Walterio Carbonell, el incendiario olvidado

Visto a estas alturas, era como el hombre que echaba mano a la escoba del conocimientos para pulir la historia en momentos en que esta se retorcía. En un momento de refundación intentaba dejar al descubierto el propio mundo al cual debía su existencia: el África, el negro y su cosmovisión y cultura.

Walterio Carbonell viendo hablar a José Barbeito durante una entrevista colectiva a Jean-Paul Sartre en La Habana. 1960: Detalle de una foto de Korda.

Por una asignatura que impartía hace algunos años a estudiantes de Periodismo me vi obligado a repasar la obra de pensadores del pasado y del presente, así como de juntar momentos en los que habían brillado todos ellos, según la historia de Cuba desde su mismo comienzo.

Se llamaba (o llama) Procesos culturales cubanos y sus planes de estudio recomiendan nombres de quienes han sumado ideas brillantes a la formación de lo que se conoce como “nacionalidad”, “cultura nacional” o “cubanía”. Veía esa materia como un juego de encastre que, al ser examinado por bloques, visibilizaba el andamio sobre el que ha ido construyendo el imaginario de un país.

La experiencia me obligó a infinidad de lecturas y a una no menor cantidad de relecturas. De esa forma examiné con mayor profundidad momentos en los que antes no me había detenido, como la intelectualidad de aquel siglo XIX entre la cual se recuerdan nombre como los de Francisco de Arango y Parreño, José de la Luz y Caballero y José Antonio Saco.

De ellos hablé, como es lógico, enfatizando su importancia en el plano económico, académico  e intelectual, subrayando su paso por instituciones que iban desde la Sociedad Amigos del País hasta el Colegio de San Carlos y San Ambrosio. Debo haber dicho mayormente o sólo maravillas, y así anduve, tal vez orgulloso de mi proceder en el aula, hasta que  un día me topé con que todas aquellas figuras coincidían en un elemento (la esclavitud) que al ser puesto en perspectiva terminaba por opacarlos o, por lo menos, variaba el prisma desde el cual uno los mirase. 

Todo eso lo pensé seriamente, advierto, tras la lectura de ¿Cómo surgió la cultura nacional?, de Walterio Carbonell (Jiguaní, 1920- La Habana, 2008), intelectual que, visto a estas alturas, era como el hombre que echaba mano a la escoba del conocimiento para pulir la historia en momentos en que esta se retorcía. Con el aseo buscaba él, en un momento de refundación, dejar al descubierto el propio mundo al cual debía su existencia: el África, el negro, su cosmovisión y cultura.

Carbonell era negro y era también un marxista recalcitrante, cuyo pensamiento e hipótesis no creo hayan sido analizadas aun con la dimensión que merecen en la Isla, aunque, si la tomase, si llegara a volverse más o menos popular… ¡ay, qué pasaría!

Había leído yo un fragmento gracias a Lunes de Revolución, donde llegó a publicar artículos y reportajes y también un asomo de ese material radical e incendiario desde el cual, intentando poner las cosas en su lugar, que para él significaba valorar el papel de “la masa” en la construcción de la cultura cubana, aplicaba sobre la sociedad brutales latigazos como los que sus ancestros sufrieron en carne propia.

Su punto de vista para interpretar el pasado partía del desguace teórico del sistema esclavista, de la esclavitud y, por consiguiente, del sometimiento ancestral de una raza y todo lo que esto ha traído consigo. De este modo, llegaba a escribir que “lo que llamamos cultura nacional no sólo es el producto de los conflictos clasistas; sino, además, de los conflictos de dos culturas: la española y la africana.

En esa lucha por imponerse, la cultura de los sometidos había sufrido fuertes embestidas; sin embargo, su fortaleza le permitió resistir, resurgir y adaptarse; tanto, que quienes la odiaban o ansiaban exterminarla habían sucumbido a ella. Tan resistente había sido la cultura de los esclavos que para 1961, fecha en que se publica esta obra suya, avizoraba Carbonell un resurgimiento de manifestaciones como la religión o la música, pues “su vitalidad” le permitía deducir que “aún se producirá una mayor africanización musical en Cuba”.

Los negros, escribe Walterio Carbonell, se resistían a dejarse asimilar por la cultura de la clase dominante. También la población blanca, o parte de ella, supongo yo, evitaba el contagio con esta población al tildar sus manifestaciones culturales de salvajes e incluso “huir” de su mezcla para, como suele escucharse todavía  en una frase que conserva su esencia racista, evitar “el atraso de una raza”. La lucha de clases y el conflicto entre estas dos actitudes eran, desde su posición analítica, el eje la cultura nacional cubana.

Para él, el origen de todas las luchas, de la propia independencia, tenía un trasfondo racial: el sometimiento a su raza había pesado más que cualquier conflicto económico, había creado verdaderos revolucionarios (los negros esclavos) y había dado lugar a un problema (la discriminación racial) que seguía presente en la Revolución. Pero, cuando intentaba tomar la forma de una polémica pública no progresaba, aunque sí eran abundantes las discusiones sobre el “contenido” y la “forma artística” o la “cultura dirigida”.

Las muchas tesis de su ensayo, o las principales, están resumidas en el libro que solo se reeditó cuando la Biblioteca Nacional, donde pasó casi la mitad de su vida, lo hizo en 2005, con una tirada mínima y en días en que el escritor Juan Goytisolo, desde El País daba por muerto a Walterio Carbonell, el amigo de Fidel Castro, el militante que había puesto la bandera del 26 de Julio en la Torre Eiffel cuando aún se luchaba contra Fulgencio Batista.

Aunque mucho ha llovido desde que ¿Cómo surgió la cultura nacional? fuera escrito, yace en él una sorprendente actualidad que impone la necesidad de discutir sus propuestas para asumir el estudio de la historia de una manera más clara, como pretendía el autor, para quien desde aquellos días iniciales de los sesenta aseguraba que “la primera cosa que se debe hacer con la historia es dar una concepción clara”, pues “es el oficio más importante en la Revolución”.

Una de las frases más reiteradas en el libro subraya que imperaba en Cuba una concepción libresca en lo que respectaba a la cultura nacional. “Todo parece indicar que nuestra cultura se encuentra reducida a unos cuantos libros escritos por los ideólogos esclavistas”. Achacaba las causas a la cátedra sentada por el historiador Ramiro Guerra y sus seguidores, a quienes llamó “enaltecedores de Parreño, Saco, Luz y Caballero”, personajes a los que diseccionaba con mortífero humor y temperamento sedicioso, llamándoles “figuras oscuras”, “esclavistas de la peor especie”, “esclavistas atormentados” o “enemigos de las revoluciones y de la convivencia democrática elevados a la categoría de dioses nacionales por los historiadores”.

Creo que, tal vez, visto desde hoy el punto débil del libro es su propia radicalidad, pues Walterio al ceñirse al enfrentamiento esclavo-esclavista, negros y blancos, pasa por alto otro elemento emergido tanto en blancos como en negros, sin desdeñar la efímera herencia aborigen, y que me parece esencial para definir la cultura de Cuba y del cubano: su obstinación o, para decirlo de forma musical: su resistencia o aguante.

Y no me refiero solo a la resistencia de un grupo económico ante la presión de una metrópoli, de un gobierno ante el vecino que lo acosa; también, de la resistencia individual, del individuo que ha debido ingeniárselas para sobrevivir al poder, cualquiera que sea su procedencia, ideología, mala o buena fe. Su obra, la misma vida de Walterio Carbonell ha sido una prueba.

El libro ¿Cómo surgió la cultura nacional? está lleno de ideas tan potentes como para que su autor merezca un espacio notable en los planes de enseñanza de la Isla. Se trata de un intelectual de alta incidencia; de hecho, a su sepelio llegaron flores de Fidel y Raúl Castro; aunque desde los sesenta lo hubiera marginado el sistema que encabezaban; marginado por sincero, por un temor asentado en parte de la burocracia cultural que no era más que el propio temor de Saco, expresado un siglo atrás; a tal punto llegó esa suspicacia que solo volvió a mencionarse su nombre públicamente cuando Goytisolo lo dio por muerto.

Entonces se intentó la recuperación, pero sigue ausente en diccionarios y separatas. Asusta el asomo de su propuesta. No sé si estoy a tiempo, pero quizá esta reflexión aun le sirva a quienes, de estudiantes, alguna vez tuve que guiar.

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