¡Ataca Chicho!

NG la Banda está de aniversario, y yo soy, en esta vida, adepto confeso a solo tres o cuatro cosas. Una de ellas, sin dudas, es José Luis Cortés.

No digo nada nuevo si digo que no hay excéntrico dentro de la escena cubana equiparable al Tosco, salvo, quizás, Tony Menéndez. Pero he ahí la diferencia entre un crack y uno que no lo es. El Tosco puede armar el personaje que le venga en gana, porque hay una flauta que lo sostiene, y demasiada música en su cabeza. Tony Menéndez, hasta donde sepamos, es un abrigo de visón repleto de lentejuelas.

La comparación no es del todo fortuita. La traigo a cuento porque me sirve para demostrar un punto que considero principal: el excentricismo –Alí, Bolt, Mercury– debe obligatoriamente venir acompañado de muchísimo talento. De lo contrario, nada hay más ridículo que un mercachifle dándose aires que no le corresponden.

Paso de la pregunta que flota en el ambiente, y que todos deben estar esperando. ¿Qué es finalmente Juana Bacallao? Bien. Yo tampoco lo sé.

Siempre le queda, a Juana, una etapa de esplendor allá por los tiempos del general Taft, que nadie parece haber visto pero que los archivos y las hemerotecas recogen con suma meticulosidad. Puede también que le haya entrado a la genialidad por la puerta de fondo, es decir, que de ser tan Tony Menéndez ya sea también un José Luis Cortés, o puede simplemente que su altura –como el Finnegans Wake– no esté al alcance de mi pobre intelecto.

Aunque, la verdad sea dicha, yo presencié de Juana Bacallao una joya insuperable, que no pasó a los anales de la historia nacional porque esa misma noche Robertico Carcassés improvisó su famoso programa político desde la Tribuna Antimperialista. Minutos antes, micrófono en mano, Juana había dicho: ¡Que liberen a “Los Cinco”, caballero, que miren que esos muchachos están buenos!” No hay, sinceramente, comisario político que pueda sancionar semejante espontaneidad.

Pero a lo que vamos. Cuando el Tosco lanza un anzuelo como el de su proyección pública, y los enojados le piden la cabeza por tanta chabacanería, los ridículos son los enojados, no el Tosco: con su vestimenta, sus cortes de pelo, y sus salidas ingeniosas y absurdas.

Suele ser frecuente que sus íntimos, con intenciones de protegerlo, digan que ese que habla no es el Tosco, que el Tosco es el hombre que se parapeta detrás de la flauta. No sé por qué lo hacen. Obviamente, es el hombre que se parapeta detrás de la flauta, pero también el otro, y el otro es maravilloso.

A mí me divierte que, por ejemplo, a los miles de moralismos que durante su carrera ha tenido que combatir, responda del siguiente modo: “Ya lo dijo hasta Martí. Si no hablan de ti, tú eres un nada, eres un cero a la izquierda”. O que juegue a no tomarse en serio, y que cuando lo acorralen, y ya no le quede más remedio, entonces diga cosas como esta, y transcribo in extenso:

“El arte, para mí, es lo más grande que hay. El día que me falte la música no me interesa estar vivo. Tú me puedes poner en una jaula de oro ahora mismo, y me dices no puedes tocar la flauta, no puedes tener nada de música, me pones las mejores mujeres del mundo, me pones en un oasis, en medio de Siria, un camello, y todas las locas esas, ay, en cueros todo el mundo, y yo te digo que no. Los mejores manjares, las mejores comidas, las mejores ropas, todo lo más grande del mundo desde el punto de vista material, inclusive desde el punto de vista espiritual, hablando del amor, te cambio la mujer que yo más quiero por la música. Fíjate hasta dónde llego yo. Puedes creer que estoy exagerando, pero no. Puedo tener la mujer más linda del mundo al lado, y si no tengo la música junto con ella, no tengo nada. Estoy embarcao. Estoy fuera de talla. Estoy con el maletín en la mano.”

No sé ustedes, pero entre tamaña confesión y la definición de Hegel –“La música debe elevar el alma por encima de sí misma… etc.”–, yo sé con cuál me quedo.

El Tosco me recuerda al Mozart de Milos Forman, un geniecillo díscolo, malcriado e irresponsable, capaz de hartar incluso a las almas más serenas y educadas, que nunca se toma en serio, que pone en entredicho a todos, empezando por él, y que con solo soplar el instrumento apaga los malsanos murmullos de la corte.

Descubrir NG la Banda –pero descubrirla de verdad, no la de los últimos quince años– supuso para mí algo que parecía imposible: que el feudo Van Van se tambaleara. Son tan demenciales los arreglos de aquella orquesta primigenia –catalizador y bandera de la timba– que uno no puede menos que aplicarle conteo de protección incluso a un mentón como el de Formell. Ese Murakami Mambo es para que Tarantino lo hubiese incluido en algún pasaje de Kill Bill.

Los entendidos dicen que ya hay timba en Irakere: en la Irakere de la que el Tosco formaba parte, cierto, pero Irakere al fin. Incluso los oídos medio romos, como el mío, pueden percatarse, pero la timba es una actitud. Hay mucha elegancia en las manos de Chucho como para que lo asociemos con un timbero. La timba es una amalgama de orgía y precariedad, el rock del Período Especial.

Lo que el Tosco hace consigo ante las cámaras, moverse siempre al límite, fue lo que hizo con la música a inicios de los noventa. Tensó la cuerda hasta correr peligro. Esa misma altura, la complejidad de aquellas composiciones, los enfurecidos arreglos de metales, las diabluras del piano, el bajo de Feliciano, etc., provocó que NG la Banda cayera sin remedio, porque tanto virtuosismo no puede mantenerse demasiado tiempo.

No fue una orquesta preocupada por asegurarse el relevo, sino que cultivó a fondo su aristocracia: como si hasta ese momento las cinturas apenas resolvieran ecuaciones de álgebra básica, y NG las hubiese obligado a estudiar también teoría de números. Se dijo que no, que era muy difícil, pero definitivamente los bailadores de la Tropical nunca fueron más doctos, ni más bailadores, que cuando tradujeron con sus cuerpos desorbitados lo que el Tosco les proponía.

Un tipo que se sigue peinando y se sigue vistiendo como le da la gana, y que sigue siendo un gran poeta. Con líneas de esta índole: “De un oso polar yo hice chicharrón”. O con letras como la letra toda de Échale Limón o de El trágico. O con las palabras que se inventó en japonés, y con las que conformó divertidísimas coreografías.

En fin, esto es lo que es: tomó la rumba de Simpson, la Apasionada de Beethoven, y las puso a copular lésbicamente.

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