, revista a cuyo equipo pertenezco hace más de veinte años, paga 5 pesos por ejemplar. La industria poligráfica cobra por hacerla más de 1 CUC por ejemplar. Si aplicáramos una concepción que solo tuviese en cuenta factores económicos, esa revista de 64 páginas tendría que cobrarse, al menos, en 30 pesos cubanos.

Sostener, en las actuales circunstancias, la subvención al consumo del arte y la literatura se va convirtiendo en una utopía. Si atendemos solo a los dictados de esa realidad dura y pura, parecería que todo hay que someterlo a las leyes del mercado, y que compre libros o vaya al cine solo quien posea el dinero suficiente para pagar el valor real de lo que apreciará. La posibilidad del acceso masivo a la cultura es una conquista a la que no podemos renunciar. La hemos disfrutado por mucho tiempo y creo que nosotros mismos no podemos aquilatar hasta qué punto se nos ha hecho imprescindible, de qué forma ha complejizado nuestra espiritualidad y nuestra forma de entender críticamente el universo en que vivimos.

Por deformación profesional, sin dudas, esa conquista me parece tan esencial como que la educación o los servicios de salud sean gratuitos y estén al alcance de todos. Las tres son anticipos de una utopía mayor, inalcanzada: es como un edificio en el que solo hemos podido colocar tres o cuatro ladrillos y acarrear algunos materiales que aún no sabemos bien cómo emplear. Allí, alguna vez, otros, no ya nosotros, podrán vivir dignamente y ser más libres, más sabios, más solidarios. De lo contrario, como dijo hace poco Joan Manuel Serrat, la especie humana habrá fracasado.

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