El caso Descemer: una alegoría

Planteemos el asunto como una ecuación y veamos qué resultado nos arroja.

Descemer Bueno le declara a Russia Today que el embargo económico de Estados Unidos a Cuba es básicamente un capricho. Dice que, si no fuera por el embargo (RT y Descemer dicen bloqueo), él hubiera podido ayudar más a su familia, incluso a mucha otra gente (quizás aquí Descemer se bote de generoso, pero admitámoselo), y dice, además, que el embargo impide la entrada a Cuba de medicamentos de primera generación.

Esto levanta una ola de rechazo en el exilio cubano, sobre todo en el exilio de Miami, que lo vitupera y lo desprecia por palabras tan desacertadas. Poco tiempo después, tras obtener sus tres Grammy Latino con Bailando, Descemer llega a la ciudad, pide disculpas de todo corazón por sus declaraciones anteriores, cree que quizás debió haberse documentado mejor (no nos queda claro a qué se refería con documentarse, si visitar la Biblioteca Nacional o la Universidad de la Florida), y dice que los músicos no deberían hablar de política. El exilio, pues, le acepta las disculpas, y todo en paz.

Dicho lo anterior, pasamos a una serie de puntos que nos gustaría comentar:

-Cierto que Descemer soltó, durante su conversación con RT, un par de joyas que ni siquiera a nuestros más contumaces comisarios políticos se les había ocurrido anteriormente, como culpar a Estados Unidos porque en su casa no podían ni darse el lujo de invitar a un mero jugo de frutas (nuevo slogan: “Veinticuatro horas de bloqueo equivale a tres mil vasos de jugo de guayaba que el obrero cubano deja de ingerir”. A mí me gustaría saber, ya serio, quién calcula con tanta precisión cuántas horas equivalen a cuántas y cuáles pérdidas, quién es ese Gauss criollo. Recuerdo aquel chiste de Doimeadiós que decía: “Quiten el bloqueo una semana para ver si terminamos la autopista nacional.”)

-Cierto que Descemer, a la hora de explicarse, se enreda en un galimatías penoso, que ni él mismo debió haber comprendido. Dice, por ejemplo, que Cuba libró dos guerras, una grande y otra chiquita (tal vez hablaba de escaleras). Suponemos que se refiere a las guerras de independencia, por lo que habría que recordar que Cuba no libró dos guerras, sino tres. No sabemos si Descemer borró de plano la Guerra del 95, o si decidió llamar guerra chiquita a la Guerra del 95 y borró, a su vez, la verdadera Guerra Chiquita, o si dejó a la Guerra Chiquita como lo que era y nombró Guerra Grande a la Guerra del 95 y borró, por otra parte, la Guerra de los Diez Años. En fin, un rollo tremendo. Menos mal que dejó quieta la Tregua Fecunda.

-También dice Descemer que en 1902 los Estados Unidos enviaron a Cuba un presidente que nos gobernó por muchos años. Si se refiere a las intervenciones militares, una fue en 1899 y otra en 1906. Salvo tales casos, los Estados Unidos nunca enviaron ningún mandatario. Otra cosa es que los presidentes nuestros fueran proyanquis, pero, como sea, todos nacieron aquí. El presidente de 1902 fue Estrada Palma, y no gobernó por muchos años, sino solo por cuatro. El único presidente que ha gobernado Cuba por muchos años ha sido Fidel Castro, y a estas alturas, aún entre tantas hipótesis locas, no creo que a nadie se le ocurra sugerir que Fidel Castro nos fue enviado por los Estados Unidos.

-Estas son, evidentemente, las respuestas díscolas de un estudiante al borde del colapso ante un examen que sabe no va a aprobar. Imaginemos a Descemer, enfrentado a la cuestión del embargo, diciendo todo lo que le pasa por la cabeza, cualquiera cosa, de la misma manera que muchos de nosotros rellenábamos cuartillas ante una pregunta que no nos sabíamos pero que, en ningún caso, podíamos dejar en blanco.

-A pesar de ello, el centro de sus declaraciones –que el embargo es un capricho y que impide la entrada a Cuba de medicamentos de primera generación- no deja de resultar cierto. Yo lo podría suscribir con todas las letras, y no sé, ciertamente, por qué el exilio se exaspera tanto, si ese es uno de los pocos puntos en que los cubanos (los que no vivimos de la política) nos hemos logrado poner de acuerdo. Unos porque consideran que es una ley abusiva, que afecta, más que a nadie, al pueblo, y otros porque creen que es el chivo expiatorio perfecto para que el gobierno lave sus males (yo suscribo ambas).

-Descemer no ninguneó los muertos en el estrecho de la Florida, ni rebajó la tragedia de los exiliados que no han podido regresar a su país. Simplemente cuestionó la efectividad y la naturaleza del embargo. Embargo, hasta donde sabemos, que no es familia de ninguno de nosotros.

-Lo curioso es que, suponiendo que fueran desacertadas sus palabras, Descemer nunca las rebatió. Bastó con que pidiera tangenciales disculpas para que los cubanos de Miami lo aceptaran nuevamente. Bastó con que bajara la cabeza. No había que pedir perdón, naturalmente, ni tampoco había que esperarlo, lo cual me lleva a suponer que en esta danza macabra de egolatría y soberbia que es el tema Cuba, nuestra reacción primera es siempre la histeria. Somos, tanto de frente como de espalda, un sujeto esquizo al que solo le interesa que no le contradigan, y que, en caso de contradecirlo, luego se le arrodillen a los pies.

-Descemer dice que los músicos no deben hablar de política. Esto es tan inexacto como decir que los músicos tienen necesariamente que hablar de política (tema para próximo post, pero referido a Calle 13. Espérelo, lector). Los músicos deberían hablar de lo que les dé la gana. Y decir que no deben hablar de política es en sí, no hay que recordarlo, una declaración política.

-En verdad, lo que Descemer está diciendo es esto: “no más exámenes, no más pruebas, no más torturas”. Le está huyendo a un tema que se torna muy difícil. Pero esa es la pregunta del cien. No hay cubano que no se haya visto precisado a responderla. Aunque algunos –casi todos- hacemos fraude y respondemos de una vez lo que el interlocutor de turno quiere oír.

-Las disculpas de Descemer son necesarias para entrar o afianzarse en un mercado en el que ningún cubano puede salirse de la línea política establecida. Hay que profesar un anticastrismo militante. Muchos compatriotas suyos, residentes en Cuba, le piden a Descemer que no se pliegue al poder. El reclamo sería justo, o al menos comprensible, si estos compatriotas hubieran apoyado a Robertico Carcassés cuando Robertico Carcassés se paró en la Tribuna Antimperialista, en pleno bastión de la Batalla de Ideas, y pidió el libre acceso a la información, o elegir al presidente por voto directo (y si no apoyar sus reclamos, que parecen bien elementales, al menos sí su derecho a expresarlos). Pero es bastante probable que quienes le exigen irreverencia a Descemer sean los mismos que consideraron imprudentes y atrevidas las declaraciones de Carcassés, y exigieron, por tamaña frescura, que rodara su cabeza.

La idea que yo tengo de Cuba es la siguiente. Imaginen dos bandos. Dibujos animados. Dos bandos antagónicos. Enemigos a muerte. Enemigos que se creen muy distintos. Imaginen ahora que esos bandos se enredan a piñazos. A lo perro y gato. Imaginen una polvareda. Los contornos se pierden. Golpes van y golpes vienen. Aullidos. Chichones. Cabezas que sobresalen y una mano que las vuelve a hundir. Sonidos onomatopéyicos. No se sabe quién es quién. Todos se dan entre todos. De repente, asustado, por debajo, un animalillo huidizo asoma la cabeza. Saca un pie y luego otro. Nadie lo ve. Nadie le presta ya atención. Sale caminando. Se aleja un poco. Se va. Se fue. ¿Adónde? A otro lugar. No sabemos todavía a cuál. Ese es el país. Eso es lo que pretendidamente estamos discutiendo. Y aquí quedamos nosotros, en medio del éter, haciendo nuestro propio ridículo, yendo a ninguna parte, balbuceando un dialecto que nadie entiende, creyéndonos héroes o mártires, cuando no somos más que un capítulo en la parrilla de la Cartoon Network.

Salir de la versión móvil