Chirrín Chirrán

Concierto de Los Van Van en el Salón Rosado de la Tropical / Foto: Iván Soca (Tomada de El Microwave)

Concierto de Los Van Van en el Salón Rosado de la Tropical / Foto: Iván Soca (Tomada de El Microwave)

Me hubiera gustado conversar con el policía que hace diez días detuvo el concierto de Van Van en el Salón Rosado de la Tropical porque Van Van se había pasado de hora. Me hubiera gustado hacerle un par de preguntas. Pero no para recriminarlo, naturalmente. Ni siquiera para averiguar las causas de su desternillante zafarrancho.

Agotadas ya todas mis molestias, no he podido molestarme con tan pobre diablo, ni con la naturaleza del incidente, y me sigue asombrando lo mismo de siempre: gente que sale con los pinchos por delante ante cualquier minucia y que pasa de largo cada vez que nos vamos a penales. Que, tal como están los tiempos, es casi todos los días.

No digo que la suspensión del concierto a Van Van no sea síntoma de muchas cosas (de todo lo que queramos, vaya), que no sea la punta de un iceberg y que no sea, en última instancia, una falta de respeto, pero tampoco había que tomárselo con tanta bravuconería. Seriedad exagerada es igual a ridiculez, y si nos vamos a poner bravos, ya que estamos, pongámonos bravos de verdad.

Concierto de Los Van Van en el Salón Rosado de la Tropical / Foto: Iván Soca (Tomada de El Microwabe)
Concierto de Los Van Van en el Salón Rosado de la Tropical / Foto: Iván Soca (Tomada de El Microwave)

Por ejemplo: con todos esos policías que en el trasiego diario actúan convencidos de su impunidad, y a quienes uno les descubre el brillo en la mirada, ansiosos por soltarse quién sabe hasta qué punto, manos en la tonfa, haciendo preguntas ampulosas del tipo: ven acá, ¿tú te crees inteligente?, ¿tú te crees que yo soy analfabeto?, ¿tú te crees que Dios existe?, ¿tú quieres dormir en la estación?

Pero bien: déjenme no ponerme ridículo yo. Digo que me hubiera gustado entablar un diálogo, no importa si corto, con tan interesante personaje. Hay una foto en la que el hombre, subido en la tarima, gesticula, y los integrantes de Van Van lo miran incrédulos. Si las cosas nos salen mal en las relaciones diplomáticas con los gringos, ya sabemos que en ese policía tenemos un futuro y glorioso brigadier, capaz de parar él solo, literalmente, un tren.

Uno nota, por cálculo lombrosiano, que el hombre andaba enérgico, con la Tropical a sus espaldas y exigiendo vía. Como si estuviera diciendo: Bajando, vamos. ¿Ustedes son Van Van? Bien. Y yo soy el teniente Armenteros. Y se pasaron de hora y hay que suspender el concierto.

Me imagino que ningún repa de Buena Vista –de los que pagó cincuenta pesos para moverse a ritmo de songo y disfrutar de su ron Bocoy y del trasero de su hembra iconoclasta– luego le vaya a pasar factura a policía tan ilustre. Un hombre que salió quién sabe de qué intrincado municipio de Cuba y que logró ser trending topic en tiempos de postbloqueo, en extrañas épocas de Paris Hilton y Naomi Campbell desandando La Habana, demostrando con su cumplimiento del deber que a los íconos de la frivolidad nosotros siempre sabremos oponerle más folclor. Más, como se dice, sandunga.

Y mirémoslo en perspectiva. Al final, este sujeto no ha hecho más que engrosar la larga lista de anécdotas exquisitas que acumula Van Van a lo largo de décadas. Yo me sé una, que me la contó mi amigo Jorge Javier Miranda, y que el día que me la contó estábamos en un comedor masticando claria y yo no pude más que atorarme y boquear y soltar la comida por la nariz.

Es pleno Período Especial, municipio Sandino, y el borracho típico del pueblo, desde el teléfono público de la bodega típica del pueblo, hace una llamada al típico programa de participación radial de cada uno de estos municipios. Los conductores del programa, obviamente, conocen al borracho, y el borracho dice que quiere pedir una canción.

Los conductores le siguen la corriente y bromean, le dicen que por supuesto, que pida la canción. El borracho dice que la va a pedir, pero que primero quiere dedicársela a alguien. Los conductores le dicen: dedícala, pues. Yo quiero, dice el borracho, dedicarle la canción a los compañeros del Partido. Ah, qué bien, dicen los conductores. Y a los compañeros del Gobierno, dice el borracho. Ah, qué bien, dicen los conductores. Y a todas las autoridades que nos atienden, dice el borracho. Ah, qué bien, dicen los conductores. Pero bueno, agregan los conductores, ¿y la canción cuál es?

Entonces el borracho, magnífico y alado, toma aire, hace un mohín de placer y suelta: Yo quiero dedicarles, de los Van Van, Que le den candela.

Salir de la versión móvil