Béisbol: los dioses rotos

La decadencia de Santiago de Cuba es el mayor mal de la pelota cubana. No las estructuras cambiantes, no el techo bajo –bajísimo- de la serie nacional, no los números imprecisos, no el pésimo arbitraje, sino el trasiego sin rumbo de un equipo indomable e histórico.

Ha pasado en cuanta liga acuse una crisis severa. Pasó en el lockout NBA del 98´, cuando los Bulls, vigentes tricampeones, apenas consiguieron trece victorias de cincuenta. Pasó en el fútbol argentino, hace un par de años, con escandalosos descensos a segunda de clubes legendarios como Gimnasia, Rosario Central y, ¡horror!, el mítico y porteño River Plate.

El agua es tanta en la embarcación que hasta los mástiles más altos eclosionan. Pinar del Río es un equipo inconsistente. Villa Clara, un conjunto sorpresivamente apático. Industriales, incluso con una novena de lujo dentro del panorama actual, posee un bullpen tan invertebrado que nadie apostaría por ellos con completa seguridad. Y ya, para fumar inciensos, cierra Santiago, echando el bofe, ahogado, con dolor en el bazo, instalado en los últimos compartimentos de la tabla.

No hay nada peor para un evento que destruir sus paradigmas. Que Industriales o Santiago de Cuba fenezcan por una temporada puede ser causa de la competencia, pero que fenezcan por dos, o por tres, significa que ya restan pocas tradiciones por desacralizar y que la crisis ha empezado a pisotear los símbolos.

Nunca, si las cosas fuesen como debieran ser, Santiago hubiese perdido el último juego de la temporada pasada a manos de Mayabeque, y nunca hubiera quedado fuera de los play off. A primera vista parece que no existe conexión entre los hechos, pero siempre es posible reconocer, a partir de detalles alegóricos, cuándo las situaciones concretas empeoran o sobreviven ficticiamente.

Que acaecería una revolución francesa, por ejemplo, lo demuestra con antelación Voltaire y Rousseau. Que llegaría la contracultura a Estados Unidos lo atestigua, primero que todos, en los prósperos cincuenta, la demente y alucinante generación beats. Que al béisbol cubano lo asolarán aires mejores, o, indefectiblemente, perecerá, lo corrobora una serie donde Santiago de Cuba, desde antes del inicio, lleva la muerte en el costado.

A mí me entristece verlos de capa caída, escuchar cómo ceden un juego tras otro, ante rivales que no merecen cebarse así en un poderoso animal herido. Santiago fue mi equipo de la infancia, es decir, Santiago fue mi equipo. Vera es mi concepción del arte y Pacheco mi depósito de confianza. Pero incluso, si no hubiese sido de ese modo, un mínimo de amor por la pelota cubana bastaría para desear que volviesen por sus fueros.

Aquella postemporada, donde por primera vez quedaron fuera, y a la que también faltó Industriales, habría sido evidencia suficiente. Pero la salvó Pinar del Río, que ganó el campeonato, y demostró que los históricos conforman un clan.

Yo tengo, en ocasiones, un pensamiento fractal sobre el deporte, y creo que si Santiago definitivamente naufraga, es porque la serie hace rato flota bocarriba, y nadie rescata su cuerpo de las aguas.

 

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