Béisbol cubano: un frenesí

Si la Serie Nacional no fuese tan estrictamente cubana, sus desafueros últimos habrían competido en escándalo con los de la FIFA. Pero a estas alturas, sinceramente, no tiene sentido criticar la gestión organizativa de nuestro béisbol. Sería como apalear a un vagabundo hambriento al que ya el frío y la soledad de la noche le hacen lo suyo.

Lo que nos ha sucedido inspira profunda lástima, y es el resultado de años y años de pésimas decisiones. De ahí que tengamos ahora la amarga sensación de que nada se puede hacer. Pero yo creo que si el descalabro, la falta de rigor, la entraña paródica, y el profundo sentido carnavalesco del béisbol cubano se han vuelto ya tan inocultables, quizás haya ahí una señal de que ciertos órdenes empiezan a caer por su propio peso.

No mencionemos el éxodo imparable de peloteros, que es una constante matemática. Solo recordemos, no sin malicia, ya que hablamos de Kendrys Morales hace poco, que entre los últimos emigrados se encuentra Norge Luis Ruiz, el muchacho al que nuestros relatores, mambisamente, con enfáticas maniobras, quisieron convertir en otro nuevo héroe de nuestro movimiento deportivo. Corajudo, valiente, guapetón, audaz. Si Norge Luis saliera mañana en TV, sería tratado, por los mismos personajes que lo auparon, con muy rácana indiferencia.

Pero vayamos a la lista de acontecimientos inauditos.

Se filtra una entrevista donde Alfonso Urquiola, el último manager campeón nacional, un ganador en toda regla, despotrica a camisa quitada (literalmente) de todo el mundo. Dice que hay corrupción. Dice que por lo pronto no dirige más. Y no tiene, para los comentaristas deportivos de la televisión, muchas palabras de elogio que digamos. Alfonso, que ya venía de capa caída, cae con su zafarrancho un poco más en desgracia.

Luego, sorpresivamente, sustituyen a Víctor Mesa como mánager de la selección nacional. El nuevo presidente de la Federación, un fulano, utiliza la palabra dialéctico sin método alguno, quizás porque creía que le daba prestancia. Ni siquiera Víctor, maestro en el arte de colar vocablos que él cree cultos en medio de oraciones donde no vienen al caso, utilizó jamás la palaba dialéctico. Víctor parecía tener todo el poder, pero no fue así. En lo que no deja de ser un acto de populismo, lo sustituyeron por Roger Machado. Casi su némesis, si no fuese porque Víctor tiene ya muchas némesis.

Luego Víctor se aparece en Miami, lo cual, quizás, tenga que ver directamente con su sustitución, porque si bien el viaje es posterior a la destitución, los trámites para visitar los Estados Unidos (si lo sabré yo) comienzan mucho antes del momento de la visita.

Ya en Miami, Víctor es entrevistado por Julia Osendi, quien alguna vez, en uno de sus reportes, borró sin cortapisas a Kendrys Morales del partido de cuartos de final de la Copa Mundial 2003 contra Brasil.

Osendi le pegunta a Víctor sobre su destitución, Víctor se explaya, Osendi le pregunta si regresa, Víctor le dice que sí, y Osendi le dice que claro, que él sí regresa porque él sigue siendo cubano. No es muy dialéctica Osendi, la verdad, pero temeraria sí que es. O despistada. Si la traba un grupo de derecha, de los que trituran discos con aplanadoras, Osendi tendrá que poner pies en polvorosa.

Luego, en un banco del Marlins Park, Víctor declara que le gustaría dirigir un día al equipo de la ciudad. Que le gustaría probarse en las Mayores. Pero Víctor ha torcido tanto las manijas, tantas veces, que ya son pocos los que se lo toman en serio. Yo y un par más, probablemente.

Quien sí no las torció nunca, y de golpe se ha destapado, es Yuliesky Gourriel. Echa por la borda su contrato en Japón. Luego no se presenta a los entrenamientos de la preselección cubana y es separado del equipo nacional, así como de los Industriales. Hoy se baraja si sigue en Cuba o si también arribó a Miami.

Pero con Yuliesky, que siempre ha sido un atleta tan exageradamente dócil, me queda una grandísima duda. Si todo esto es verdaderamente un ejercicio de voluntad personal o parte de una estrategia institucional de la cual es, Yuliesky, el ratón de laboratorio.

Que las autoridades cubanas filmen de distraídos, y permitan a sus principales figuras del béisbol asentarse en terceros países, para llegar a la MLB sin tener que abandonar definitivamente la Isla, parece, al menos, una iniciativa, y no una reacción. Que ya, tratándose de la FCB, es mucho.

En el tablero post 17-D, las interioridades del béisbol también nos tienen, a la afición, un poco desconcertados.

Dos cosas sabemos. La primera que la Serie Nacional, tristemente, es un cuerpo tumefacto. Y la segunda –no me pregunten en qué me baso, pues no sabría decir– es que si el béisbol cubano estuviera transitando por una Revolución, ya cada actor tendría su papel señalado.

Urquiola es Dantón; Víctor Mesa, Robespierre; Industriales, Marat; Yuliesky, Charlotte Corday (aunque puede que Napoleón, aún queda por ver); e Higinio Vélez –cíclicas que son las espirales– el inefable y sibilino Fouché.

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