Una lengua para votar

La actitud de compromiso abierto de no pocos escritores estadounidenses se conecta con la tradición a la cual pertenece una larga lista de intelectuales que desmenuzaron críticamente la política y a los políticos de su tiempo.

Philip Roth en una foto tomada en su ciudad, Newark. Foto: esquire.com

Nadie en este mundo escapa a la curiosidad que despiertan las elecciones en Estados Unidos, tan cargadas de expectativas y espectacularidad. Las de este año han estado llenas de suspense debido a las amenazas, a la alta participación y a la cantidad de ciudadanos que, buscando revertir una realidad política, salieron a emitir el voto, o lo enviaron a través del correo mucho antes del día previsto. No son pocos quienes las critican, aunque nadie las ignora.

El suspenso electoral es ahora como el de las mejores historias de Stephen King (Maine), donde siempre puede existir la amenaza de una escopeta disparándole al protagonista, un hacha rompiéndole la espalda a un personaje menor o el cuchillo clavado entre las costillas de la dama. Imágenes literarias aparte, también King ha aportado lo suyo en estos días. Poco antes del 3 de noviembre desapareció de las redes, escudándose en un cartel colgado delante de su puerta de Twitter: “Estaré fuera hasta después de las elecciones. Vote en azul la gran noche”.

Como él, otros muchos son discretos. La escritora Joyce Carol Oates (New York) opta por alabar al candidato de su gusto cuando lo ve utilizar con elegancia el idioma; no dice una palabra de más mientras otros no se andan con sutilezas o se escabullen de las multitudes ciudadanas, más bien dan la cara.

Paul Auster (Nueva Jersey), en una entrevista reciente con el periodista Hugo Alconada del diario La Nación, en Buenos Aires, aseguró que sus últimos meses estuvieron signados por dos objetivos muy claros: hacer que los estadounidenses votasen y que ese voto derrotara a Donald Trump.

“Estar en democracia significa tener responsabilidades, no solo derechos. Nuestra responsabilidad principal en una democracia es votar. Si la gente no asume esa responsabilidad, perderá sus derechos”.

Para el autor de libros como Trilogía de Nueva York La música de azar la idea derivó en el armado de un grupo, ya con 1500 miembros, al que ha denominado “Escritores contra Trump”. Se trata de familiares, amigos, académicos y escritores de mayor o menor popularidad. También se le han acercado firmas muy célebres como la de Ángela Davis y la del escritor británico-indio Salman Rushdie. Todos coinciden en que la administración que ahora parece llegar a su fin ha sido, sobre todo, un “régimen racista, destructivo, incompetente, corrupto y fascista”.

Sea discretos y tímidos como liebres en sus opiniones políticas, o feroces como las más peligrosas fieras de la selva urbana, cada uno de estos escritores pertenece a una tradición de intelectuales con suficiente convicción cívica como para tomar partido de su realidad política. Por ello, se aferran a la conciencia y a la palabra como herramienta de persuasión. Ya lo dice Patti Smith (Chicago) a cada rato: la palabra es el arma más poderosa que se ha inventado.

No por casualidad algunos interpretaron la concesión del Premio Nobel de Literatura este año a la poeta Louise Glück (Nueva York) como una seña de la Academia sueca previa a las elecciones de Estados Unidos. Glück, además de mantener una histórica relación con los demócratas desde los tiempos de Carter, había sido premiada por Obama en 2016 con la Medalla al Mérito en las Artes y Humanidades. Se ha declarado admiradora de Barack Obama y su esposa Michelle.

La actitud de compromiso abierto de no pocos escritores estadounidenses se conecta con la tradición a la cual pertenece una larga lista de intelectuales que desmenuzaron críticamente la política y a los políticos de su tiempo, de manera directa o indirecta, desde una posición ideológica firme y casi militante, de este lado o de aquel. Algunos simplemente realizaron sus aportes a través de los personajes de sus obras.

Pero esa actitud recurrente en todos parece marcada por una especie de gratitud, sobre todo con la nación y con la mejor idea que de ella pueda tenerse. Parece ser esto cuanto los mueve a actuar por sobre todas las cosas, aferrándose casi por completo a aquella frase de Mark Twain (Florida): “Lealtad al país siempre; lealtad al gobierno cuando se lo merece”.

El escritor Paul Auster, organizador de un movimiento de escritores contra Trump. Foto: perfil.com.

Pese a lo dicho, y a escritores como Auster y a la contundencia de su verbo, en este caso contra Trump, se extrañan en Estados Unidos escritores, ya sea novelistas o cuentistas, periodistas o dramaturgos, como Philip Roth (Nueva Jersey), poseedor de una envidiable provisión de prosa utilizable en libros políticamente perturbadores, cuyas tramas desarrollaba como un nadador.

Una vez escuché que esa era más o menos su técnica: enhebrar frases e imágenes como el que se sumerge en una piscina, ir soltando ideas hasta sentirse sin oxígeno en la profundidad y regresar a la superficie a cargar sus pulmones.

Cuatro meses antes de morir en 2018, entrevistado por Charles McGrath para The New York Times, y refiriéndose a una de sus últimas novelas, La conjura contra América, Roth opinaba a propósito de las elecciones y la realidad estadounidenses:

“Nadie que conozca se imaginó un Estados Unidos como en el que vivimos ahora. Nadie (excepto quizá el cáustico H. L. Mencken, quien describió la democracia estadounidense como ‘asnos adorando chacales’) podría haber imaginado la catástrofe del siglo XXI que azotaría a Estados Unidos. El más degradante de los desastres no aparecería, por decirlo de algún modo, en la atemorizante figura de un Gran Hermano orwelliano, sino como la figura ominosamente ridícula del bufón presuntuoso. ¡Qué ingenuo fui en 1960 como para pensar que era un estadounidense que vivía en tiempos absurdos! ¡Qué pintoresco! ¿Pero qué podía saber en 1960 respecto de 1963, 1968, 1974, 2001 o 2016?”

Comparando al presidente de esa historia alternativa (su personaje, Charles Lindbergh, derrota a Franklin Delano Roosevelt en las elecciones presidenciales de 1940) con Trump, no se lo piensa para disparar que este “es un fraude masivo, la suma perversa de sus deficiencias, desprovisto de todo excepto de la ideología hueca de un megalómano”.

Como ven, escritores interesados en la política hay muchos. Pero que hablen tan claro, seria y abiertamente, sin temerle a las consecuencias de su lengua, tanto en Estados Unidos como en Cuba o Japón, no tantos, la verdad. 

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