Imagen y semejanza

A propósito de la querella entre la fotógrafa Lynn Goldstmith y la Fundación Andy Warhol.

Fotografía de Goldsmith (izquierda) y uno de los retratos de la serie que Warhol dedicó a Prince. The New Republic.

Una decisión relacionada con el derecho de autor en Estados Unidos pone a querellar a una fotógrafa con un pintor fallecido. Todo por la interpretación que ambos hicieran de un músico. En su último estadio, el caso ha quedado para resolución en la Corte Suprema.

El asunto parte de una querella entre la fotógrafa Lynn Goldsmith (Michigan, 1948) y la Fundación Andy Warhol, a propósito de los retratos típicos de arte pop, que realizara Warhol en 1984 a la estrella de la música Prince.

Para ese trabajo, encargado por Vanity Fair, según leo en un cable de Reuters, Warhol partió de un retrato hecho por Goldsmith y publicado años antes en una de las muchas revistas para las cuales ha colaborado: Newsweek.

La imagen de Warhol juega con la silueta del Prince que Goldsmith retratara. Para los años en que realiza esta obra se describe al pintor dominado por un estado de ánimo de “ansiedad flotante”, pero no es la biografía suya lo que ahora me interesa. Incluso, casi salto el dato de que murió en 1987.

Importa ahora el fallecimiento de Prince, en 2016; pues luego Vanity Fair rescató los materiales del músico y publicó nuevamente aquel buen trabajo de Warhol. Fue entonces, dicen, cuando Goldsmith cayó en la cuenta de que aquella imagen era casi exactamente igual a su fotografía. De ese modo comenzó la demanda que ha pasado ya por varios juzgados.

Primero un juez dictaminó que las obras de Warhol estaban protegidas por la idea del “uso justo”, criterio bajo el cual una determinada obra puede usarse sin el permiso del autor, siempre y cuando el resultado sea transformado. Según esta evaluación, Warhol transformaba la imagen de Prince en una figura icónica y más grande que en la vida.

Goldsmith cuestionó la decisión y siguió la demanda. La Corte de Apelaciones del Segundo Circuito de EEUU, en Nueva York, después refirió lo contrario: Warhol no había hecho un uso justo de la foto de Goldsmith y así esta discusión continúa.

Se espera que los jueces de la Corte Suprema solucionen la disyuntiva, que ahora escarba profundamente ciertos y polémicos límites del arte. Muchos de los analistas que hicieron trascender el tema insisten en que el asunto terminará causando perjuicios al arte en sí mismo.

De hecho, los defensores de la obra de Warhol en la Fundación que lleva su nombre creen que si es en su contra, el dictamen podría ser escalofriante, pues “la capacidad de reproducir obras es de importancia central para no pocos artistas, galerías y museos”.

El tema amerita un análisis que haría mejor un crítico de arte, yo lo traigo a colación porque me llevó pensar, no ya en el derecho de autor o en los derechos sobre una obra determinada, sino en el derecho que se arrogan determinadas personas sobre la imagen o reputación de otra.

Hay quien gusta enarbolar la imagen de ciertas “personalidades”, autor o autora, artista o intelectual, según la representación maniquea que haya logrado formarse de esa imagen pública. Y nunca permiten que esa imagen esté contraria a sus intereses. No puede estar “descarrilada” y la mayoría de las veces intentan “rescatarla” de quienes consideran que se las quieren apropiar.

Ha ocurrido a niveles mayores, a niveles sistémicos y burocráticos con muchos íconos de la cultura o cualquier manifestación social e incluso política. En Cuba, a lo largo de los tiempos, se sobran los ejemplos de apropiaciones forzosas.

Quizá el caso más paradigmático sea el de José Martí, a quien cualquiera arranca un trozo para protegerse lo mejor que pueda, usándolo lo mismo como paraguas que como la más potente porra con la cual arremeter contra quienes se opongan a su opinión, y según las circunstancias.

Pero, lo ha padecido y padecen la memoria de escritores, pintores y músicos a quienes se acude porque su obra y memoria es colosal y nadie puede contra ellas. Lo he escrito otras veces. En vida se les rechazó o se les mantuvo distantes, pero en la muerte los quieren revivir como al Ave Fénix.

El más reciente caso, tal vez, al menos el que me viene a la mente es el del trovador Santiago Feliú. No basta su obra y sus actitudes en la vida, muchos pretenden cubrirse con lo más evidente de ella y así terminan por arrimarla a sus propias indecisiones.

Lezama Lima en perpetua reparación

Es un poco más fácil llegar a este tipo de incautaciones cuando una persona está muerta, cuando el ser humano en su humanidad ya no existe y ha dejado solo de él un símbolo. Intentan mostrarnos el recuerdo de una persona a conveniencia, a imagen de la semejanza propia; no de la persona que fue y produjo sentimientos variables, sino de la idea que alguien quiere que ese símbolo mantenga de por vida para justificar sus propias inmovilidades.

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