Amaury Pérez: In saecula saeculorum

La entrevista de Amaury Pérez a Carlos Varela es digna de estudio. Primero porque muestra a pie juntillas todo lo que un entrevistador no puede hacer. Y segundo porque también muestra las trampas en las que una persona, sea entrevistador, plomero o diplomático, nunca debiera caer.

El arte de entrevistar es el mayéutico arte de desaparecer. Uno de los mejores ejercicios periodísticos que yo conozca es el que practicó Fantino con Ricardo Darín (los que puedan, pinchen el enlace). Fantino se sacrificó y se hizo pasar por imbécil, típico borrego del rebaño consumista, solo para que Darín, que era el entrevistado, brillara y desplegara su libertad espiritual.

Amaury Pérez, en cambio, utilizó a Carlos Varela, no se cansó de lanzarle preguntas condicionadas, preguntas que son encerronas, en las que el entrevistador acorrala al entrevistado y lo coloca justo al borde de la respuesta que él, el entrevistador, desea oír. El entrevistado no hace más que responder una respuesta que no es suya, a una pregunta que el entrevistador no puede hacerse a sí mismo, pero que está loco por hacerse. Esto, no tengo que decirlo, es pecado en el periodismo.

Varela fue un pretexto y, como tal, queda plenamente justificado que no lo mencione más en el resto de la columna, a pesar de lo imprescindibles que fueron y siguen siendo muchas de sus canciones para mí. Yo, ingenuamente, estuve esperando que en algún momento Varela se diese cuenta del atraco y se largara de los “maravillosos estudios Abdala”. Solo después me percaté de lo obvio: si algo tan espectacular y justo hubiese ocurrido, no habrían transmitido el programa.

Me quedé hasta el final, tiritando, sobrecogido, hecho una pieza en el butacón de la sala. Cierta fuerza oscura, quizás la misma que a Varela, impidió que me levantara.

Pero entremos en materia. Amaury abrió la nueva temporada de Con dos que se quieran leyendo un correo en el que le decían que un programa anterior suyo –Muy personal– había sido el mejor de la televisión cubana. No nos sorprende. Amaury nos tiene acostumbrados a ese tipo de auto indulgencias. Sin embargo, la pregunta que yo me hago es esta: ¿en realidad se trata de un elogio? Digo: estamos hablando de la televisión cubana. O sea, nada. Al fin y al cabo, no le dijeron que su programa era el mejor en la parrilla de HBO, sino que era el mejor en una pugna donde, sin ir más lejos, ahora mismo compiten Cuando una mujer, Entre tú y yo, Al duro y sin guante, Upa Nene y, vade retro, Tras la huella.

Yo Amaury vuelvo y me lo pienso con calma. Quizás, solo quizás, la venda del ego no le haya dejado ver la ofensa (les aclaro, a los comentaristas que en un rato saldrán acusándome de egocéntrico, que a mí el ejercicio del egocentrismo no me molesta per se, y que agradezco a quienes lo practican de manera aparentemente seria pero dejando claro siempre, con la caricatura de sí mismos, que el ego es un juguete, una forma muy saludable de colorear, oh, la profunda tragedia que parece latir en el fondo de la vida. Dicho esto, aclaro también que Amaury suele tomarse su ego muy tres franjas azules y dos blancas, muy estrella solitaria, como una cuestión de estado.)

Luego, por ejemplo, dijo que a él habían querido borrarlo, pero que a él no era fácil borrarlo, que él se colaba por debajo de la goma. Y lo dijo orgulloso, naturalmente. Es la típica frase que se dice con gesto vencedor.

En otro momento, se amarró a trompadas con el tema de las influencias. Le molesta que los trovadores de nueva promoción mencionen a Silvio Rodríguez y a Pablo Milanés como referentes. Según Amaury, lo hacen porque es una salida cómoda, o porque albergan cierta reticencia hacia los cantautores que siguieron después, entre los que, por supuesto, se encuentra él. Según Amaury, mencionar a Silvio o a Pablo, hoy, presupone un gesto alevoso contra todos aquellos que les sucedieron, como si la influencia fuese un asunto estrictamente cronológico.

No voy a proponer ningún duelo abusivo del tipo Silvio vs. Amaury o Pablo vs. Amaury, en los cuales Amaury caería por bochornosos KO desde el mismo primer asalto, pero voy a sugerir la posibilidad de que quizás los trovadores contemporáneos mencionen a Silvio y a Pablo por la sencilla razón de que Silvio y Pablo son, cómo decirlo, más influyentes, ¿no? Y punto.

Amaury parece alguien convencido de su propia importancia, y en su entrevista última reproduce, a manos llenas, algunos de los más dañinos vicios de la nación. Emite, a saber, tácitos juicios de valor sobre el tema migratorio. Como si regresar a Cuba, para quien emigró, no fuera un mero derecho, sino la confirmación de un fracaso. Como si el regreso de los que emigraron confirmara que los que se quedaron tenían razón.

Amaury parecía referirse, sobre todo, a los integrantes de Habana Abierta. Aquí, sin embargo, y utilizando su método, habría que recordar dos cosas.

Primero que, en pleno Período Especial, Amaury se largó a México, amparado por una institución cubana, mientras que Habana Abierta se fue a España de propia cuenta, a luchar de cero, después de que en su propio país le cerraran todas las puertas, justamente por mostrar una irreverencia y una valentía que Amaury, por más que se enorgullezca de su iconoclastia, jamás ha rozado, ni siquiera en los clímax de su cruzada personal: sean sus rifirrafes con la Nueva Trova o cuando se dejó crecer el pelo y los comisarios culturales lo condenaron por frívolo, o algo así.

Segundo que, por más que le cueste creerlo, Habana Abierta, esa supuesta pandilla de fracasados, es ya, por amplio margen, mucho más importante, necesaria e influyente para la música cubana de lo que fue Amaury Pérez alguna vez. Y acá estaremos, en el futuro inmediato, para valorarlo todo en su justa medida.

Amaury fantaseó, además, con comparaciones entre una foto del alto mando soviético donde habían borrado a Trotsky y otra foto de la que, supuestamente, habían borrado a Donato Poveda y a Alberto Tosca, dos trovadores de la generación de “Los Topos”. Si Amaury quería conversar sobre sujetos borrados, o asépticas y constantes reescrituras de la historia, no tenía que ir tan lejos, hasta Moscú, ni tampoco tenía que tomárselas con la compilación que de Santiago Feliú, Gerardo Alfonso, Frank Delgado y Varela hicieran los tenaces y gentiles memoriosos de la trova cubana que son Fidel Díaz Castro y Bladimir Zamora.

En Cuba, en su política, en su cultura, en su deporte, sobran ejemplos de defenestración y de sujetos lanzados, sin tapujos, por el caño de la historia. Pero quizás a esta especie de malabares sea a lo que Amaury llame, muy conscientemente, meterse por debajo de la goma. ¿Qué pasa? ¿Son tiempos de jugar a antisistema y no de reclamar ardientemente el regreso de Elián González?

Por último, expuso una vez más su particular método para alcanzar la trascendencia. No entretenerse tanto en cuestiones coyunturales y cantarle a lo que se supone sean los grandes tópicos: el amor, el tiempo, la muerte, el lagrimeo.

No resistí la tentación y visioné Encuentros, ese clip de caballería pecuaria, donde Amaury canta en un establo, y dos amantes juegan a las cruces y los ceros sobre el lomo de un caballo. Por más que la evitemos, y por inexacta que sea, la imagen nos persigue. Amaury indicándole al director qué juego jugar sobre el lomo del caballo. No dominó, que es muy folclórico. No ajedrez, que es muy complicado. No parchís, que es elemental. Sí cruces y ceros, que es un juego adámico. Ahora, la pregunta es: ¿sobrevivirán los caballos? ¿Podrá la especie equina resistir el embate de los siglos de la misma manera que las composiciones de Amaury? ¿Estaba seguro Amaury de que debía escoger para su clip un caballo y no, pongamos, un baobab, o el tigre de Blake, que duran más?

Por el tema en sí no hay que preocuparse. Amaury arriesga imágenes como estas. En el primer encuentro con la amada, le “bebe las cejas”. Sí, eso quiere decir lo que quiere decir. Tengan, con ustedes mismos, ese acto de amor. Aféitense las cejas, bébanselas, y luego mírense al espejo.

En el segundo encuentro, “cabalga en su boca”. Cabalgar en la boca de alguien. Una escena que justo cuando nos comienza a erizar, es rápidamente neutralizada, porque acto seguido Amaury “remonta sus dientes” o “la instala en sus poros”, en los poros de Amaury. Como vemos, hay una poesía acá tan fuera de circunstancias, que no hay modo de que no perdure.

Pero si vamos a hablar de posteridad, hablemos en serio. No de Silvio Rodríguez, no de Mozart. No de alguien vivo o de alguien que murió hace doscientos años.

Yo he estado leyendo, recientemente, Castilla, la tradición, el idioma, de Menéndez Pidal, una suma de ensayos donde se desmenuza el origen y la composición de los romances, las epopeyas y las baladas que prefiguran e inauguran el castellano. Hay ahí una mezcla tal de veracidad histórica con leyenda, de vocación poética con voluntad testimonial, de asombrosas maniobras estéticas con ajustes de cuentas muy específicos a ciertos personajes del momento, un entrecruzamiento magnífico y simultáneo entre lo docto y lo juglar, que la única conclusión sensata que un creador (utilicemos este inclusivo término del Quattrocento, habida cuenta de que Amaury Pérez es dentro de la cultura cubana quien único ha logrado producir un disco de salsa y escribir libros con títulos como El dorso de las rosas, además de haber publicitado, en legendarios comerciales de los cincuenta, pastas de dientes y un largo etcétera de productos caseros) puede sacar de la posteridad es que a la posteridad hay que mandarla a la mierda.

Con dos que se quieran no parece saber eso. Un programa que, intentando epatar, o trascender, se enreda demasiado. Nadie lo dice como Leónidas Lamborghini, citado por Fabián Casas: “Habla/ di tu palabra/ y si eres poeta/ eso/ será poesía/.”

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