Boltaje

Foto: Zuma Press

Las patillas de Usain Bolt son ralas, y se las amasa antes de competir. Entre los velocistas que hacen muecas cuando los presentan, él es el único que ensaya gestos lúdicos, irresponsables, de constantes jugueteos y desacralización del momento. Ha sido tan ridículamente superior, tan consecutivamente invencible, que no tiene sentido que se ponga a la par de nadie.

Ahora, en Beijing, no fue Bolt quien ganó los 100 metros, sino su leyenda. Siendo aún el número uno, pero cada día más contemporáneo a los suyos, lo que paralizó al resto de los rivales fue el recuerdo del extraterrestre que una vez había sido. Este debe ser el único Campeonato del Mundo donde el mejor tiempo se haya estampado en una semifinal. Justin Gatlin marcó, en tal instancia, 9.77 seg. Un rato después, Bolt lo venció con 9.79, por 9.80 el estadounidense.

¿Qué nos quieren decir esas tres centésimas que le trocaron a Gatlin el oro por la plata? Que la posibilidad de vencer a Bolt en un gran evento, por primera vez desde que Bolt es Bolt, era tan real, estaba tan a la mano, que no pudo creérselo del todo. Lo que le faltó a Gatlin fue inconsciencia. Si hubiera pensado menos, quizás habría vencido. En la arrancada, tenía rostro de Zenón. Mientras avanzaba por su carril, desentrañaba aporías. El pensamiento pesa, suele tener músculo, y la demostración son esas tres centésimas.

La fortuna, antes de hacer entrada, manda siempre una cuña escéptica de emisario, para que nos toque la puerta. Si no nos anestesiamos, si nos sobreponemos al estupor, la fortuna decide bajarse del auto, correrse el velo y pasar. Gatlin se anestesió y, con él, los otros seis finalistas. Fueron cronos horribles. Con Tyson Gay y Asafa Powell, por ejemplo, marcando apenas diez flat. No había nadie más asustado con el hecho de que Bolt perdiera que los mismos atletas que le podían ganar. Prefirieron ser fracasados que villanos.

Al comprobar que ninguno de los otros competidores contaba con la madurez suficiente, el éxito decidió posarse nuevamente en el niño malcriado que enardece las tribunas con su arco cósmico; especie de ballesta imaginaria con la que apunta a las pistas astrales.Consistente como la tarde, alto y rotundo como los mediodías de agosto, amasado con la ligereza de la noche, Bolt es la amalgama del tiempo corriendo por un túnel sin atmósfera. En él terminaron cobrando forma muchas nociones abstractas. Marley de la velocidad. Detrás de sí, lo que hay es una ecuación formulada en palimpsestos de piedra.

Antes era más rápido que nuestra credulidad, nos electrificaba y nos achicharraba en los cables pelados del desconcierto. Ya no. Ahora, para ganar, tiene que meter la cabeza sobre la línea. De algún modo, se lo agradecemos. Demostró que, incluso sin poderes místicos, puede vencer. Como si Aquiles abandonase la piel de semidios e igual siguiera descabezando troyanos y desafiando a malvados reyes griegos.

Último reducto de la transparencia. Sin doping, sin mañas. Diáfano como sus piernas es su carácter. Tiene también otras virtudes menores, que lo vuelven perfecto. Es felizmente soberbio. Excéntrico sin ser empalagoso. Hincha por Argentina en el fútbol. Sabe bailar.

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