Bronce, feo metal

O algunos tienen la alegría fácil o yo no soy cubano, pero festejar un bronce en el béisbol –para colmo, un bronce panamericano– es de las expresiones más cobardes y malsanas que recuerde. Granma, por ejemplo, lo catalogó de espectacular.

El tono de un texto lo marcan los adjetivos y, por supuesto, no tengo por qué esconder mi enconada molestia. Como decía un cartel de Ocuppy Wall Street: si no estás enojado, es que no estás observando lo que sucede.

Me molesta que la corrección política llegue a tales extremos de sumisión.

Me molesta, me avergüenza, y me da por meter la cabeza en un cubo, cada vez que un periodista justifica o se conforma con actuaciones cada vez más mediocres.

Me molesta, y me entristece, que el béisbol cubano se haya desangrado solo porque tres o cuatro directivos de poca monta necesitaban mantener sus zonas de confort.

Me molesta que se crea que Urquiola no tenía razón, que no tenía incluso, como la tiene, toda la razón.

Me molesta, me irrita, la tozudez de un gobierno que como es costumbre se apertrechó en cuatro consignas, no hizo nada por rescatar lo que se iba a pique, y ahora nos hace tragar, a la afición, estos amarguísimos buches.

Me molesta que los federativos digan, sin tapujos, que los peloteros cubanos no pueden jugar en Grandes Ligas solo porque el gobierno de los Estados Unidos no lo permite, cuando decenas de voleibolistas o atletas nuestros han tenido que emigrar a Europa y, a pesar de sus afanes, no les han abierto una puerta al regreso y los han seguido tratando como parias.

Me molestó que Roger Machado, solo porque estaba contento ante su designación como manager, dijera que iba a los Panamericanos con un trabuco.

Me molestó tamaño irrespeto al sentido común ajeno y, para consolarme, pienso que cuando Cuba pierde, también pierde el triunfalismo. Y creo que eso está bien. Que el triunfalismo merece perder.

Ignoro por qué seguimos culpando a Víctor Mesa o a Roger Machado o al que sea que dirija el team.

Me molesta, repito, la asunción de nuestra medianía. Celebrar un bronce. Estamos anestesiados, en terapia, y no lo sabemos.

El tema del bronce no es el bronce en sí. El tema es que terminamos discutiendo un bronce por razones extradeportivas. El tema es que lo grave de la política y lo trascendental de la Patria manchen la extraña e inasible ligereza del deporte, eso.

Me desconcierta que los dispuestos para el happy end sean cada vez más happy end, y no tengan ni un mínimo de recato a la hora desplegar banderas.

Me molesta que estemos pagando un precio, no barato, por tanto festinado suelto, con un micrófono o un teclado a su disposición.

Me molesta que nos hayan hecho creer que la tristeza es contraproducente, que la rabia es incorrecta, que la crítica feroz no es sinónimo de incondicionalidad, y que consolar, y no putear, es lo que debiéramos hacer.

Si yo fuese deportista, y perdiera, me gustaría que el espectador me mandara al carajo, que llorara y me despreciara, que lanzara un jarrón contra el piso y me enseñara el puño. Eso es lo que hacía yo cuando era un aficionado de ley.

El equipo Cuba, que tanto consuelo barato recibió, debiera preocuparse, porque eso significa que ya no interesa demasiado. Que no hayamos ganado, y que a nadie se le haya ido la vida, es sintomático.

Cuando Argentina denosta a Messi, en verdad lo está amando, lo está padeciendo más que nunca y se lo está haciendo saber. Uno debe exigirles a sus equipos más de lo que sus equipos pueden dar.

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