Charly VS Carlos: Cartas que no se extraviaron

Lo intenté una vez más, pero no resulta. Mi amigo Javier Montenegro nos citó a Charly Morales y a mí para que intercambiáramos misivas en la revista digital Cubahora, como cobertura del Mundial. Durante tres cartas me mantuve al aire. A la tercera, me censuraron, alegando no se qué razón típica de los medios cubanos, que no alcancé a oír, o que si oí, olvidé, por el bien de mi salud y la de mi familia. Al pinchar el enlace original de la carta titulada Suposiciones, un cartel anuncia: “¡Oops! Lo sentimos, página no encontrada…”. No tiene caso insistir. Yo seguiré creyendo, a excepción de algunas individualidades, que los medios cubanos son puro y duro panfleto, y que permanecen a años luz de algo parecido al periodismo. Como OnCuba es todavía mi reducto, y tiene a bien consentirme, traslado hacia acá la tercera carta a Charly Morales, con la esperanza de que la lea a tiempo y pueda responderme, aun cuando le haya cambiado la dirección postal. Si algún lector fortuito, o alguien más, que no sean nuestros amigos, desea leer los primeros intercambios de nuestra correspondencia, acá les dejo los enlaces, con la esperanza de que no desaparezcan también. Mi abrazo fraterno a Javier Montenegro, el editor inicial, otro abrazo para los lectores que me quieren, un saludo para los que me odian, y pulgar abajo a los censores, que son legión. Recordemos siempre, no olvidemos bajo ninguna circunstancia, la magnífica frase de José Luis Cortés, e intentemos aplicarla: “De un oso polar yo hice chicharrón”.

 

Suposiciones

Gran Tocayo:

La especulación con tus fotos ya me parece abusiva. Ahora una con Maradona. Yo, a lo sumo, guardo un par con Signorini, qué te voy a decir. Lo entrevisté en 2011, en el estudio de la Mesa Redonda. Signorini me pareció un gran tipo, noble, sabio, incluso tierno, pero desenfocado. Pobre. Quería resucitar el fútbol cubano. Nadie le hizo caso. Nadie lo atendió. No es que nos demos el lujo de despreciar a Ken Griffey Jr., es que ya pasamos hasta del preparador físico de la Argentina del ochenta y seis. Nuestro internacionalismo es una rara expresión de nacionalismo. Parece, al no ser recíproca la actitud, una refutación muy chovinista de nuestra solidaridad. Exportamos médicos, pero somos incapaces de aceptar que nos echen una mano en el deporte, y en lo que no es el deporte también.

No sé qué te habrá parecido Maradona a ti. La foto, sin embargo, es una joya. Tú eres el colegial simpático y eufórico, esos espejuelitos de cum laude, esa amplia sonrisa de guajiro aparentemente ingenuo, pero pícaro al final. Luces muy elegante con tu corbata de bolas azules – ¿qué son?, ¿mitocondrias?-, con tu traje oscuro, con la camisa blanca. La mano izquierda fuera de cámara deja la impresión de que se trata de un selfie. ¿Realmente eres tú? Esa indumentaria encorsetada no prefigura en nada al periodista que viniste a ser: hilarante, corcoveante, felizmente cubano, sin ningún exceso de neurosis patriotera. Quizás Prensa Latina te imponga la ropa para las coberturas. En cualquier caso, no va contigo. ¡Quémala! Ese traje es a ti lo que la moña de Ronaldo a mí.

Mi pelo es más bien como el de Maradona, una mata de rulos. Pero yo no he pasado de alguna mala yerba, ni tampoco usé nunca semejante camisa de grabados chinos. Con la moña bastó. ¿Quién le habrá prestado a Diego esa delicia? Su gordura delata que la foto fue en tiempos de rehabilitación. Su rehabilitación fue en La Habana. Tus espejuelos y tu rostro lozano indican que eras demasiado joven y que en ese tiempo no habías fasteado. Pero nada confirma tanto el lugar de la foto como la camisa china. Fueron una fiebre en Cuba.

De hecho, Maradona parece ahí un capo insular. Por las argollas, por el pelo con gel, por el cuarto de sonrisa, por las libras. Y por la camisa. Un capo insular es, cuando más, el carnicero del municipio, el administrador de bodega, el propietario de una flota de Chevrolet de los cincuenta, con par de choferes a su disposición para que le boteen.

Es triste que D10S no sepa manejar su altura. Yo, muy íntimamente, amo a Maradona a pesar de Maradona. Bueno, tal vez no tanto, pero tampoco es afecto, aprecio o admiración. Falta algo en el castellano que defina el cariño sin que el cariño parezca empalagoso o, en su defecto, excesivamente distante. Como todos los amores, este también parte de un error. La creencia a pie juntillas, en un momento dado, del mito. No obstante, su huella en mí es real, que es lo que importa.

Por aceptar un duelo tácito e infructuoso con el diletante de Pelé, Maradona no es capaz de pasarse un mes –ni siquiera un mes- en absoluto silencio. Ha politizado De zurda. A veces Víctor Hugo Morales, con pena, trata de encauzar el programa, de sacarlo de esos pantanos: la izquierda que no propone nada y que lo único que sabe hacer es quejarse, no para arreglar, sino para alimentar su supuesto prestigio.

Yo, que lo leí bastante, no me creo el latinoamericanismo furibundo de Diego. Se desangra por Colombia, por Costa Rica (que es, dentro del paradigma latinoamericano que maneja, lo menos latinoamericano que hay). Se desangra por Chile, sin el mínimo respeto por una España a la que le debemos, dentro de las selecciones, la mayor sensación de infinito que los espectadores contemporáneos hayamos podido experimentar.

Maradona es argentino, muy argentino, muy Villa Fiorito, y no está mal cuando lo asume. Yo lo quisiera ver en una final Brasil-Holanda, por ejemplo. Lo quisiera ver hinchando por los brasileños, si es capaz de llegar a ese límite. La Patria Grande muestra sus limitaciones cuando tus rivales a muerte son precisamente tus vecinos. Dos conceptos distintos. Política y deporte. Historia y fútbol. Si los mezclas sin tapujos, puedes quedar al descubierto.

Abandero la idea de Fabián Casas, que se reconcilió con Messi cuando Messi no pudo cantar el himno nacional. A pesar de haber emigrado a Cataluña con once años, regresó. Ya hubiese sido, con España, campeón de todo, pero decidió bregar a contracorriente con la albiceleste, que no se sabe a lo que juega, y aún así miles de mentecatos le reprocharon que no entonara. En todas partes, tocayo, cuecen habas.

Igual: yo creo en tu foto. No creo que hayas hecho como Héctor Villar, ese paradigma, que se inventó una entrevista con Messi. Por cierto, ¿por qué a Héctor Villar no le ponen la velocidad a 2x? ¿Por qué habla tan lento, así, la-juga-da-per-fe-c-ta? En eso se parece a Maradona. Que hablan con pausa. Pero Maradona, intuitivo, piensa rápido, y a veces, cuando quiere definir una injusticia, dice maravillas del tipo “en ese momento Dios se distrajo”. El problema lexical de Héctor Villar no es la cocaína. Se cumple con él un estereotipo. Por suerte, tocayo, nosotros somos la mar de feos, aunque yo nunca usé espejuelos, ni me he puesto, jamás, una corbata. Bueno, los demás comentaristas de Tele Rebelde tampoco son bonitos, y no por eso… En fin, dicen que dice Pitbull que Cortázar lo influenció.

Un abrazo,

El tocayo menor.

 

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