“¿Ya pasó la A-32?”

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

Hace muchísimos años, cuando estudiaba el décimo grado en la secundaria “Pablo de la Torriente Brau” (en ese estatus que los cubanos llamamos “becado”), tenía un compañero de cuarto que sabía de memoria todas, absolutamente todas las rutas de guaguas de La Habana. Uno de nuestros juegos era retarlo: “Jorge, la 9”, pedíamos, y él decía los puntos iniciales y finales de cada una por las que preguntábamos. En otras ocasiones las recitaba por orden, ascendente o descendente, de la 1 hasta el número más alto que aparecía en las banderolas (un 400, imagino), o viceversa.

Este lunes, cuando salí a la calle, me di cuenta de que los ómnibus que atraviesan Cojímar tenían rótulos nuevos, desconocidos para mí y para todos los usuarios que esperaban en las paradas: la 58 se ha convertido en A-58, y he visto además pasar una C-7 y otra A-32. Vi parar alguna de estas dos frente a una cafetería cercana a mi casa, pero, como de momento no había cartel alguno, no supe si el chofer, generoso, hacía un favor o si era allí la nueva parada.

Busqué en Internet alguna noticia que hubiese advertido con tiempo de esos cambios, imprevistos para la mayoría. Encontré un despacho de la Agencia Cubana de Noticias, firmado por Jennifer Rodríguez Martinto, en el que entrevista a Guadalupe Rodríguez, directora de Planeamiento de la Dirección General de Transporte de La Habana. El despacho fue publicado el 23 de agosto en Bohemia y en el propio sitio web de la ACN, mientras que Tribuna de La Habana se limitó a incluir una nota de esa Dirección de Transporte en la que se informa sobre los nuevos nombres e itinerarios. Algunas de las explicaciones para los cambios son razonables: se pretende llegar a zonas desfavorecidas y, aunque algunos se verán afectados, el objetivo es beneficiar a “la mayor cantidad de población”.

De los tres sitios, el de la ACN es el único que tiene comentarios de los lectores. Dos de ellos se quejan de cuestiones puntuales: la 16 ya no entrará en Regla, dice Damaris, y Diana advierte que el P-5 ahora viaja casi 5 kilómetros vacío, desde la terminal de Alamar hasta el puente de Santa Fe, donde inicia su recorrido.

Otros comentarios tienen que ver con el modo como se debieron haber estudiado los cambios. La misma Damaris escribe, enfática: “Lo que hacen JAMÁS es consultado con la población”; Yoel Amed se pregunta “Y la población, ¿la tuvieron en cuenta?”, y apuesta a que, con el paso de los días “las quejas e insatisfacciones les irán arriba como tsunami”.

Efectivamente, habrá que dar tiempo al tiempo para saber si esta trasformación, comenzada por el este de la ciudad y que se extenderá a todo su territorio, será o no efectiva. Tiene en su contra un factor básico: la cantidad de ómnibus es la misma, es decir, insuficiente. Como tantas veces, es otra manera de repartir la pobreza.

Es evidente que modificaciones que tocan la vida cotidiana de decenas de miles de personas debieron ser mejor informadas. Por lo menos, se debió cumplir con la obligación elemental de señalizar las nuevas paradas y advertir sobre aquellas que quedaron en desuso.

Hay comentarios que van en un sentido distinto: ¿Por qué cambiar los nombres a las rutas? Definir que una guagua tome por una calle u otra, atraviese un barrio u otro, puede responder a estudios sobre las necesidades de la población, los flujos de sus movimientos más recurrentes. Sin embargo, cambiar a la 58 el número por una denominación que parece de meteorito (A-58) solo puede estar sustentado por la lógica de la burocracia. Supongo que detrás de esas letras hay un orden dictado por planillas, documentos de Excel o quién sabe qué otra intrincada razón, pero una A, una C, una P no harán que más o menos personas se trasladen de un punto a otro de la ciudad. Y confío en que a la A-58 no sigan luego una B-58, o una Z-58.

Sé que una ciudad es un organismo vivo, mutante, y que la identidad se construye a lo largo de los años pero jamás puede ser dominada por la nostalgia y los anclajes en el pasado. La identidad siempre es susceptible de experimentar trasformaciones. En el caso que nos ocupa, el crecimiento de Alamar como ciudad dormitorio hizo necesario que se enlazara con el Vedado, con Centro Habana, con otras zonas, y aparecieron entonces nuevas rutas, como la 116 y la 115 (luego rebautizadas como 216 y 215), que pasaron a identificar ese núcleo de edificios tan útiles como feos levantados en el este de la capital.

La crisis de los 90 –ese período especial que dicen terminó pero todavía nos acompaña– deshizo, entre otras muchas cosas, el complejo tejido de ómnibus que cubría la enorme extensión de La Habana, una ciudad dispersa, con espacios deshabitados entre un barrio y otro de la periferia, que se fue desbordando hacia los tres puntos cardinales que su geografía permitió. Allí comenzó, también, el daño a la cultura de las guaguas, a esa relación entre repartos y números que la caracterizaba: la 4 identificaba Mantilla como la 10 a Jacomino, la 5 o la 3 a Guanabacoa, la 27, que alguna vez Lezama Lima bautizó como un “monstruo luciferino”, al Vedado…

Uno de los comentarios a la página de la ACN dice: “Le pusieron A-20 a una ruta del Cotorro que antes era la 102”, y se pregunta: “¿Qué número le pondrán ahora a la 20, que conoce La Habana entera?”. “El que lo hace, no piensa en las personas mayores”, comenta ese mismo lector que se hace llamar mga, y tiene razón. A mí mismo, cuando veo pasar ahora por la esquina de mi casa la nueva A-32, me sacude la nostalgia por aquella ruta que tomaba frente a Coppelia para regresar a “Pablo de la Torriente Brau”, en Miramar.

El conocimiento del que mi compañero de secundaria hacía ostentación respondía a un saber acumulado por décadas en la ciudad. Como los nombres de las calles, de los barrios, de los parques, las rutas de guaguas, sus banderolas, sus usos, su memoria, forman parte de la identidad que el tiempo va constituyendo en torno a un núcleo urbano. Y si es imprescindible escuchar a la población para cambiar itinerarios, lo es también atender a la Historia, a la memoria, para no desfigurar el rostro de la ciudad.

 

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