Del Mundial (I)

Los hemos visto a todos. Ya.

Un día después del principio, el villano Robben, con el combustible de la venganza en el motor, alcanzó los treinta y siete kilómetros por hora y dejó en evidencia a Sergio Ramos, proclamado hacía un par de semanas el mejor central del mundo. Robben dobló a la izquierda –único lugar al que dobla-, amagó una vez, amagó dos, amagó tres. Luego disparó, pero el gol fue puro trámite. Lo que le importaba a Robben era el proceso. No lo comprendimos en el momento porque la jugada fue a treinta y siete kilómetros por hora y a esa velocidad ni los espectadores pueden pensar.

Casillas, arrodillado, presa del rubor, dio varios saltitos risibles, y terminó despatarrado, gateando, como un boxeador alcoholizado o una ramera despechada. En Sudáfrica, Casillas le había ganado a Robben el mano a mano y, con el mano a mano, la conquista de la Copa. La fama de pusilánime del holandés alcanzó niveles insospechados. Algo se enconó en él, seguramente. Y cierto: Robben es un cobarde, pero demostró poseer algo más importante que el valor. Paciencia. Y capacidad para ajusticiar.

Con este primer rezago de literatura, rápidamente supimos todos que estábamos en trance mundialista. Incluso los cubanos lo supimos, algo que al resto le debe sonar ridículo. Si un funcionario de la FIFA quiere demostrar el alcance del fútbol, muy probablemente ese sea uno de sus argumentos. Que hasta en Cuba se ve y se practica.

Después de una semana, los europeos históricos merecen el título más que ningún otro plantel. Lo merece Holanda, pero Holanda lo ha merecido muchas veces. Lo merece Alemania, una imponente máquina de desmembrar al prójimo. Te tritura, y no se mancha el traje. Los alemanes, sin embargo, han sido ese mismo monstruo durante los últimos seis años, y España no los dejó llegar a ningún sitio.

Por alguna razón, allí donde el resto se desprestigia, con el fracaso continuo, los alemanes se fortalecen. Tal como empezaron contra Portugal, han empezado cada uno de los últimos grandes eventos, convenciendo y epatando. Pero impresionan tanto que nadie nunca les aplica la memoria. Nadie los acusa de holandeses. Yo creo que, a pesar de su excelencia, ahora tampoco ganan, porque ante un equipo grande que no sea la secta ronáldica de Portugal, los grados Celsius les van a pasar factura.

De todos, nadie me ha gustado más que Italia. Xavi se ha desinflado, pero Pirlo no. Claro que Pirlo –ni Pirlo- llegó nunca adonde llegó Xavi. En cualquier caso, incluso un Xavi diezmado es lo que necesita Brasil, tan desbocada y tosca. Nadie marca los tiempos en ese equipo, no hay un mínimo sentido del equilibrio y la pausa. Es el precio de encumbrar a Neymar, en vez de reconocer la ausencia de un Diez. Scolari alaba tanto a Neymar porque sabe a la larga que Neymar –un crack, no un pensador- no es lo que dicen, lo que ellos quieren hacer creer que es.

Y Brasil tampoco es Brasil. Lo único que heredaron fue el himno, los colores, las estrellas en la camiseta, la sede, la afición. Fuera de los símbolos, del contexto que rodea al fútbol, nada indica que el once de Scolari sea brasileño.

Argentina sí es lo que se esperaba que fuera. Cuelga, temblando, de las botas de Messi, quien gritó su gol con tanta o más furia que Maradona en el noventa y cuatro ante los griegos. Messi ha debido lidiar con la mala gestión económica de su padre, con acusaciones de la fiscalía catalana, con traiciones de la directiva de su club, con la pérdida del Balón de Oro, con un año de sucesivas derrotas y, para colmo, con los experimentos del técnico de la selección. Salió de Maradona, y Sabella se le apareció en el Maracaná con cinco defensas. Luego, tácitamente, pidió disculpas, y enmendó el error a como pudo.

De los latinoamericanos, los menos rutilantes han merecido más: Colombia, Chile y Costa Rica. México también, solo que los narradores y comentaristas mexicanos me caen más mal que los cubanos, que ya es mucho decir. Por otra parte, ojalá los uruguayos lograran reivindicarse. La pócima de la garra charrúa quizás radique en su dulce de leche. En el aeropuerto, les decomisaron un cargamento de varios kilogramos, y luego, sin kriptonita, los costarricenses anotaron tres.

Si al Mundial, hasta ahora maravilloso, le diera por ser justo, España debería pasar a octavos. Y fijo: ya en octavos, nuevamente encarrilados, se despachan a Brasil. La sede debió guardarse sus influencias –dígase Nishimura- para una serie definitoria, y no para la pompa del día inaugural. Con todo, lo peor no ha sido, tal como creemos, el penal contra Croacia.

Lo peor ha sido lo de siempre. Lo que no tiene remedio. Pirlo, impávido, estética de guerrero troyano, que ejecuta un tiro libre, que hace como que dirige la pelota al primer palo, pero que le pega con el exterior. La pelota hace una comba, contraria a la física elemental, contraria a la intuición y a la experiencia del guardameta, contraria al recorrido de nuestra costumbre, y finalmente se estrella en el larguero. Dos segundos poco suertudos que terminarán en el olvido.

Pirlo, tan magnífico, ni siquiera lo lamentó. Una dosis invaluable de belleza, insoportablemente desperdiciada.

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