Los cubanos y la castración

¿Cuál es la manera de disentir de un criterio público y cómo hacer para que este disenso alcance a la mayoría, logre volverse objeto de reflexión o, al menos, se tenga en cuenta?

"huevo y bola negra". Obra de Wilfredo Prieto. Exposición "no se puede hacer una revolución con guantes de seda" de Wilfredo Prieto. Mayo 28 – Agosto 27, 2016. Foto: Abigail Enzaldo. Tomada de rotundamagazine.com.

Uno escucha criterios desafortunados la mayor parte del tiempo. De hecho alguno de esos comentarios que colman las redes suelen serlo, o, si no parecen del todo oportunos y competentes, por lo menos dan la impresión de pertenecer al tipo de frases que determinan una conversación de café.

Incluso en los medios de prensa se sueltan pensamientos nacidos para difuminarse, y valiera la pena que así fuera por el bien de sus autores. No obstante, en lugar de desvanecerse quedan archivados en hemerotecas para que los podamos consultar y los lectores del futuro habrán de descubrirles conservados, aunque marchitos como hojas en un herbario.

Cualquier idea sincera más o menos substanciosa tiene el derecho de ser amplificada en los medios de prensa, incluso cuando nace bajo el efecto del ardor de una época o de una supuesta pasión personal. Ahora, por lo menos debería existir la posibilidad de proponer una perspectiva distinta si acaso el criterio le parece lamentable a más de uno.

En el caso de Cuba, ¿cuál es la manera de disentir de un criterio público y cómo hacer para que este disenso alcance a la mayoría, logre volverse objeto de reflexión o, al menos, se tenga en cuenta?

La oportunidad de contrarrestar una sentencia “oficial” ha sido posible con la Internet. Produjo el nacimiento de los blogs, las redes sociales y la fundación de medios alternativos; sin embargo, debido a las características técnicas ofrecidas hasta hoy a quienes no tienen la oportunidad de vincularse a instituciones más o menos privilegiadas en este sentido, estas otras vías de comunicación circulan entre cubanos como auto nuevo por un terraplén.

La semana pasada leí en la versión digital de Granma un artículo del ex ministro de cultura cubano, el escritor Abel Prieto, que me hizo pensar en todo esto. Busqué en la hemeroteca del periódico y constaté que, en efecto, había circulado en la edición impresa del viernes 19.

El texto, precedido por el bajante: “cultura y resistencia” partía del justificado, tardío e incuestionable nombramiento de la obra del sabio Fernando Ortiz como Patrimonio de la Nación.

Luego, mediante citas de pensadores locales de distintas épocas y corrientes, su autor enrolaba palabras como “cubano”, “cubanidad” y “cubanía”, todo para llegar a otro concepto desarrollado por el propio Ortiz: “la cubanidad castrada”

Pese al objetivo evidente del trabajo tuve la impresión de que el texto de Abel Prieto era un pretexto para hablar de alguien en particular, en este caso del escritor Guillermo Cabrera Infante (1929-2005), la persona que, por lo leído, considera él dentro de esa especie que ejemplifica la “cubanidad castrada”.

No es la primera vez que en el periódico Granma se invoca, en desfavor suyo a esta o aquella persona, tampoco es nuevo que en una escueta nota informativa se ofrezca respuesta a un asunto crítico que solo los que han redactado logran entender.

A la prensa cubana le gusta este tipo de mensaje cifrado. Y por falta de argumentos, por la censura o autocensura, la gente, los miles de lectores se quedan, como se dice, en blanco. Apenas los profesionales familiarizados con la materia, los que gustan de estar informados y, en este caso, los viejos, agarran un hilo de la cuerda para no ahogarse en la desinformación.

Porque, después de leído el texto de Abel Prieto, para aquel que sea ajeno al mundo de las letras, el periodismo o el cine ¿quién es Cabrera Infante sino solo un escritor “cubanísimo en su narrativa y en su pirotecnia lingüística” que padece esa “cubanidad castrada” y que, para rematar, llama “anexionista del alma”?

Bueno, también dice que es el autor de Mea Cuba, una “colección de artículos” que a él le resultan “escandalosamente proyanqui”. (Solo algunas veces pudiera parecerlo, eso lo tengo que admitir). Y agrego además que, probablemente, haya sido uno de sus maestros: ¿cuánto le debe el estilo de Abel Prieto al de Cabrera Infante?, ¿qué son las viñetas de Viajes de Miguel Luna sino un guiño a Un oficio del siglo XX?

Recuerdo que Ortiz recurrió al concepto de cubanidad castrada para aludir aquellos que aun siendo cubanos no quieren serlo y hasta se avergüenzan y reniegan de su condición. En este sentido, a estos, dijo en su ensayo publicado en Islas: les faltaba “conciencia” y “voluntad”.

Siguiendo esta idea, el propio libro de Cabrera Infante citado por Abel Prieto es cualquier cosa menos la labor intelectual de un cubano falto de voluntad y conciencia; es, en todo caso, el resultado amargo de esa cubanidad, la solución que encuentra quien padece una circunstancia que, habiendo acompañado en un principio, terminó detestando por cuestiones que no podría desarrollar ahora mismo aquí.

Uno puede pensar en las obsesiones de Cabrera Infante con Fidel Castro, en su posición política sostenida, justificada y alimentada por su sentido del humor; pero, si lo hace de manera pública alguien que ha sido Ministro de Cultura y presidente hoy de la Sociedad Cultural José Martí, y Martí es una de las razones, por cierto, por la que parece enojado ahora con Cabrera Infante, debe pensarlo mejor antes de soltar frases que no debieran quedar archivadas por el bien de su reputación.

Un libro no tiene obligatoria explicación como tampoco la tiene la crítica que se le haga a él o a su autor, pero por lo menos, tratándose de ideas que amplifica un periódico nacional, el más importante y de mayor connotación política, luego de publicadas estas debieran ser explicadas o contrarrestadas.

Los lectores de ese artículo debieran saber que Cabrera Infante es uno de los tres premios Cervantes que tiene Cuba, que su labor cultural y propagandística fue fundamental en los años primeros de la Revolución, que su primer libro contiene las mejores viñetas sobre la persecución de las fuerzas de Batista a los jóvenes revolucionarios, que ese libro fue uno de los primeros best seller, y que en el otro, Mea Cuba, también dice cosas como las que cito a continuación:

“Ser cubano es ir con Cuba a todas partes. Ser cubano es llevar a Cuba en un persistente recuerdo. Todos llevamos a Cuba dentro como una música inaudita, como una visión insólita que nos sabemos de memoria. Cuba es un paraíso del que huimos tratando de regresar”.

No soy un crítico literario o un defensor ferviente de alguien, pero me disgustan los criterios fanatizados o impuestos, y no es otra cosa que una imposición lo que se publica en Granma si acaso allí no se ofrece otro punto de vista.

Una vez, hace mucho, me invitaron a un conversatorio sobre la prensa cubana en UNEAC de Holguín. Trabajaba en un periódico, como muchos saben, y dije algo que sigo pensando aún, aunque a muchos de los lectores tampoco guste: creo que la prensa cubana, “la oficial”, dice la verdad, pero no la dice toda, suelta las verdades oportunamente y casi siempre a medias.

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